Se puede decir que en las elecciones del domingo 27 de octubre culminó un proceso iniciado en la década de 1990: la pérdida del carácter de instrumentos catch all de los partidos políticos tradicionales (PPTT). De ese modo son denominados los partidos que buscan atraer votantes con diversos puntos de vista o ideologías, incluso contrapuestas entre sí. El caso de los PPTT uruguayos fue paradigmático a nivel internacional, y eso en parte explica su persistencia por más de un siglo y medio. Si recordamos los sectores y candidatos presidenciales en las elecciones de 1971, la caracterización queda por demás clara. En el Partido Colorado (PC) los votos por la fórmula Jorge Pacheco-Juan María Bordaberry confluyeron con la de Amílcar Vasconcellos-Manuel Flores Mora. Los primeros devinieron en dictador y embajador de la dictadura; los segundos, en firmes opositores a ella desde el primer día. En el Partido Nacional (PN) se observa lo mismo: Wilson Ferreira y Carlos Julio Pereyra, por un lado, y el general Mario Aguerrondo y demás progolpistas, por otro. Los votos de Wilson, sumados a los del naciente Frente Amplio (FA), significaron más de la mitad del electorado; sin embargo, resultó electo Bordaberry. Luego de la dictadura, ese funcionamiento se restauró, y en los lemas blancos y colorados era posible identificar sectores con ideas y programas contrapuestos que sumaban votos y que a la vez tenían respectivas afinidades con sectores del otro lema.

La dinámica política de los años 90 fue modificando y clarificando paulatinamente esa realidad, en paralelo con los fracasos sociales y económicos de gestiones gubernamentales coligadas de los PPTT o de sectores de estos. La reforma constitucional de 1996, al introducir el candidato único por lema tras elecciones internas, fue otro factor que actuó en igual sentido. Al natural crecimiento por recambio generacional de la izquierda nucleada en el FA se le fue sumando importantes contingentes de ciudadanos de ambos lemas tradicionales, frustrados por las pérdidas de los respectivos perfiles wilsonistas y batllistas primigenios y el predominio de posturas conservadoras en lo político y neoliberales en lo económico. De ese modo, la izquierda histórica se siguió ampliando y fue incorporando sectores reformistas, consolidándose una alianza social y política de izquierda-centroizquierda que en 2004 alcanzó el gobierno y lo mantuvo tras dos nuevas instancias electorales.

La gestión gubernamental del FA puso en jaque a los PPTT. Desprovistos de sus alas de centroizquierda, navegaron entre una oposición maximalista conjunta y la necesidad de diferenciarse entre sí. El PC, visualizado como el mayor responsable de la aguda crisis socioeconómica de 2002 y encabezado por Pedro Bordaberry, que apostó a las propuestas de mano dura en los temas de seguridad, pagó el precio más caro en sucesivas elecciones. Recientemente, la emergencia de Ernesto Talvi buscó recuperar una posición más centrista en lo social, aunque manteniendo el anclaje liberal económico, propio de su mentor Jorge Batlle. El resultado, inicialmente exitoso, resultó efímero y terminó provocando fugas por la derecha.

En el PN, a 30 años del fallecimiento de su impulsor, del progresismo wilsonista no queda nada. El predominio del lacallismo es tal que desde hace tiempo es difícil encontrar una iniciativa progresista en lo social o en lo económico. A eso se agregan propuestas similares a las promovidas por Bordaberry en 2014 sobre seguridad.

La emergencia y la consolidación electoral de Cabildo Abierto en el escenario nacional expresan la culminación del proceso de pérdida del carácter catch all de los partidos tradicionales uruguayos.

“Se acabó el recreo para los delincuentes y para los corruptos”, afirmó el ex comandante en jefe del Ejército Guido Manini Ríos, devenido en candidato presidencial por el nuevo partido Cabildo Abierto (CA). Colorados, blancos, votantes sin partido e incluso algunos ex frenteamplistas, militares y civiles, ávidos de un discurso de ese tipo en un contexto de alta sensibilidad ante las problemáticas de inseguridad, se identificaron rápidamente con ese liderazgo. Lo paradójico es que la demanda por un “ejercicio de autoridad”, habiendo sido construida simbólicamente por los PPTT, culminó siendo apropiada en su representación por CA, que de paso fagocitó parte de las alas derechas de aquellos. El resultado de los flujos totales, es decir, de la captación por parte de los PPTT de sectores fugados desde el FA y de la pérdida de sus bases más conservadoras hacia CA, no sólo no provocó aumento del caudal electoral de los PPTT, sino que lo redujo.

Producto de esta nueva realidad, el espectro político-ideológico nacional se ha clarificado. Existe un bloque de izquierda-centro izquierda que, aunque disminuido, sigue siendo el sector mayoritario, con 40% de los votos luego de 15 años en el gobierno. Por fuera de él queda poco espacio para planteos progresistas, salvo los referidos a los temas ambientales, de incorporación tardía en la agenda del FA. El Partido Independiente, autoproclamado de centroizquierda, prácticamente desapareció electoralmente, subsumido en su reivindicada alianza con la centroderecha.

El PN es hoy una clara y consolidada expresión de centroderecha, liberal en lo económico y conservador en lo social y político. Sus votaciones durante estos años y su propuesta económica así lo indican. Y dado su peso electoral, tiene capacidad articuladora de un bloque de centroderecha-derecha opuesto a la continuidad gubernamental del FA. En este nuevo contexto, el PC no logra consolidar un espacio propio. No es opción de derecha política porque el lugar ha sido ocupado por CA, no es opción de centroizquierda porque del viejo batllismo queda poca cosa y el FA recambió rápidamente su oferta y elenco, y el espacio liberal económico ya está expresado en forma potente por el PN.

En resumen, la emergencia y la consolidación electoral de CA en el escenario nacional expresan la culminación del proceso de pérdida del carácter catch all de los PPTT uruguayos. A la paulatina merma de sus sectores progresistas –identificados con el wilsonismo y el batllismo primigenio– ocurrida durante la década de 1990, que llevó a consolidar al FA como potente bloque progresista en este siglo, se agrega ahora la captura de sus sectores más conservadores por parte de una emergente y autónoma derecha que tendrá un peso importante en la realidad política nacional.