La expresión que da título a esta nota es redundante: toda política es del cuerpo. En este caso voy a referir solamente a cierto tipo de actividades que se promueven actualmente, a saber, carreras de diverso tipo, especialmente las “K” (5 K, 10 K, etcétera). Estas actividades forman parte del escenario contemporáneo y han servido incluso para dar visibilidad a distintas reivindicaciones. En este tipo de carreras se destacan dos elementos: por un lado, el lema de la “vida activa” –lema ambiguo si los hay–; por otro, las marcas comerciales asociadas al evento. La expresión “vida activa” gana terreno en la cultura contemporánea; se trata de maximizar la vida, de mejorar o mantener los niveles de aptitud de los organismos. Algunas ciudades han invertido en grandes despliegues en torno a esta idea; por ejemplo, está el muy conocido programa Agita São Paulo, lanzado en 1996, en el marco de la red global Agita Mundo de la Sociedad Internacional de Actividad Física y Salud. El lema de esta red para 2018 es “Sea activo todos los días”.1

Muchas de las “carreras K” están dirigidas a corredores amateurs, algunas incluso han servido para promover diversas campañas solidarias. Sin embargo, por amateurs o solidarias que sean estas carreras, el fundamento implícito está del lado del organismo y su rendimiento, del lado de la competencia como ideal político. El problema no es que alguien quiera mejorar su “calidad de vida”, incluso su rendimiento físico, sino el horizonte cultural y político en el que inscribe sus prácticas, sobre todo si se trata de políticas públicas. ¿Nos estamos preocupando por algo más que por la duración de un organismo? ¿Estamos haciendo algo más por la política que la sanitarización de la población? El hablante es reducido a organismo, luego a la eficiencia del organismo, y la mente viene a ocupar su lugar como gendarme de la voluntad que administra el sufrimiento, fundamento último de toda épica. Sabemos de dónde viene esta reducción y sabemos a dónde conduce.

Para colmo de males, corremos el riesgo de entrar por el tubo de las recomendaciones de los organismos internacionales. La vaca que “entraba al tubo desconfiando porque allí no había pasto” parece más intuitiva que nosotros. UNESCO, en su Guía para los responsables políticos (2015), reduce todo a deporte: no se salvan ni siquiera los juegos tradicionales, por no hablar de la definición de actividad física, en la que se incluyen las “tareas domésticas y la jardinería”.2 Si el deporte es toda clase de actividad física, ¡las tareas domésticas son deporte! Tiene sentido: la lógica contemporánea del deporte es radicalmente funcional a la del mercado, especialmente a la demanda de “emprendedurismo”. La meta es que exista por cada ciudadano un emprendedor.

A principio del siglo XX, Batlle y Ordóñez decía que sin mejoramiento de la raza, en unas pocas generaciones no tendríamos las condiciones fisiológicas para desenvolver la inteligencia.3 Quizás ahora deberíamos preocuparnos exactamente por lo contrario: ponderar el racismo implícito en las políticas del cuerpo, porque reducirlas a la administración del organismo es, hay que decirlo sin eufemismos, protorracista. Hay demasiados ejemplos para convencerse de que es necesario mirar con atención estos fenómenos culturales y políticos, y algunos de ellos no están muy lejos en el tiempo, más bien están proliferando en varias partes del mundo.

Quizás deberíamos promover más actividades con raigambre cultural, incluso folclórica (no como elemento pintoresco, sino por su estatuto de “concepción del mundo y de la vida”, decía Antonio Gramsci), y menos actividades que tengan como eje el rendimiento físico y su equivalencia en la técnica. Cines ambulantes, performances artísticas de distintos colectivos, calles de juego, de recreo, teatro callejero, espectáculos de circo, etcétera. Que las ramblas y parques se llenen de gente paseando y no de gente quemando calorías. Alguien dirá: no tienen por qué ser contrapuestos, es posible hacer las dos cosas. Cierto. Que se me critique la dicotomía, pero prefiero contraponer y jerarquizar. Una ciudad que tiende a organizar sus espacios públicos en torno a la idea de vida activa y actividad física dice algo del lugar que les concede a la cultura y la política. Para responder a esta inquietud no alcanza el argumento tonto y engañoso que reza “el deporte es cultura”, tan engañoso como “deporte es salud”. Es imperioso salir del sentido común y poner en la agenda política la discusión de estos temas.

Por lo pronto, lo único que muestra la proliferación de las “carreras K” y de la competencia como ideal de vida es la confirmación de la organización mercantil de los cuerpos en un tiempo y un espacio, la fusión dulce, narcotizante y pavorosa de la biología y la política.

Raumar Rodríguez Giménez es doctor en Ciencias Humanas y docente de la Universidad de la República.


  1. http://www.portalagita.org.br/es/agita-mundo/el-agita-mundo/quienes-somos.html 

  2. UNESCO (2015): Educación física de calidad (EFC) Guía para los responsables políticos. París: UNESCO. 

  3. Proyecto de ley de 1906 para la creación de los juegos atléticos anuales, finalmente incluidos en una ley de 1911.