Año 1960 y poco. Vecinos de la tranquila ciudad de San José se juntaron en 18 de Julio y Monseñor Ricardo Di Martino. En esa esquina vivían dos maestros y profesores de secundaria: Chela Della Esperanza y Carlos Altieri. Grandes docentes y mejores personas. Pero Altieri era el secretario departamental del Partido Comunista del Uruguay. Un grupo de vecinos autodesignados “demócratas” le gritaron un rato a la familia Altieri para seguir después, por 18, hacia el centro maragato. Próxima parada: mi casa. Vivíamos a poco más de una cuadra de distancia. Mi padre era emigrante ucraniano, comunista y judío. Gran miedo de mis hermanas chicas. Creo que los manifestantes integraban la Orpade (Organización de Padres Demócratas). Nos cantaron con entusiasmo:“Aquí están, estos son, los que quieren paredón”, en obvia alusión a la Revolución Cubana. Supongo que en ese momento comenzó la formación de mi conciencia ciudadana. Tenía unos 12 años; mi hermano mayor y yo nos paramos en la puerta, con rostro serio y puños cerrados, hasta que mamá nos hizo entrar. Pasó más de medio siglo, la dictadura, la prisión de mi hermano, nuestra destitución como docentes.

En Brasil ganó Jair Bolsonaro. Antes lo habían hecho Sebastián Piñera en Chile, Mauricio Macri en Argentina y Iván Duque en Colombia. No tengo una explicación para el rebrote de las derechas en el mundo. Será por lo que hicieron (mal) los gobiernos progresistas tanto como por lo que no hicieron (bien). No descarto que tenga razón la senadora Constanza Moreira cuando afirma que el odio de la derecha es por lo que hizo bien la izquierda. Por sacar de la pobreza a tantos y tantas, por intentar educar, por difundir la cultura y promover una agenda de derechos. Es complicado. No hay explicaciones sencillas o lineales.

En Brasil los habilitados para votar eran poco más de 146 millones. De ellos, algo más de 42 millones no concurrieron a las urnas o votaron en blanco o anulado. A Bolsonaro lo votaron 57,8 millones; a Fernando Haddad, más de 46 millones. “Apoyos” y “rechazos” es un tema sujeto a interpretaciones. Pero cerca de 30% del electorado decidió no incidir. ¿Fueron los prescindentes protagonistas principales de este drama?

Como lo advirtieron Verónica Alonso y Edgardo Novick: ahora vienen por nosotros. No vienen por nuestros maltrechos cuerpos, ni por nuestro gastado intelecto (además, plata no tenemos). No. Vienen por nuestros sueños, por las esperanzas, por el futuro de nuestros nietos. Quisimos construir justicia, pero no supimos, no quisimos o no pudimos tocar los resortes íntimos del poder. Lo que beneficia a las mayorías pobres no es ganancia para los ricos. Nosotros nos juntamos por un proyecto colectivo y nuevo. Solidario, justo, cooperativo y culto. Claro que, sin saberlo, nos juntamos también con proyectos personales que no estaban pensando en lo mismo.

Del otro lado hubo quienes se creyeron patriotas honorables y valientes para torturar, matar y hacer desaparecer personas indefensas. Son los mismos que, a la hora de asumir las responsabilidades por sus actos, exhiben una cobardía tan esperable como vergonzosa. Las Fuerzas Armadas, que no condenan las acciones de quienes deshonraron sus uniformes, se ensucian sin necesidad haciéndose cómplices de una ideología importada que identifica como “enemigo interno” al pensamiento crítico y al accionar independiente de los poderes instituidos. Con ellos estuvieron, están y estarán los civiles que apadrinaron, acompañaron, aplaudieron... y también se beneficiaron. Pero hay un nuevo papel político para el Poder Judicial, otro peso para los “medios” que ahora son también “redes sociales”: omnipresentes, omniscientes y todopoderosas. Hay una concentración de la riqueza y el poder nunca vista en la historia de la humanidad. Hay un humor de época y muchos estados del alma que no entiendo y comparto menos. La piara vota por el industrial del chacinado.

En Brasil ganó un discurso antipolítica vociferado por un veterano diputado con 28 años de actuación legislativa de la que nada quedó para el recuerdo. Fue capitán del Ejército hasta que lo echaron por unas bombas que habría puesto en protesta por los bajos sueldos militares. Sin embargo, en su campaña Bolsonaro prometió terminar con la protesta social, juzgar como terroristas a los que reclamen tierras para trabajar o techo para abrigarse de la intemperie. Un “genio”, el tipo. Exitoso ganador en un mundo de posverdades y realidades virtuales.

Los que ahora vienen por la izquierda uruguaya, el feminismo, el movimiento LGTB, los ambientalistas, los defensores de los derechos humanos, los cooperativistas. Los que vienen por nosotros, ¿lo hacen con razones o con garrotes de grandes proporciones?

Novick fue a Rivera a festejar el triunfo de Bolsonaro y compartió su alborozo con Alonso. Otros fueron más prudentes: dicen que en materia electoral se trata de conquistar a las clases medias. Pero el mundo del consumo no tiene techo, y hay sectores que, en su desvarío, sacrifican en ese altar la solidaridad más elemental. Son los que primero claman por “los valores perdidos”. Así le llaman a la falta de respeto por la propiedad privada que luego –en algunos casos– deriva en desprecio por la vida humana.

Hay que negociar nuevas reglas de convivencia. ¿Discutir necesidades, derechos, justicia, equidad, oportunidades es tema de etapas electorales? ¿Qué derechos serán jerarquizados como derechos humanos esenciales? ¿Cómo convencer de que hay que establecer algunos límites a la concentración de riqueza y de poder, para limitar la explotación y el abuso? Hay nuevos desafíos, y algunos tienen miles de años, como la democracia: el derecho de muchos contra los intereses de pocos. Pero los derechos de las mayorías deben ser respetuosos de los derechos de las minorías, que los tienen y deben ser contemplados. Es necesaria mucha lucidez y fuerza de voluntad para moderarse en un mundo que hace de la competencia sin tasa, sin límite y sin reglas el paradigma de la conducta personal.

Para cambiar el sistema no se puede jugar sólo con sus reglas. Tampoco para preservarlo de todo cambio profundo y permanente, sobre todo si de repartir mejor hablamos. La única cosa sagrada que tiene el sistema capitalista es la propiedad privada, siempre y cuando no mires de dónde vienen las grandes fortunas. Se requiere el desarrollo de una fuerte inteligencia colectiva para construir alternativas a un mundo deficiente que se niega a cambiar con ferocidad inusitada.