Esta noche, en medio del silencio en la ciudad de Guatemala, el presidente Jimmy Morales echó a andar un golpe de Estado.
En su más reciente aparición pública, Morales finalizó, en forma unilateral, el convenio firmado con las Naciones Unidas en 2007 para crear la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), creada para apoyar la ineficiencia del Sistema Nacional de Justicia. Al mismo tiempo, exigió la salida de los diplomáticos de esa dependencia en 24 horas. Para llevar a cabo todo esto, Morales (primer interesado en deshacerse del ente internacional antes de que termine su mandato, pues está siendo investigado por recibir millones de dólares durante su campaña, igual que su hijo y su hermano por lavado de dinero) cuenta con el visto bueno de la embajada estadounidense y con todo el apoyo de la cúpula empresarial, ya que varios de sus miembros tienen abiertos procesos en su contra por evasión fiscal y financiamiento electoral ilícito. En reacción a este exabrupto, el Ministerio Público y la Corte Suprema de Justicia se opusieron, pero Morales, envalentonado por los militares, desconoció a las cortes y no acató sus mandatos, otorgándose poderes absolutos. En su alocución, el mandatario estaba rodeado por personas que han sido “víctimas” de las investigaciones de la comisión, incluyendo a dos ciudadanos rusos que fueron juzgados y condenados por la compra de pasaportes guatemaltecos. Estos dieron testimonio de haber padecido “abusos” en su contra durante el proceso.
La cruzada contra la CICIG ha sido el principal tema en los tres años del gobierno de Morales, pasando por alto el alza de la tasa de crímenes y de desnutrición infantil, así como el desabastecimiento de medicamentos en los hospitales y los sueldos de hambre que reciben los profesionales de la salud; tampoco importan las condiciones horrendas en que se encuentran las carreteras que conectan al país con México y con los países vecinos de Centroamérica, ni la falta de escuelas en el interior del país, y ni hablar del desempleo, que crece en forma rampante y que sumerge a la cada vez más desamparada clase media, que debe buscarse la vida en la economía informal, cuando no en la ilícita.
Aquí tampoco se dijo nada ante la muerte de dos niños menores en manos de las autoridades estadounidenses: con timidez, el gobierno fingió pedirle explicaciones a las autoridades estadounidenses, cuando la causa de la muerte de los dos niños (y de muchísimos más que nunca llegarán a registrarse, tanto dentro del país como en la travesía hacia el norte) no es la mala práctica de los médicos estadounidenses sino el abandono absoluto en el que vive la mayoría de la población rural.
La única prioridad para la clase dirigente es perpetuar la impunidad, garantizar los privilegios y recetarse un siglo más de corrupción, robo y condiciones favorables para la rosca alrededor del poder.
Como colofón, los medios independientes, tanto impresos como de radio y de televisión, están casi asfixiados económicamente y sus páginas sufren bloqueos que impiden leerlos por internet, mientras que la televisión abierta, propiedad del mexicano Ángel González (principal financista de todos los presidentes desde hace cuatro o cinco períodos), justifica el discurso oficialista y distrae la atención del tema con cortinas de humo.
Son las siete de la noche mientras escribo esto, y desde mi ventana veo que aquí no pasa nada: la gente sale del trabajo, bebe una copa en el bar de la esquina, aborda el autobús o hace fila en los semáforos mientras los de arriba brindan por su victoria. ¿Qué le pasa al guatemalteco que no se entera, o si lo hace no alza la voz en contra del golpe? ¿Cuánta desfachatez y retroceso hacia el oscurantismo hay que soportar por parte de las autoridades (por las de turno, por las que vienen y por las que vendrán a seguir defendiendo a los poderes oscuros)? Siglos de violencia colonial, despojo y sumisión como único modo de supervivencia parecen haber logrado el efecto de amaestrar a la población que, anegada por la inseguridad y por vivir con lo justo para pasar el día, no tiene un instante de tregua. No hay tiempo para llenar los pulmones de oxígeno y refrescar la mirada en el cielo azul, porque aquí sólo hay nubes negras.
Leonel González es médico guatemalteco, colaborador en publicaciones culturales.