La asunción de Alberto Fernández en Argentina fue, sin lugar a dudas, un bálsamo para quienes venimos siguiendo la historia de nuestro vecino. Por admiración, rechazo, envidia o simplemente diversión, nadie escapa a los encantos argentos. Su discurso, lleno de connotaciones políticas, puso sobre la mesa algunas consideraciones básicas para quienes entendemos que la dimensión política nunca puede estar disociada de la noción de poder. Por supuesto que ello tiene connotaciones ideológicas explícitas.
Alberto Fernández habló de corrido, como supo decir una militante en la noche del martes 10 en la plaza. Más allá de algún furcio específico, era un político que hablaba a ciudadanos también politizados. Eso, que parece tan abstracto, fue lo que Mauricio Macri había intentado desterrar durante los cuatro años que fue presidente de la Argentina. Había instalado en el sentido común de los individuos –no ciudadanos– la idea de que la política, principalmente la peronista, había llevado al país al desastre. Desde vallar las inmediaciones de la Casa Rosada hasta armar el “mejor equipo de gobierno de los últimos 50 años” con ceos y amigos empresarios hizo de “la política” un espacio despreciable. La política fue sinónimo de “negro planero”, de “chorra” y, por supuesto, de “peronista”.
Sin embargo, su plan también estuvo atravesado por política e ideología, aunque los medios masivos de comunicación de allá, y de acá también, hayan querido esterilizarlo. Se alió a las elites más conservadoras y extractivas de la historia –entre ellas, “el campo”–; le quitó retenciones, le subió el dólar y fomentó una bicicleta financiera que hizo que sus amigos empresarios de todos los rubros ganaran millones de dólares en horas mientras la gran mayoría de los argentinos se hundían en la miseria, la pobreza y el hambre. Mandó a dormir a sus votantes el día que las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias de agosto le dieron un horizonte de adversidad, y corrió hacia el Fondo Monetario Internacional cuando su plan económico pecó de heterodoxo. Si eso no es política ideológica, ¿qué fue? Para algunos fueron errores. Puede ser, pero eso no explica la sistematicidad con que los cometió, pues errores comenten todos los gobiernos. Lo que sucede es que Macri los perpetró siempre para el mismo lado, siempre castigó “a los de abajo”, siempre cercenó derechos, criminalizó la resistencia popular e instaló la doctrina Chocobar como modus operandi de la Policía. Todo un combo complejo que dejó a Argentina nadando en el abismo: 40% de pobreza, uno de cada dos niños y niñas es pobre, y 15 millones de personas sufren de inseguridad alimentaria en el país “granero del mundo”.
Sin duda, el triunfo del peronismo de corte nacional y popular es un consuelo. Desde la gran jugada táctica y política de Cristina Fernández de Kirchner en mayo, asumiendo que con ella sola no alcanzaba pero sin ella tampoco se podía, ambas personalidades políticas se potenciaron a lo largo del tiempo. Pusieron foco en la necesidad de acuerdos amplios y en la negociación política. En el valor que esta tiene a la hora de pensar futuros más promisorios para las mayorías. La política volvió al primer plano de la mano de Cristina, sin espacio para objeciones. Ella fue capaz de decodificar las jugadas: supo qué piezas mover y cuándo hacerlo.
Pero Alberto ya adelantó que no será fácil. Si bien su perfil es de un negociador nato y tejedor de alianzas de las más diversas, no se aventuró a hacer promesas en su discurso de inauguración. No lo hizo porque no puede, porque la fragilidad económica es tremenda, al nivel de 2003, cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia. Necesita, al decir de su ministro de Economía, Martín Guzmán, tranquilizar el panorama económico, y con ello cercar al espíritu especulador que ha desangrado al país. Eso también es un símbolo ideológico de política económica: será el Estado argentino el que pondrá las condiciones de reestructuración de la deuda, por supuesto, reivindicando el rol de la negociación con los tenedores de deuda privados. Eso, amigas y amigos lectores, es política y de la buena.
Los primeros días del nuevo gobierno son una reivindicación de la política y de la ideología. En sociedades tan desiguales como las nuestras, son herramientas de las que valerse: dan fundamentos a la lucha y a la resistencia.
En los primeros días de Alberto como presidente de la Nación es posible observar algunos aspectos que merecen ser rescatados porque son de una trascendencia política inigualable:
- Al comienzo de su discurso de asunción llamó a “identificar prioridades urgentísimas para construir una ética de las emergencias; eso supone comenzar por los últimos para poder llegar a todos”. Esto está muy lejos de la teoría del derrame que fue el trasfondo de las directrices económicas con las que se movieron Macri y sus tres ministros de Economía. Las palabras de Alberto implican al Estado como agente regulador, líder del Plan Integral de la Argentina contra el Hambre. Macri también pudo haberlo hecho, pero decidió ahondar la desigualdad y el descarte de “los de abajo”. Pero para Alberto, “los afectados por la cultura del descarte necesitan ser parte de la mesa grande de una nación que tiene que ser nuestra casa común”. Sus intenciones solidarias suponen la construcción de instituciones inclusivas capaces de incentivar comportamientos responsables hacia el conjunto de la sociedad. Pero el comportamiento institucional no se cambia de un día para el otro: requiere poder. El nuevo gobierno está dispuesto a hablar en esos términos, y eso fue evidente en la integración del nuevo gabinete ministerial.
- Por estos días también ha señalado la necesidad de “reorientar prioridades en la economía y estructura productiva”. La solidaridad interclase es el trasfondo de esa decisión de política económica. Supone caminar hacia un sistema tributario más progresivo, que aliviane el ahogo de los ciudadanos endeudados para comer y comprar medicamentos. Claramente, también se asocia a la convicción de revitalizar la arena industrial-productiva que ha sido devastada –sólo en la provincia de Buenos Aires entre comienzos de 2018 y fines de agosto del presente año, cerraron 18.238 pymes–. Habla de un “Estado presente, constructor de justicia social”, en estrecha vinculación con la economía popular y sus movimientos organizados, el cooperativismo y la agricultura familiar, las organizaciones de trabajadores, los movimientos sociales, el feminismo, el ambientalismo y la estructura científico-tecnológica para cimentar el trabajo formal. El cambio de paradigma político-ideológico es evidente: una de las primeras medidas fue subir, por decreto de necesidad y urgencia, las retenciones al campo.
- Ha llamado, sistemáticamente, a la negociación transversal para celebrar un “nuevo contrato social, fraterno y solidario”, porque “nadie sobra en nuestra sociedad”. Hizo referencia a las diversas caras que toma la discriminación y a que “esta debe ser imperdonable”. Si bien este último punto es un tanto más abstracto que los precedentes, se nutre de ellos. Este nuevo pacto social asume la forma institucional de volver a nombrar ministerios al de Salud, Trabajo, Deporte, Turismo y Cultura. Es todo un símbolo volver a darle a la Ciencia y Tecnología su cobijo institucional y crear nuevos espacios ministeriales como el de Desarrollo Territorial y Hábitat, el de Obras Públicas y el de la Mujer, Género y Diversidad. Quizá lo más ilustrativo de esta “vuelta a la política” haya sido poner al frente del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible a un político y no a personajes mediáticos.
Si a los primeros días de Alberto Fernández en la Presidencia de la Nación le faltaba algo, citó a Ricardo Alfonsín. Dijo que “con la democracia se educa, se cura y se come”, y con eso mostró que la democracia es algo más que la alternancia tan defendida por algunos analistas de este lado del Plata. Mostró que la democracia tiene un valor ético inigualable: incorporar e incluir. Llamó al valor de la contradicción, a la suma de verdades unilaterales, sabiendo que las pujas redistributivas están allí, siempre latentes. Y es por ello, y por muchas razones más, que los primeros días del nuevo gobierno son una reivindicación de la política y de la ideología. En sociedades tan desiguales como las nuestras, son herramientas de las que valerse: dan fundamentos a la lucha y a la resistencia.
Camila Zeballos es licenciada en Ciencia Política.