La inesperada votación frenteamplista del domingo 24 dejó un gusto agridulce. Alguien escribió: “Nunca hubo una derrota tan dulce, ni una victoria tan amarga”. A los frenteamplistas, que esperaban verse derrotados por cuatro o cinco puntos porcentuales, el “empate técnico” les permitió recuperar autoestima, entusiasmo e identidad. Aunque ven muy difícil descontar los votos que faltan, sienten que aún no se han ido y “ya empezaron a volver”. Para la coalición opositora, en cambio, ver cómo se retiraban los anuncios del triunfo de Luis Lacalle Pou en las portadas de algunos medios de comunicación y eran reemplazados por un cauto “empate técnico” redundó en pérdida de entusiasmo, dudas sobre el resultado, y la pérdida de la sensación de ser “dueños” de la mayoría del país.
Es por eso que el lunes ganadores y perdedores parecían confundirse en una suerte de “estado del alma” en el que el Frente Amplio (FA) se sentía victorioso (aunque no lo fuera), y la oposición se sentía acorralada (aunque no lo estuviera). La rapidez de los anuncios sobre un posible gabinete, así como los desmanes del Centro Militar –y las amenazas de intervenciones violentas de un ex militar–, deben ser entendidos en el marco de la ansiedad por recuperar el terreno perdido el domingo. También la demanda de un pronunciamiento de Daniel Martínez para confirmar un resultado invoca un simulacro de fuerza, en medio de una profunda interrogante: ¿qué suerte correrá el próximo gobierno con una izquierda tan poderosa y unos aliados tan poco confiables?
Razones de una votación inesperada
Todas las encuestadoras tendieron a converger en una intención de voto de 44% para Martínez-Graciela Villar y de 50% para Lacalle-Beatriz Argimón. A eso se sumaba el magro resultado de octubre para el FA y la casi segura mayoría de 50% que las encuestadoras vaticinaban que tendría una coalición “multicolor” que se había armado rápidamente después de la primera vuelta. Además, la trayectoria anterior indicaba que el FA entre primera y segunda vuelta no conseguiría alzarse con más de 100.000 votos, como indicaban los balotajes de 1999, 2009 y 2014.
La reacción del FA a estos resultados parece haber sido exitosa: la conquista voto a voto que determinó el traspaso de las responsabilidades de los dirigentes a los militantes y simpatizantes en la búsqueda de la empatía hacia los votantes indecisos o que podían eventualmente cambiar su voto algo tuvo que ver con el resultado. También el decidido apoyo del FA a los que venían a votar del exterior y la voluntad de los miles que vinieron a sufragar el domingo.
Sin embargo, el resultado no ha sido bien explicado hasta ahora, y quizá sea muy difícil ensayar una explicación única. Tres factores han sido enunciados en diversos análisis.
El primero, es un error de las encuestadoras. Con raras excepciones (Opción Consultores), las encuestadoras explicaron su error de predicción basándose en un desplazamiento de votantes hacia la fórmula Martínez-Villar en la última semana (el “efecto Atocha” de Óscar Bottinelli). Más allá de las dificultades de explicar la varianza electoral por acontecimientos determinados y, más aun, producidos en las últimas horas antes de la votación, lo cierto es que las encuestadoras no previeron un resultado tan ajustado. Cabe consignar que dos de las más importantes y serias tuvieron la responsabilidad de comunicar que estábamos ante una elección más pareja de lo esperado. De lo contrario, si hubiera triunfado la idea de aferrarse a sus datos anteriores, lo más probable es que los medios hubieran anunciado abiertamente el triunfo de un candidato que sólo más tarde se vería comprobado. Ahora bien, ¿por qué razón encuestadoras que habían anunciado con tanta fiabilidad los resultados de octubre, mucho más complejos que la elección puramente binaria de noviembre, le erraron? Era más fácil errarle al resultado del Partido Colorado o al de Cabildo Abierto en octubre (que rondaban el 10%) que al resultado de una elección entre fórmulas.
El segundo factor es la campaña propiamente dicha. En este pesan dos consideraciones. La primera es el éxito del FA en su campaña voto a voto, y la teoría de la “espiral del silencio” que indica que el voto vergonzante (el voto “oficialista”) estuvo subestimado en la proyección de datos de las encuestadoras. La segunda, y muy especial, consideración la merecen las declaraciones de Guido Manini Ríos, así como el repudio que generaron en una buena parte de la población, lo que se sumó al silencio que la coalición “multicolor” mantuvo sobre esto. Esto podría haber tenido impactos sobre el “clima de opinión”, que hoy resulta difícil estimar. Al mismo tiempo, las afirmaciones emanadas del Centro Militar, en clara actitud confrontativa, más propia de los años de la Guerra Fría que de la época actual, fueron leídas en clave complementaria con el mensaje de Manini. Pero eso, ¿cómo pesó?
La paradoja de esta elección, caracterizada por la contienda entre dos candidatos (o fórmulas), es que los liderazgos, en última instancia, pesaron poco en la creación de los climas emocionales que dominaron la campaña. El FA había elegido el mensaje de que “dos modelos de país” se confrontaban, y fue tremendamente exitoso en eso. La oposición había optado por “el cambio” (y, bajo cuerda, por el “se van”) y también fue exitosa en su mensaje. Los candidatos apenas simbolizaban estas perspectivas más amplias, más dramáticas, más políticas. Tómese nota para un análisis simplista de los balotajes como contienda de gladiadores en la arena. Tiene que ver con cualquier cosa menos con eso.
Sólo muy pocos compartirían un armado de gobierno que les dé a ex militares la posibilidad de colonización de áreas enteras de la política social, que hoy son regidas, justamente, por la agenda de derechos.
Lo que parece claro que triunfó en este último mes no es precisamente “la esperanza”, sino el miedo. El miedo a un gobierno de derecha, ya no conocido (como las viejas coaliciones entre blancos y colorados), sino parcialmente desconocido (por la inclusión de partidos de extrema derecha), despertó una gran ansiedad en muchos electores. El clivaje izquierda-derecha parece haber sido reemplazado por uno muy anterior, respecto del cual los uruguayos guardan una memoria de luto: el clivaje civiles-militares. La democracia fue el gran aglutinador y el consenso debajo de toda la contienda. Todos salimos a defender la democracia.
Y todos festejamos que en una elección tan reñida, y cuyos resultados aún no se conocen, la democracia esté indemne. Viendo los anuncios de fraude realizados a lo largo y a lo ancho del continente, es una gran cosa que nadie dude del funcionamiento de las democracias, los partidos y la Corte Electoral.
Más allá del desenlace final, la coalición deberá tomar nota de que la defensa de los derechos humanos y la agenda de derechos aún constituyen el núcleo duro de una política posible en la escala de la democracia uruguaya. Y sólo muy pocos compartirían un armado de gobierno que les dé a ex militares la posibilidad de colonización de áreas enteras de la política social, que hoy son regidas, justamente, por la agenda de derechos.
Para el FA, una enorme lección. El despliegue de miles y miles de simpatizantes comunes que sintieron que debían esforzarse por conquistar los votos que el FA no tenía habla bien de la fuerza cultural de la izquierda, más allá de sus organizaciones. Si el voto a voto triunfó fue porque el FA abrió una puerta para que militantes no orgánicos, nucleados en torno a sus preferencias (músicos, abogados, trabajadores de la salud, deportistas), y no a una estructura, pudieran ser los protagonistas de su propio destino.
Si esto fuera así, el desafío del FA para los próximos años será transformar toda esa movilización en organización (de otro tipo) y canalizar toda esa energía que se puso a disposición para la política y que defenderá los derechos conquistados. El FA mostró que tiene músculo para la resistencia y la esperanza, un músculo que no parece hoy haberse debilitado tanto en los años en que bases y partido estuvieron defendiendo al gobierno. Si esto fuera así, larga vida al FA y a las izquierdas que acudieron en su ayuda.
Constanza Moreira es senadora del Frente Amplio.