Es muy extraño leer artículos tan bien escritos pero con la presencia evidente de paralogismos de falsa oposición, provenientes de docentes de la casa de estudios creada por el filósofo uruguayo que puso en evidencia este tipo de errores del pensamiento. Sin embargo, ahí están, en pleno siglo XXI, a pesar de los esfuerzos de Carlos Vaz Ferreira por evitar estos razonamientos incorrectos que excluyen una tercera posibilidad. Este es el caso de los artículos de Andrea Díaz y de Fernanda Diab publicados por la diaria.

1) Parten de la premisa de que lo universitario tiene calidad y lo no universitario no la tiene.

Además de no definir el polisémico y polémico término de la “calidad”, tan manoseado en el discurso educativo, especialmente el tecnocrático, asumen que la Universidad de la República (Udelar) es portadora inevitable de ella como virtud inherente a lo universitario. Pero además, y aquí la presencia de la falsa oposición, presuponen que la formación docente terciaria no universitaria de Uruguay no la tiene. Luego desarrollan una serie de tesis derivadas, de alguna manera, de esta primera y principal.

1.1) Los estudiantes universitarios reciben lo mejor de nuestra herencia cultural, los estudiantes de Formación Docente lo peor y más mediocre.

Suponemos que para afirmar eso, quien lo hiciera debería, al menos, conocer con profundidad los dos ámbitos de los que se está hablando. En este sentido, quienes hablan de formación docente deberían mostrar credenciales para hacerlo con propiedad.

Además, cuesta creer que dos instituciones dentro de la misma sociedad, con estudiantes que provienen todos de la enseñanza media, con profesores con diversos recorridos pero pertenecientes a la misma sociedad, sean tan diametralmente opuestas. Cuesta creer que este pensamiento dicotómico que venimos analizando pueda plantear que en una de estas instituciones radica todo lo bueno, y en la otra todo lo malo.

1.2) Los docentes universitarios son amantes del saber y capaces de transmitir ese amor; los profesores de formación docente, no.

Están convencidos de que solamente en la Universidad se puede amar el conocimiento. Resulta difícil pensar que personas que razonan de este modo sostengan, por ejemplo, que un campesino ame su conocimiento sobre la naturaleza al que ha llegado por observación y experiencia, o que un niño de un asentamiento tenga algo para enseñarnos.

Resulta llamativa la preocupación repentina por nuestros hijos y nuestros nietos en estas circunstancias. Sería bueno que no se olvidara que nuestros padres, nuestros abuelos, incluso nuestros universitarios e intelectuales más prestigiosos, fueron educados en nuestro país por maestros con título terciario, no universitario, y aun así se les despertó el amor al saber de manera que al salir de la escuela siguieron leyendo, estudiando, investigando y descubriendo nuevo conocimiento. Los maestros y profesores sabemos lo que ocurre cada día en las aulas, como también lo saben los estudiantes de formación docente, que tienen cuatro años de práctica docente antes de recibir su título para comenzar a ejercer la profesión. Tenemos una visión diferente del ejercicio de la docencia.

1.3) La Universidad está protegida de la productividad, la competencia, el utilitarismo y la sumisión al capitalismo; la formación docente, no.

Parece insólitamente ingenuo creer que la Universidad esté, de alguna manera, separada del mundo y que pueda lograr evitar subordinación a la lógica del capitalismo, especialmente cuando el conocimiento y la información juegan un papel cada vez más importante en la producción de valor. Máxime cuando las universidades a nivel mundial están cada día más alineadas con los requerimientos del sistema económico, mercantilizando sus propuestas al establecer un sistema de créditos, acortar las carreras de grado, crear un mercado internacional de posgrados, cobrar matrícula, depender del financiamiento de proyectos rentables por empresas privadas, etcétera.

Al contrario de lo que suponen algunos universitarios, la lucha que algunos estamos dando en la interna de la formación docente se propone evitar la mercantilización y adecuación de la formación docente a las políticas tecnocráticas recomendadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el Banco Mundial que, claramente, ya han penetrado en la Universidad. En todo caso, sería contra el Plan 2017, que acaba de aprobarse por el Consejo de Formación en Educación (CFE) con la oposición de todos los órdenes, que la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE) debería poner el grito en el cielo.

1.4) Los concursos universitarios son abiertos, puros y ecuánimes; los de Formación Docente, cerrados, mediocres e ilegítimos.

No somos defensores de los concursos cerrados; no lo hemos sido históricamente. Hemos ingresado a nuestros cargos gracias a la existencia de concursos abiertos en los diferentes subsistemas de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP). Entendemos, no obstante, que hay circunstancias especiales que hicieron que se llegara a esta solución. La inexistencia de concursos en Formación Docente durante aproximadamente una década en la mayoría de las especialidades. Hay docentes que desde hace 20 años trabajan en forma interina y sostuvieron, a costa de la precarización de su trabajo, la formación docente. Luego de reconocidas estas demostraciones de interés por la formación docente, mediante un concurso que los prioriza, somos partidarios de exigir que se hagan concursos abiertos con regularidad, como se hicieron históricamente en Formación Docente.

Por otra parte, es necesario aclarar que a los concursos a los que ha llamado el CFE podrán presentarse todos los universitarios (licenciados, magísters, incluso doctores) que hayan trabajado al menos un semestre en el organismo por medio de llamados a aspiraciones.

1.5) En Formación Docente priman los intereses corporativos; en la Universidad el conocimiento desinteresado.

Los intereses están presentes en todas las actividades humanas; desconocerlo puede ser ingenuo en el mejor de los casos o intencionado en el peor. Pensamos que es inevitable que los seres humanos actuemos movidos por nuestros intereses, que pueden ser de diferente índole. Pero asignarle en exclusividad a los colectivos de Formación Docente el carácter corporativo nos parece absolutamente erróneo e injusto.

Es más, nos gustaría analizar las causas del repentino interés de algunos docentes de la FHCE por ingresar a la formación docente no universitaria. Porque, como ya dijimos, quienes se interesaron por la formación docente y son universitarios ya están trabajando en ella. Esta pública y sentida preocupación por el futuro de quienes se forman en las carreras del CFE debe ser también analizada desde los intereses que la mueven. Desde hace unos años, en formación docente se desprende un aroma a universidad, con cambios que apuntan a la existencia de cargos y grados universitarios, con posibilidades de desarrollar las típicas funciones que caracterizan a las instituciones de esta índole: además de la enseñanza, la investigación y la extensión. También hay que considerar que el presupuesto asignado y los sueldos de la ANEP son superiores a los de la Udelar.

Estos, nos parece, son los verdaderos atractivos del inusitado interés. Los universitarios con las condiciones que han tenido para la realización de posgrados, el espacio para la investigación y la mayor facilidad para publicar sus producciones se veían con posibilidades de competir, holgadamente, por los grados superiores de una futura Universidad de la Educación (Uned). Por lo tanto, estos concursos frustran, parcialmente, los planes de desembarcar en la formación docente terciaria y estar en primera fila si se concreta la Uned tan anunciada.

1.6) Los docentes universitarios tienen ética; los de Formación Docente, no.

Se afirma, en el artículo de Andrea Díaz, que la ética debe primar sobre los intereses, que los docentes de la Universidad poseen, además de conocimientos pedagógico-didácticos, conocimientos de la disciplina que enseñan y que continúan estudiando; de ahí deriva su ética.

No dudamos de esto último, pero sí nos preguntamos por qué se supone que los docentes de Formación Docente no continuamos estudiando la disciplina en la que nos especializamos. Sobre todo nos preguntamos de dónde obtienen los docentes universitarios los conocimientos pedagógico-didácticos, porque la propia Unidad de Educación de la Udelar reconocía que hasta 2009 90% de los profesores universitarios no tenían ningún tipo de formación pedagógica ni didáctica. Por lo tanto, la ética docente tampoco fue por mucho tiempo objeto de estudio ni de reflexión institucional de los docentes universitarios. Sinceramente, no entendemos cuál es el fundamento de tales afirmaciones.

Si las premisas de las que parten los artículos que intentamos comentar fueran legítimas, sería difícil explicar algunos fenómenos de nuestra historia de la educación que, justamente, estudiamos en Formación Docente.

¿Cómo podría entenderse que el primer proyecto de facultad de educación haya sido redactado por una maestra normalista hace exactamente un siglo, y que ella misma, Enriqueta Compte y Riqué, haya sido la fundadora del primer jardín de infantes de Sudamérica? ¿O que el primer instituto de investigaciones biológicas de nuestro país también haya sido fundado por un maestro normalista que, como tal, hizo estudios de neurohistología con Santiago Ramón y Cajal, como fue Clemente Estable? ¿Cómo podría explicarse que Julio Castro, también maestro, fuera reconocido como consultor de UNESCO a nivel internacional, además de ser un importante periodista, colaborador de Carlos Quijano en el semanario Marcha? Tampoco sería entendible la vigencia de los textos de Reina Reyes, ni el otorgamiento del título honoris causa por parte de nuestra Universidad a otro maestro, Miguel Soler, también consultor de UNESCO.

Alguien podrá argumentar que estas innegables glorias del magisterio nacional son producto de un pasado del que nos separan no sólo el tiempo sino también condiciones de la cultura totalmente diferentes de las actuales. En ese caso también contraargumentaremos que la distancia temporal y cultural también afecta, indudablemente, a las condiciones actuales de la Universidad de las que produjeron el pensamiento y la personalidad de Vaz Ferreira. Somos, apenas, individuos producidos por las sociedades y las instituciones de las que formamos parte. Herederos, en el mejor de los casos.

Igualmente, nos parece que estos cambios históricos innegables no inhabilitan a ninguna de las dos instituciones. Ninguna tiene la calidad como propiedad esencial, pero cada una tiene una historia, una matriz fundacional, y sobre cada una de ellas los actores, directamente involucrados, deberemos lograr mejoras, para compartir con los nuevos lo mejor de nuestra cultura incorporándolos al hilo del discurso, para criticarlo y continuar construyendo a las instituciones y a la sociedad en su conjunto.

Las instituciones son, con sus defectos. Pero, afortunadamente, tenemos una dimensión instituyente, una imaginación radical que nos permite pensar lo que no existe. Finalmente, coincidimos con las autoras: tomemos lo mejor de lo instituido, universitario y no universitario, perfeccionemos todas nuestras instituciones que son históricas y, por lo tanto, contingentes.

Universitaria o no, la formación docente tiene una clara tarea social: educar a quienes van a educar a las nuevas generaciones. Hagámoslo responsablemente.

Los autores son maestros, profesores de educación secundaria y profesores de formación docente.