Nos acercamos a fin de año y cae el telón de los distintos cursos, diplomas, seminarios, talleres, posgrados, encuentros y varios etcéteras más, en el marco de diversos ámbitos educativos de Uruguay. Sin pretender hacer balances típicos de estos meses, quisiera compartir algunos momentos que entiendo que pueden darnos señales sobre algunos aspectos de la educación. Para ello me valdré de la metáfora del semáforo, y la interpretación sobre a qué hechos corresponden el verde, el amarillo y el rojo corre por mi cuenta. Los lectores también pueden valerse de otras, como un cartel de “pare” o de “no rebasar”, por ejemplo.
Luz verde: fui invitado en octubre a participar en la Mesa Interdisciplinaria sobre Violencia Institucional, en la que, junto con otros profesionales, compartí algunas reflexiones sobre cómo algunas de nuestras propuestas educacionales, sin quererlo, violentan o reproducen distintos mecanismos que, ya estando en juego en las distintas relaciones sociales, imponen distintos grados de violencia de todo tipo.
Más allá de estar abordando una temática sensible, fue valioso y alentador apreciar cómo docentes, equipos técnicos, coordinadores y educadores con distintas formaciones de base y provenientes de distintos espacios educativos intentan reflexionar sobre sus propias prácticas. De hecho, de eso trata la pedagogía: cuestionar, indagar, hallar sustentos, fundamentar. Estimo que compartiendo esa tarde gris en el departamento de San José estuvimos, humildemente, elaborando teoría. Y, con ella, intentando dar sentidos a los quehaceres cotidianos.
La verdad es que no encontramos muchas respuestas, ni mucho menos recetas sobre qué hacer ante las situaciones de violencia. Pero, tal vez, pudimos hacernos mejores preguntas sobre cómo podemos violentar al usar un apodo, distribuir roles, asignar espacios o utilizar lenguajes. La luz verde de la pedagogía fue, en este caso, defraudarnos, quedarnos con las manos vacías, caer en la cuenta de que no todo se puede pautar y protocolizar, porque la educación es una práctica humana y abierta –aunque es necesario que algunas guías sean estandarizadas–. Pero nos quedamos con la mente y el corazón llenos de pensamientos y afectos.
Luz amarilla: una estudiante de la Licenciatura en Ciencias de la Educación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República está abordando cómo distintos actores sociales, educativos y políticos afrontan el inminente desafío de la automatización en el mundo del trabajo. Más allá de que se encuentre en las primeras etapas de indagación y elaboración, a decir por los intercambios generados en el taller de investigación, se trata de una temática inquietante. Más aun, la incertidumbre se amplía cuando se corre el velo del mito que dice que la automatización sólo afectaría a los empleos rutinarios, repetitivos y vinculados a la producción material de objetos, sino que también podría comenzar a influir en puestos de trabajo en los que se requiere más creatividad y que son más simbólicos. Por ejemplo, en base al desarrollo de la inteligencia artificial se podría automatizar protocolos en áreas vinculadas al notariado y al derecho, o diagnósticos en el campo de la medicina.
Sin llegar a comprender el horizonte que se abre ante nuestros ojos, se enciende una luz amarilla como señal que sintetiza los desafíos que también la pedagogía deberá enfrentar, en tanto reflexión sobre lo educativo: qué saberes son los pertinentes y cuáles no, cómo se conciben la ciudadanía y el desarrollo social, cómo y por qué vías se comunican los conocimientos, cómo se articulan el mundo de la educación y del trabajo, cuáles serán las claves para interpretar las dinámicas del mundo, si debemos educarnos para explorar otras áreas de la vida social además del trabajo, cómo organizaremos los materiales, los tiempos y los espacios para llevar adelante los procesos formativos, entre otros aspectos.
Luz roja: ante la reciente inauguración del Antel Arena, circularon distintos comentarios sobre su pertinencia. Por ejemplo, sobre si era el momento de hacerlo, si valía la pena el gasto, si era el lugar para construirlo, si la gente lo necesitaba, o si se debía priorizar otro asunto. Más allá de estos argumentos en los que no entraré, se encendió una luz roja. Podemos estar ante el inmovilismo: no poder hacer nada porque cada acto, obra o palabra puede ser susceptible de objeción, quedarnos cruzados de brazos mirando la historia pasar.
La dinámica de la historia resulta de marchas y contramarchas, luces y sombras, que, en su devenir, conforman un movimiento que apuesta a que la humanidad “sea más”, como diría Paulo Freire, a la vez que condiciona a los que vendrán. Si hacemos foco en el conocimiento, veremos que la humanidad no está inventando la rueda permanentemente, sino que retoma antiguos logros, cuestiona planteos anteriores, o en base a una idea previa profundiza en nuevas líneas. Ello no implica, valga la redundancia, que sea un proceso lineal, pero no volvemos a estar en cero de nuevo.
Obviamente, se puede cuestionar que esos conocimientos sean éticamente utilizados, democráticamente compartidos o base del desarrollo –en todas sus dimensiones– de la humanidad. O que generen nuevas desigualdades porque se distribuyen, aplican o difunden en base a otros criterios. El poder, en un sentido u otro, siempre está presente. Nos queda, entonces, una ardua tarea pedagógica: contextualizar la pertinencia social del conocimiento y no vincularse con él de un modo ya prescripto, de modo de no creer que la historia empieza y termina con nosotros, y no hay más Anteles Arena que hacer en nuestras vidas. Que las tareas de Isaac Newton, Wolfgang Amadeus Mozart, Louis Pasteur, María Reiche y otros gigantes no fueron en vano. Suscitar la admiración también es tarea de la pedagogía.
Mag. Álvaro Silva Muñoz, Departamento de Pedagogía, Política y Sociedad, Instituto de Educación, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República).