Y sí. Se impone una constatación. La derecha ha resultado desastrosa administrando la economía. La debacle argentina en poco más de dos años y medio de gobierno de Mauricio Macri y la recesión prolongada de Brasil en manos de Michel Temer han mostrado el daño impresionante que puede hacer, en poco tiempo, la derecha en el poder. Ambos con gabinetes empresariales, ambos siguiendo viejas y conocidas recetas, ambos con apoyo internacional y créditos generosos del Fondo Monetario Internacional (FMI): Eppur... non si muove.
La izquierda –¡quién lo hubiera esperado!– ha demostrado ser una administradora eficiente y confiable de la economía capitalista. Los propios detractores de estos gobiernos, que les reprochan defecciones por izquierda, hacen hincapié en esto mismo: la izquierda ha sido una buena administradora del capitalismo. Y esta es la gran paradoja. Caracterizarse por aplicar una orientación económica en la que no cree, una de la que emerge en su crítica y en su desesperado intento de reemplazo.
Pero, sin duda, la experiencia de los países del “giro a la izquierda” muestra el enorme éxito económico que han tenido. Con la izquierda “realmente vivimos mejor”, podría decirse. Países como Bolivia y Ecuador, de crisis endémicas permanentes y con un nivel de subdesarrollo crónico, experimentaron un importante crecimiento bajo los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa. Brasil y Argentina, por su parte, lo han hecho a ritmo sostenido, superando el estrangulamiento económico de la “década perdida” de los 80 y los pobres resultados de los “neoliberales” años 90, con sus estallidos financieros finales a inicios de los 2000.
¿Qué decir de Uruguay, entonces? Nuestro país no había vivido un ciclo de crecimiento tan largo desde la década “de oro” de los años 50. Y por mucho que la oposición y los grandes medios quieran neutralizar este logro, es tan vivencial y directo que sería como querer tapar el sol con un dedo.
¿Por qué la izquierda, tan crítica con el capitalismo, ha sido tan exitosa económicamente? ¿Y por qué los principales defensores del capitalismo son tan pésimos administradores? Quizá por eso mismo. Porque lo único que podemos hacer con el capitalismo nosotros, países periféricos y con pasado colonial, es resistirlo de todas las maneras posibles. Con políticas. Con política (eso en lo que no cree la derecha). Porque esa condición –la de capitalismo periférico– nos terminaría hundiendo. Como está hundiendo a Macri y a Temer. Más aun: quien mire de afuera a estos gobernantes bien podría calificarlos de “cipayos” o “títeres” de las potencias del capitalismo central. Todo lo que pierde Brasil lo gana un mundo que lo miró crecer con desdén. Todo lo que pierde Argentina lo ganan sus devoradores de siempre (los tenedores de deuda, los empresarios insaciables, los fondos buitres). Pero supongamos que no fueron sólo “títeres”, sino que estuvieron animados por buenas intenciones... supongámoslo por un momento. Ese es un buen punto de partida.
¿En qué fallaron? ¿Cómo fallaron? ¿Cómo poniendo el poder en manos de sus empresarios –los “generadores de la riqueza”, según ellos– no consiguieron tener niveles de inversión mínima ni impedir la fuga de capitales? ¿Cómo teniendo el apoyo de los poderes imperiales y desfilando en todos los foros de Davos no consiguieron siquiera mantener estable una economía que, con todos sus defectos, crecía y mantenía controlada la inflación y el dólar?
Malos, pésimos administradores. Incapaces de reconocer lo más simple. Y es que el capitalismo funciona mal, muy mal. A la enorme riqueza que el mundo está en condiciones de producir le sigue una lógica de concentración del capital que condena a la miseria a millones y millones de personas. Ya lo sabían los viejos socialistas y lo vemos los de hoy, todos los días. Y, aunque no nos reflejamos en la experiencia concreta del socialismo real, es imperativo seguir pensando cómo hacer del mundo un lugar más vivible sin olvidar el viejo ideario socialista.
Los éxitos económicos obtenidos por la izquierda se debieron a que esta –con todas las fuerzas que tuvo, que a veces no fueron tantas– evitó y amortiguó los efectos concentradores de la lógica de acumulación de capital. Lo hizo teniendo en cuenta dos actores: el Estado y los sectores populares. Redistribuyó hacia el Estado (capturando activos públicos, recuperando fiscalidad, implementando reformas tributarias) y redistribuyó para los amplios sectores populares (a través del gasto público en salud y en educación, a través de las políticas sociales, a través de las políticas laborales). A veces intentó redistribuir –en Brasil y Argentina claramente– a favor de la empresa nacional y de la “burguesía” nacional (nunca consiguió su lealtad). Construyó poder político para amortiguar el poder económico. Y fue el control político de la economía el que explicó estos éxitos.
Sí, es verdad que hubo “viento de cola”. Y mejores condiciones para América Latina como resultado del aumento del precio de los commodities y de la emergencia de países como China, cuyo consumo financió la producción del mundo, especialmente del nuestro. Pero si en esa peculiar coyuntura externa no hubiera existido esa inteligencia política, la ola habría pasado sin que hubiéramos acumulado nada. No fue el caso.
La izquierda ha sido sabia y exitosa administrando el capitalismo. Ahora bien, la izquierda podría hacer más, ¿qué duda cabe? Y resistir más y mejor al canto de las sirenas que repiten los medios y el mainstream económico todos los días. Sí, de acuerdo. Pero, contrastada con su opositor, con la derecha, ha ganado todos los premios en la región. Y si no consigue más confianza entre aquellos a los que ha beneficiado largamente (los trabajadores, las mujeres, las clases medias, los pequeños comerciantes, entre otros) es porque existe aquello que Karl Marx llamaba “la ideología”: la falsa conciencia que hace que los explotados defiendan los bienes del patrón con un ardor como si fueran los suyos.
La derecha ha lucrado insistiendo en aquello en lo que la izquierda es débil, o en lo que se debilitó. Su discurso no va mucho más allá de los temas de la corrupción y la seguridad. En esto no ha avanzado mucho. Pero su programa para desarrollar una economía pujante simplemente no existe. No sabe cómo hacerlo. Nunca ha sabido. Por eso ha fundido países enteros, cual si de empresas se tratara.
A la derecha le falta leer más, ser más ilustrada. Sus argumentos son débiles, deslucidos; sus bibliotecas están en desuso. También le falta ser más “patriota” frente al capitalismo transnacional y los poderes dominantes. Pero lo suyo es la captura emocional del prójimo, incendiado a través de discursos descalificadores y, en algunos casos –en Brasil, en Argentina– del odio puro y simple. La derecha se nutre del puro malestar, de ese malestar difuso que se alimenta de “posverdades”, de argumentos a medias, de descalificaciones inmediatas, de eslóganes y consignas simples frente a las cuales una verdad compleja no resiste.
No precisamos (sólo) ganar una campaña electoral. Precisamos ganar mucho más que eso. Nuestra lucha no es sólo en el terreno del corazón sino, siempre, en el terreno de las ideas. En esto somos buenos. Siempre lo hemos sido. Por lúcidos, por ilustrados y, sobre todo –de eso da cuenta nuestra historia–, por valientes.
Constanza Moreira es senadora de Casa Grande, Frente Amplio.