Hace más de 12 años, antes de iniciar este largo camino de institucionalización de los procesos de selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas, le pregunté si no le parecía absolutamente irracional la exigencia de que quien se ponga una camiseta celeste y haya nacido en el mismo lugar que Nasazzi y Obdulio deba ganar sin importar condiciones, infraestructura ni preparación. Óscar Tabárez me contestó: “Eso es producto de un clima emocional que siempre nos invade cuando hablamos de deporte y, particularmente, de fútbol. Nos movemos muy emocionalmente. Atacamos los problemas en un momento cercano a la situación límite, pero jamás hemos tenido una preocupación constante por ese problema ni por resolverlo o encararlo definitivamente y con una idea de largo plazo”. Y agregó: “Es en eso en lo que, modestamente, aspiramos a provocar un cambio”.

Era marzo de 2006, habían pasado 16 años y 11 directores técnicos (Luis Cubilla, Ildo Maneiro, Roberto Fleitas, Héctor Núñez, Juan Ahuntchain, Roque Máspoli, Víctor Púa, Daniel Passarella, Juan Ramón Carrasco, Jorge Fossati y Gustavo Ferrín) desde que Tabárez había dejado la celeste, tras la eliminación al perder con Italia en el Mundial de 1990. En ese período Uruguay logró el título de campeón sudamericano en 1995, en la Copa América que se organizó en nuestro país, y se clasificó al Mundial de 2002, en Corea del Sur-Japón, en el que quedó prontamente eliminado en la fase de grupos. No pudo clasificarse a los mundiales de 1994, 1998 y 2006.

El ombligo del mundo

Ese día (era marzo de 2006 y aún no había asumido) le pregunté cómo pensaba hacer, qué creía que podría pasar en unos años si él seguía al frente de las selecciones nacionales, y me dijo que apuntaba a una transformación. “Lo vamos a hacer en la selección y pretendemos que se generalice en todos los niveles del fútbol del país, incluyendo, por supuesto, todos los clubes de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), en donde nos apoyaremos en nuestras ideas, pero fundamentalmente en la práctica de los que hacen las cosas bien desde hace tiempo en nuestro fútbol. Apostamos a que se dé naturalmente la teoría de la irradiación, o sea, ser un foco en el que se trabaja de determinada manera, apuntando a que eso vaya generando de a poco un cambio cultural que tenga bien en claro lo que es un niño, lo que es un adolescente, y que en función de sus características se haga todo tratando de no violentarlas, de no atacarlas, y que después, a la hora de prepararlos como posibles talentos para la alta competencia, sea a través de metodología. Hay que respetar las características de la personalidad del niño y el adolescente en las diferentes edades, pero también es necesario que tengan muy claro cómo es la elite de cada deporte para tenerlo como norte al que apuntar toda la preparación. Hay que sacarse ciertas ideas culturales que están muy afirmadas y que en el fútbol parecen ser un rasgo muy marcado, como que en determinados momentos nos creemos el ombligo del mundo, y eso pasa porque no tenemos una perspectiva clara acerca de lo que es Uruguay en el concierto mundial. Ahora la triste realidad de los resultados nos está cambiando un poco”.

Tabárez pasó desde aquel día hasta hoy 151 partidos dirigiendo en la cancha a la selección (al mando de la selección y con contrato vigente fueron 155, ya que en dos estuvo suspendido y en otros dos no pudo viajar por razones de salud), y Uruguay consiguió clasificarse a la fase final de los tres mundiales comprendidos en este período (2010, 2014 y 2018), con destacada participación, y ganar la Copa América de 2011 en Argentina. Nunca un director técnico había estado tanto tiempo al frente de una selección uruguaya. Nunca alguien había dirigido en el mundo tantos partidos a una misma selección. Nunca habíamos llegado a tantos mundiales de todas las categorías consecutivamente. Nunca habíamos sido finalistas de mundiales consecutivamente (México 2011 en sub 17 y Turquía 2013 en sub 20). Nunca en este siglo habíamos sido campeones sudamericanos en juveniles (el último título era de 1981). Nunca habíamos soñado con volver a ser competitivos en todo sentido y con proyectarnos como casi un milagro del fútbol mundial.

Nunca en los últimos 50 años la selección había traspasado los umbrales de lo futbolero y se había logrado una comunión de tanta intensidad con el pueblo. Todo esto ha ocurrido con Óscar Washington Tabárez, muy bien secundado por Celso Otero, Mario Rebollo, José Herrera, Fabián Coito y tantos otros. Sin embargo...

Favorito

Fue el otro día. Lo que muchos de nosotros habíamos esperado, hasta con ansiedad y angustia, sucedió: por tercera vez consecutiva Tabárez y su equipo acordaron su vinculación con la AUF por cuatro años más para dirigir a las selecciones nacionales. Tania, la hija, la periodista, la seguidora, la hincha celeste, tuiteó: “Otra vez la montaña rusa, otra vez las voces en contra y a favor, otra vez la historia y los sueños celestes. Arriba nosotros, ¡porque la vida es construir y el camino está lleno de recompensas!”. Esa expresión de alegría y deseos pudo haber sido de cualquiera de nosotros, y entonces a nuestras voces de gusto, aliento y expectativa se sumaron descalificaciones e insultos. ¿Por qué? Con la digitalización de la vida y las innovaciones tecnológicas hoy cualquiera puede hacerle un photoshop a la realidad y presentarlo como quiera para conseguir los fines perseguidos. Para ello no se necesitan más que tres o cuatro acciones falaces (las fake news son eso, mentiras), y rápidamente en el Gran Hermano de la vida generan rechazos y aprobaciones sobre una gestión, disparando en el boca a boca bajadas de pulgar, como si se tratara de un jurado dirigido por Jaime Durán Barba. Después de Rusia 2018, después del quinto puesto, de las decenas de jugadores promovidos, daba por cierto en nuestra realidad modificada que ya con este renacimiento para el fútbol celeste no existirían ni actores, ni ejércitos de trolls, ni argumentos perversos, concubinos de la oportunidad y del utilitarismo del resultado, que socavaran lo que unos cuantos de nosotros proyectábamos como casi intocable, dinámico pero inamovible, como concepto central de proyecto, orden, trabajo y desarrollo. Pero sí. Eso pasa en la vida paralela de los medios sociales, que no es la de los sueños. Y aquí estamos, una vez más, con nuestros nuevos sueños siempre.