“[...] la resistencia nunca amainó”. H Cerutti Guldberg

El desconocimiento sobre lo que sucede en Nuestra América, ignorarnos, dejar de lado nuestros problemas, es una sombra que nos acecha desde que el conquistador europeo llegó a estas tierras. Balcanizar esta zona no es un proyecto novedoso; fue lo que planteó y concretó Inglaterra (mediante Lord Ponsomby) con nuestras provincias del Plata (y lo que sucedió en toda Nuestra América): dividir para controlar mejor y de esta manera obtener mayores riquezas. Ahí estaban las oligarquías locales para “dirigir” esos proyectos: siempre subordinadas y aliándose a las potencias hegemónicas de turno.

La realidad regional actual nos permite afirmar que las mayorías oprimidas seguirán siendo tales si no se logra un cambio profundo del proyecto social, político y económico. Sin embargo, en este momento nos topamos con un problema que es sumamente complejo de sortear: los sectores dominantes no están dispuestos a disminuir sus privilegios y es por eso que han desatado la represión en Chile, Bolivia, Brasil, Colombia y Ecuador.

En escritos anteriores hemos reflexionado e intentamos fundamentar la importancia del pensamiento crítico como un ámbito que posibilita el desarrollo de ideas, conceptos, categorías, propuestas, análisis, etcétera, que permiten pensar la realidad en la que vivimos. Pero este pensar no es un pensar sin más; es un pensamiento comprometido. Tampoco es un compromiso con cualquier situación; es un compromiso con los cambios necesarios para que todos los seres humanos puedan desarrollarse y convertirse en sujetos y que finalmente se pueda plasmar la liberación de las grandes mayorías hoy sojuzgadas por la lógica del sistema dominante, convertida en una bestia devoradora.

La pensadora argentina Maristella Svampa (2016) plantea algo que compartimos, y queremos detenernos en ello porque nos parece que coloca un punto que nos permitirá continuar reflexionando en la dirección de nuestro trabajo. “Uno de los grandes déficits de la teoría social latinoamericana es el déficit de acumulación. [Esto] no se debe [solamente a] dictaduras y exilios, sino también a la recurrente desvalorización y al olvido de lo que hemos producido y elaborado en estas latitudes. Existe así una dificultad propia en la construcción del legado, asociado a la gran debilidad en la transmisión –académica y extraacadémica– [...] acentuada por el modo tan contundente con el que tantos académicos e intelectuales latinoamericanos hacen tabula rasa –vaivenes políticos y giros epistemológicos mediante– sepultando, a través de una dialéctica sin síntesis, debates y categorías que convocaron en otras épocas una parte importante del pensamiento crítico” (Svampa, 2016: 13).

Nos parece que esta cita coloca un tema fundamental que pretendemos exponer (aunque sea brevemente). La producción de pensamiento crítico latinoamericano (PCL)1 tiene entonces algunos elementos que no permiten su consolidación y expansión. Se desconoce muchas veces lo producido en esta línea de pensamiento. Esa tabula rasa, al decir de Svampa, no parece casual, sino que parece ser parte de un mecanismo o una lógica que lleva a percibir y autopercibir lo latinoamericano como algo de menor calidad. En otras palabras, es algo mal visto desde espacios que juegan un rol central en la construcción de ideas (academia, periodismo, campo político, etcétera).

En este punto creemos que Pierre Bourdieu nos brinda algunos conceptos claves para pensar y elaborar e intentar entender este problema. En alguno de sus trabajos plantea que en la academia existen múltiples luchas y tensiones entre los miembros de esta comunidad tan particular. Las disputas son en diversos planos: teóricos, políticos, económicos. Allí se juega entonces una lucha por imponer lo que cada grupo entiende por verdadero, bueno o justo. En definitiva, se intenta tener el monopolio del poder simbólico. Sin dudas que la línea del pensamiento crítico latinoamericano no tiene influencia a nivel académico, no ha podido convencer que sus puntos de vista son los adecuados para ayudar a transformar la realidad, es decir que su poder simbólico es escaso y en algunos países es prácticamente nulo (Uruguay, por ejemplo).

Este punto nos lleva a pensar en una polémica entre Augusto Salazar Bondi y Leopoldo Zea: ¿existe una filosofía latinoamericana? Sin entrar en los detalles de esta polémica, lo que queremos extraer es una de las conclusiones que deja Salazar Bondi: nuestro continente desde la conquista y hasta la actualidad ha sido sometido al dominio de diversos imperios extracontinentales, y esto no permite (para este autor) que exista una filosofía auténtica latinoamericana, sino reproducciones/copias europeas o estadounidenses. En cierta forma consideramos que esta es la lógica que está detrás de la no acumulación del legado del PCL: al ser un continente sometido, las posiciones que expresan una posición epistemológica-política que afirma lo latinoamericano quedan también sometidas (o por debajo) de otras opciones o formulaciones teóricas que tienen financiación y logran un diálogo-reconocimiento con otros centros de investigación (aunque sea desde una posición subordinada).

Es la lógica que denuncia Enrique Dussel con insistencia: la mayoría de los académicos e intelectuales latinoamericanos son “sucursaleros”: no tienen pensamiento propio, no tienen ideas originales, se limitan a repetir o a pensar los temas que se imponen desde otras latitudes, no piensan la realidad que viven; investigan la realidad con lentes de otros o investigan otras realidades, no las propias. Ahora bien, él estudia la realidad con categorías elaboradas en otros lugares, piensa a partir de Martin Heidegger, Karl Marx y Emmanuel Lévinas, entre otros. Sin embargo, a partir de estos piensa su realidad, nuestra realidad. ¿Cuál es entonces el detalle? ¿Qué hacer para esquivar el ser un repetidor de teorías elaboradas para otros contextos?

Muchos de los planteos realizados desde el autodenominado centro del mundo nos son ajenos. Si no, veamos lo que afirmaba Jürgen Habermas en 1987: “[...] en los países capitalistas avanzados el nivel de vida –también en amplias capas de la población– ha subido con todo tan lejos, que el interés por la emancipación de la sociedad ya no puede expresarse inmediatamente en términos económicos. La alienación ha perdido su forma, económicamente evidente, de miseria [...]” (citado por Dussel, 1992: 84). ¿Qué podrán decir los campesinos que están siendo asesinados en Bolivia, Colombia y Paraguay por reclamar una vida digna? ¿Qué opinarán de esta afirmación habermasiana los centenares de personas que han perdido su vista por la brutal represión desatada en las calles en Chile? ¿Qué piden, sino poder vivir dignamente?

En definitiva, lo que está en el meollo de esta cuestión es: ¿cómo hacer para desarrollar una mirada/perspectiva propia? Pero, ¿es posible desarrollar una mirada propia? ¿Qué significa desarrollar una mirada propia?

Creo que una huella a seguir es lo planteado por Juan José Bautista (2014) en su obra ¿Qué significa pensar desde América Latina? Sin embargo, pueden surgir las mismas interrogantes que planteábamos en el párrafo anterior: ¿qué significa pensar desde América Latina? Este autor responde esta interrogante colocando el centro en cómo se ha pensado desde la modernidad (eurocéntrica) hasta la actualidad. Esta sería la clave para este autor: lograr una nueva construcción categorial (también dando a algunos conceptos otros sentidos). Para esto es necesario tomar a autores de origen europeo, pero que contribuyen a la construcción teórica que cuestiona las concepciones eurocéntricas.

Otro elemento a tener presente es el planteado por Horacio Cerutti (2011: 23) respecto de que los latinoamericanos pensamos desde una coyuntura de lucha-resistencia a proyectos opresores: en principio, desde la necesidad de romper las cadenas con el imperio español (primera independencia); luego, respecto del imperialismo estadounidense (después de la revolución cubana); hoy, respecto de una globalización centrada en el capital. Alfredo Falero en otro texto argumenta en la misma dirección: “Las luchas sociales impulsan la construcción de conocimiento creativo” (América Latina piensa América Latina, 2016: 42). ¿Podríamos decir entonces que es un pensamiento desde la periferia2 y que construye un conocimiento distinto con respecto al del centro del mundo? Pero nuevamente deberíamos tener cuidado: que sea un pensamiento periférico no asegura que sea un pensamiento liberador. Puede existir un pensamiento periférico conservador, que tienda a reproducir o aumentar las opresiones que viven los sectores dominados.3

Como podemos percibir, no es una tarea sencilla y simple encontrar las calificaciones que nos permitan adquirir elementos y categorías elaboradas desde otros espacios y otras realidades, para pensar y elaborar teorías que permitan a los pueblos americanos encontrar caminos que permitan la construcción de una realidad en la que todos los seres humanos puedan vivir y desarrollarse plenamente.

En este punto nos gustaría detenernos. Lo que está en juego aquí es qué entendemos por liberación. ¿Por qué? Porque en el fondo, lo que planteamos al final del párrafo anterior no se logrará si no se tiene una “intención liberadora”, pues esta “se dirige a cambiar las estructuras y las prácticas de dominación. No es un acto cognitivo, sino una praxis, que integra la racionalidad, la corporalidad, la economía, la ética y la política” (Rebellato, 1995: 163).

Parecería que la construcción de conocimiento está ligada a la realidad contextual (creemos que ello no es determinante, sino que es un proceso dialéctico) y que si seguimos ignorándonos a nosotros mismos –a nuestras realidades– no lograremos liberarnos, pues como afirmó Rebellato: “Nadie libera a nadie, sino que nos libera[re]mos colectivamente”. Y nosotros agregaríamos que esto sólo será posible construyendo proyectos continentales.

Texto que pretende homenajear a José Luis Rebellato (pensador, educador y militante social) al cumplirse 20 años de su desaparición física.

Héctor Altamirano es docente de Historia.

Referencias

Bourdieu, P (2009), Intelectuales, política y poder, Eudeba, Buenos Aires.

Bautista, J (2014), ¿Qué significa pensar desde América Latina? Hacia una racionalidad transmoderna y postoccidental, Akal, Madrid.

Cerutti Guldberg, H (2011), Doscientos años de pensamiento filosófico Nuestroamericano, Ediciones desde Abajo, Bogotá.

Dussel, E (1992), “La introducción de la transformación de la Filosofía de KO Apel y la Filosofía de la Liberación. Reflexiones desde una perspectiva latinoamericana” en Apel, K; Dussel, E; Fornet, B, Fundamentación de la Ética y Filosofía de la Liberación, Siglo XXI.

Falero, A (2015), “De amnesias conceptuales e intelectuales capturados. Algunos aportes de la década del 60 para pensar América Latina en el siglo XXI”, en Acosta Y; Ansaldi, W; Giordano, V; Soler, L, América Latina piensa América Latina, CLACSO, Buenos Aires.

Rebellato, J (1995), La encrucijada de la ética. Neoliberalismo, conflicto norte-sur, liberación, Nordan-MFAL, Montevideo.

Svampa, M (2016), Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia, populismo, Edhasa, Buenos Aires.


  1. Aquí queremos decir que el pensamiento crítico latinoamericano necesariamente debe ser construido o elaborado tomando en cuenta, teniendo como referencia nuestras múltiples realidades. Otro elemento imprescindible es que este pensamiento buscará y tendrá como finalidad la construcción de los cambios que permitan la liberación de los hoy oprimidos. 

  2. Utilizamos esta categoría pues adherimos a la idea que afirma que en la historia mundial existe un centro con una posición hegemónica respecto del resto del mundo que son las zonas periféricas. Concretamente compartimos la posición expresada por múltiples autores que afirma que desde la conquista de América, en 1492, el centro del mundo pasó a ser Europa (no en su totalidad) y finalmente la hegemonía pasó a ser dominada por Estados Unidos. 

  3. Ejemplo de esto es la obra de Nicolás Gómez Dávila (Colombia) y la de Jorge Luis Borges (Argentina).