Especulación política, interna policial, allanamiento vengado, pedradas anónimas, un jugador tuerto y el karma de dos clubes. El combo perfecto para que una sociedad monitoreada por el mundo muestre algunas de sus miserias más autóctonas: los barrabravas, las mafias en el fútbol, la hipocresía de los dirigentes, la negligencia estatal y el oportunismo mediático. La Conmebol asimiló el fracaso argentino, montó su circo legal en Luque (Paraguay), cuidó el negocio y redobló la apuesta. Tentado por los cataríes, pero convencido por Florentino Pérez –mandamás de Real Madrid–, Alejandro Domínguez, titular de turno del fútbol sudamericano, vendió por tercera vez el mismo partido.
Otra vez el absurdo fue el mejor jugador de la cancha, de un partido que voló de Núñez a Chamartín en 120 sinuosas horas de turbulencias extrafutbolísticas. No rodó nunca la pelota. Rodaron piedras y comunicados. Los hinchas sudaron y corrieron más que los jugadores, mientras que estos miraban por televisión a los nuevos protagonistas del fútbol: los sin entrada, los tirapiedras, el jefe de la barra, el fiscal, el ministro de Seguridad, la Policía, los oftalmólogos y los presidentes.
Por otro lado, los analistas y charlatanes formaron una línea de cuatro con periodistas partidarios operando por carriles opuestos, periodistas apocalípticos y editorialistas insoportables en la destructora zaga central. Un mediocampo con mucho pase corto pero sin profundidad, integrado por políticos con cara de recién levantados. Y en el ataque, más cultos pero con poca puntería, los académicos arrogantes, los escritores superados y los que anticiparon los hechos.
Jugadas destacadas
Patricia Bullrich, ministra de Seguridad de la Nación, antes del partido quiso tranquilizar a los argentinos: “Si vamos a tener el G20, lo de Boca-River parece algo bastante menor, y, sinceramente, estamos preparados”. Más audaz, el presidente Mauricio Macri, con experiencia en el fútbol, prometió –sin éxito– jugar la serie con hinchas visitantes. Dos semanas después, dos partidos sólo con hinchas locales terminaron con patrulleros destruidos por la barra de All Boys en Floresta, y en Núñez, la de River Plate emboscando al bus que trasladaba al plantel de Boca Juniors.
La mecha corta, de la bomba que explotó a las 15.00 en Avenida del Libertador, se encendió el día anterior en San Miguel, cuando el fiscal Norberto Brotto allanó la morada de Héctor Caverna Godoy y le secuestró ocho millones de pesos argentinos, 15.000 dólares y 300 entradas para el partido definitorio. Al otro día, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, no dudó en responsabilizar al gobierno de la ciudad por su poca cintura. “Cuando combatís a las mafias, muchas veces esas mafias se defienden y hay que trabajar para que esos ataques tengan menos impacto”, dijo.
Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, tomó la pelota, reconoció errores y relacionó directamente la emboscada al ómnibus de Boca con el allanamiento a Godoy: “300 personas que antes entraban a la cancha ayer no pudieron entrar y fueron los protagonistas de todos los desmanes alrededor de la cancha”. Luego, Larreta despejó fuerte y les tiró el fardo a todo el sistema político y a los clubes de fútbol: “Son mafias que están enquistadas en el fútbol desde hace más de 50 años”, esgrimió.
Con oportunismo de goleador, al día siguiente, el presidente Mauricio Macri impulsó en el Parlamento un proyecto de ley contra las barras bravas que tenía encajonado desde 2016. Uno de los puntos principales del proyecto es que será el Estado el que pase a manejar el derecho de admisión en las canchas, en lugar de los clubes. Además, endurece las penas para quienes cometan delitos tipificados en la figura de barras bravas.
Mientras tanto, Martín Ocampo, cesado como ministro de Seguridad de la ciudad de Buenos Aires, volverá a la fiscalía, donde se encargará de investigar sus propios errores. Antes, atribuyó el desborde del operativo clásico a una interna con la Policía Federal. Lo suplantó Diego Santilli, vicepresidente del gobierno porteño y contador público.
Aún no se identificó a ninguno de los tirapiedras de la filmada Avenida del Libertador.
Análisis del entretiempo
En el ring principal de la revista Anfibia, dos pesos pesados en la materia se refirieron al tema. El académico, catedrático e investigador Pablo Alabarces aniquiló al periodismo pro barra de Gustavo Grabia, escritor de un libro sobre la 12 –la barra de Boca– y conocedor de los prontuarios y nexos políticos de todas las barrabravas. Por otro lado, con su particular estilo popular y parcial, Alejandro Fantino responsabilizó de todos los males al difunto Humberto Grondona. Días antes, denunciaba sin pruebas, “una cama” a Boca con la designación del árbitro uruguayo Andrés Cunha.
Carlos Pagni, analista político de La Nación, más rebuscado, tejió todas las suspicacias posibles. Unió los hilos políticos entre Macri, Daniel Angelici y Ocampo, el rol de Elisa Lilita Carrió, los vínculos de Hugo Santilli con River y el poder de los Moyano. Martín Caparrós, desde España, no hizo más que desempolvar una radiografía catastrófica y tiró un par de leños más al incendio del fútbol argentino. Alejandro Dolina, pensante pero desde su sillón burgués, pateó un penal sin arquero. Lamentó la exagerada pasión con la que vive el futbolero argentino, que es víctima de una pobre educación, la que lo lleva a tener pobres objetivos de vida.
Resumen del partido
El fiscal Norberto Brotto trancó a Godoy, que se enojó y se vengó con una patada descalificadora. Godoy vio la roja, pero también sacó de la cancha a Ocampo, que fue sustituido por Santilli para reforzar la seguridad. En un desenlace tenso pero muy anunciado, Macri, Bullrich, Peña y Rodríguez Larreta se pasaron la pelota de lado a lado para no caer en más offsides. Por los extremos, Angelici y Rodolfo D’Onofrio, peleados con la pelota, jugaron siempre la personal. Periodistas y comunicadores, agazapados, se pusieron el equipo al hombro, no escatimaron en pelotazos, jugaron de contra y se llevaron los puntos de rating. Sin titubear, los dueños del partido –Gianni Infantino y Domínguez– le sacaron un poco de barro a la pelota, la envolvieron como nueva y se la vendieron al mejor postor. Comunicado de la Conmebol: la final de la Copa Libertadores de América se jugará el 9 de diciembre en el Santiago Bernabéu, en Madrid, España, Europa.
Simón López Ortega es periodista.