Tras un conteo de más de 30 muertos, en su mayoría civiles, y más de 300.000 desplazados a lo largo de la frontera, Tailandia y Camboya se reunieron el lunes en Malasia y firmaron un alto el fuego incondicional que entró en vigor esa medianoche. Sin embargo, lo hicieron mientras aún se disparaban las armas que, desde el pasado jueves, marcaron el enésimo conflicto fronterizo entre los dos reinos asiáticos, que duró cinco días.

La reunión tuvo lugar en Putrajaya, capital de Malasia, al sur de Kuala Lumpur y nuevo centro administrativo federal. Quien reunió al primer ministro interino tailandés, Phumtham Wechayachai, y al primer ministro camboyano, Hun Manet, fue Anwar Ibrahim, primer ministro de Malasia y quien actualmente preside la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, la asociación regional de diez países del sudeste asiático. Aunque representaba a una asociación en crisis (debido a la guerra con Birmania y los aranceles que impuso Estados Unidos, con cada país actuando de forma desorganizada) y preocupado por la situación interna, donde se enfrenta a críticas debido al aumento del coste de la vida en Malasia, Anwar actuó de inmediato para lograr una tregua.

Hasta el sábado parecía que su mediación no había avanzado y, lo que es más importante, que había sido rechazada por Tailandia, que era muy superior militarmente a Camboya. Entonces algo cambió: el presidente Donald Trump intervino, con declaraciones grandilocuentes, propias de su estilo, mientras que China, de las primeras en intervenir el primer día de combate, trabajaba tras bastidores para calmar la situación. Malasia afirmó estar dispuesta a coordinar la formación de un equipo de monitoreo para verificar y garantizar la aplicación del alto el fuego.

No está claro cuán importante fue la presión estadounidense, sobre todo porque Trump se ha acostumbrado a atribuirse el mérito de todo lo positivo que ocurre en el mundo, como en el caso India-Pakistán, aunque luego fue desmentido por el primer ministro indio, Narendra Modi. Pero en este caso sí tenía influencia, y, según la BBC, “gran parte del mérito probablemente recaen en Washington y el presidente Trump”, cuyo ultimátum del sábado por la noche incluía la amenaza de interrumpir las negociaciones para reducir los aranceles estadounidenses a menos que ambos países acordaran cesar los enfrentamientos.

Los dos países, como gran parte del mundo, dependen de las exportaciones a Estados Unidos, y los aranceles están actualmente fijados en 36%, mientras que otros países como Vietnam, Filipinas e Indonesia han recibido reducciones importantes, hasta el 19%. Sin embargo, desde Asia, el escenario muestra otro factor importante.

Según el South China Morning Post, la reunión fue coorganizada con Estados Unidos y contó con la activa participación de China: ambos, según el periódico, han presionado con firmeza para un alto el fuego. La relación con China es vital para ambos países, y para Camboya, Pekín representa su socio más fuerte, desde el comercio hasta el armamento. Tailandia, por otro lado, tiene una relación consolidada con Estados Unidos, pero no puede ignorar a China, cuya influencia regional es enorme. Ahora queda por ver cómo se desarrollarán las cosas: si la situación se estabiliza, se espera que ambos ejércitos se replieguen a sus posiciones iniciales e inicien negociaciones.

Camboya es el país con más probabilidades de internacionalizar el asunto, pues ya ha recibido dos dictámenes favorables del Tribunal de Justicia de La Haya, el máximo órgano judicial de las Naciones Unidas. Sin embargo, Bangkok no reconoce la jurisdicción del tribunal internacional sobre el caso y ha reiterado su deseo de resolverlo bilateralmente. Además, se enfrenta a una crisis institucional interna, con la primera ministra Paetongtarn Shinawatra destituida por el Tribunal Constitucional y víctima de una disputa interna contra su familia.

Este artículo fue publicado originalmente por Il Manifesto.