Aldous Huxley satirizaba –aunque, sin saberlo, presagiaba– un tipo de sociedad venidera en Un mundo feliz (Brave New World, 1932), construida con el saber científico como base de poder político: pruebas genéticas, selección artificial; el soma1 para cuando algún “feliz” ciudadano se desviaba de la norma. En 1949 George Orwell lanzaba 1984, en el que existía un Estado Totalitario que se basaba en la manipulación mediática como fenómeno de cohesión social, empleando la censura o la tergiversación de acontecimientos como técnicas clave del aparato propagandístico. Ray Bradbury, en su obra Fahrenheit 451, de 1957, incurre en otra paradoja: los bomberos queman libros, en un mundo en el que el Estado impone ideas y pensamientos y en el que opinar, leer y discutir es una violación a la ley. La sociedad sojuzgada por un Estado superpotente sólo tiene una lectura de la realidad. Tres amantes perversos y a la vez muy fuertes: poder científico como base del poder político, manipulación de información como legitimación de poder y el camino a la unidimensionalidad para lograr cohesión social que produzca menos desequilibrios a los gobiernos y al sistema vigente. Veamos.
Enfermizos enfermos
En Uruguay, por ejemplo, la esquizofrenia social se manifiesta de lleno en varias áreas: sobrediagnóstico de enfermedades en niños inquietos, llamado Trastorno de Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH); tratamientos de drogas con otras drogas. La depresión aumenta 18% en el mundo anualmente, y en 2017 Uruguay presentó 5% de la población diagnosticada con esta enfermedad.2 Según datos del portal de Presidencia de la República, Uruguay en 2011 contaba con la tasa más alta de psiquiatras por habitante en América Latina.
¿Tantos enfermos y tan poco soma? Los antidepresivos, por supuesto, cumplen una función clave en el tratamiento de esta enfermedad, pero súmense, para comprender la envergadura del tema, los medicamentos para “curar” los distintos tipos de enfermedades, y agréguense las píldoras para sentirse bien y soportar un día más en el mundo (las pastillas multivitamínicas, las que son para el dolor de cabeza, etcétera). Entonces resulta que sí hay suficiente soma. El control político de una sociedad mediante el control biológico se llama biopoder; consiste en interferir cuerpos para poder dominarlos de una forma armónica, pero dominación al fin.
No obstante, habría que preguntarse una cosa: ¿cuánta de esa depresión (diagnosticada o no, pero depresión al fin) pasa por un estado propio de los sujetos y no por incumplimiento de metas socialmente impuestas, por no poder comprar la casa en la playa o el auto nuevo? En el capitalismo salvaje que nos envuelve a todos, hoy se imponen metas claras de ascenso social, y la ostentación es la herramienta para mostrar ese ascenso. ¿No conseguir el ascenso (codiciado, deseado) no genera acaso estos problemas? Si el problema es social, debe resolverse socialmente, y es necesario dejar de reducir e individualizar un problema socialmente creado.
Sin embargo, la individualización del mal social permite un exquisito control. Individuos que se ven a sí mismos en un estado perpetuo de enfermedad, atemorizados porque no la pueden pasar bien y se “comieron la pastilla”, tienen como corolario la gestación de un conjunto de sujetos que no van a cuestionar las relaciones de poder y que se van a quedar desdoblándose de dolor por la imposibilidad estructural de ascenso.
En segundo lugar, estamos ante el imperativo avance del Ministerio del Interior. La consiguiente invasión del espacio público como nunca antes: cámaras de seguridad, sí. Drones, sí. Escuchas telefónicas, sí. ¡Y todo aceptado socialmente! Discursivamente, la justificación ministerial pasa por que contribuye a generar cierta sensación de seguridad, ¿o no?
Entonces, no es extraño que se haga referencia a una situación de caos social que corrompe el fuerte acero de la estructura social y destruye la vida de las personas. Caos social devenido de la inseguridad que generan unos pocos, los perversos delincuentes. Y acá entra la creación de sujetos responsables de un mal (por lo general, una minoría), “chivos expiatorios”. Son la excusa fundamental, condición necesaria en materia de discurso de seguridad: posibilita la adopción de un montón de medidas de excepción que no se aplicarán sólo a ellos, sino a toda la sociedad.
Lamentablemente, queda excluida la perspectiva de que a estos acusados “criminales” no se les resuelven desigualdades de base, exclusión barrial, abandono temprano del proceso educativo, bajas oportunidades de inserción formal de trabajo (forzándolos a caer en las redes de empleos informales, de baja calificación y peligrosos), carencia de contención familiar y aplicación de sustitutos institucionales. No se resuelve el problema, por eso se ve el síntoma; seguir atacando el síntoma no acabará con el problema.
Por último, lo unidimensional del pensamiento es la base de un tercer pilar para la estabilidad social y el éxito político: la ignorancia (del pueblo) es la fuerza (para los gobiernos). El avasallamiento televisivo con programas de chismes, el fomento del machismo exacerbado en programas de altísimo rating (como Showmatch), el énfasis en crímenes urbanos, como una rapiña o un hurto y, por supuesto, y como cada cuatro años, el Mundial.
Además, la demencia social por el consumo desmedido que otorga una satisfacción superflua también contribuye a inhibir el pensamiento crítico: los shoppings como cura a la insatisfacción cotidiana. Pero también canalizan las esperanzas de lograr una pseudoinclusión en la sociedad: estar a la moda como medio para ser parte.
Después de todo, parece ser que el miedo es siempre a ser un excluido, y parece ser que el consumo te incluye y te libera de los miedos de exclusión. Así, al menos, es la lógica del Facebook, la lógica del ser vulnerable que busca ser incluido siempre. No parece raro que los contactos sean “amigos” y que las nuevas generaciones se esmeren en ser populares, sumar “seguidores” y “amigos”.
Parece ser que los presagios de la ciencia ficción se han venido haciendo reales: ¡Nostradamus sí que debería tener envidia de estos tres futurólogos! Biopoder, control y vigilancia, y pensamientos que no cuestionan el fondo del problema y se horrorizan ante el síntoma: ¿podríamos salir de esta lógica que se viene confeccionando? ¿La guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza? ¿Cuán lejos estamos de las distopías?
Sebastián Sansone es licenciado en Sociología y docente en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República.
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Dícese de la droga legal utilizada en Un mundo feliz para cambiar el estado de ánimo de los individuos que viven en esa sociedad, que tiene como efecto tranquilizarlos (los anestesia). ↩
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http://www.efe.com/efe/america/sociedad/los-casos-de-depresionaumentan-un-18-en-el-mundo-laultima-decada/20000013-3188037 ↩