A decir verdad, siempre me ha fascinado la historia. Si bien decisiones personales y la influencia de la familia me llevaron a formarme en otra área, la de las ciencias de la vida, a medida que fui avanzando en la carrera y me topé ya más formalmente con el pensamiento evolutivo de Darwin me fascinó aprender a entender también a la biología como una ciencia que estudia el pasado.
Este año, incluso a pesar de los esfuerzos de algunos que buscan aguarla, nuestro país se apresta a celebrar la fiesta de la democracia que supone el largo ciclo electoral que nos espera. Para bien o para mal, este año la política (y la antipolítica) brillarán bajo las luces de los flashes, ocuparán las pantallas de smartphones y televisores, y serán motivo central de las discusiones entre amigos, vecinos y familiares. La política es imposible de entender sin la historia. Y la historia política reciente del Uruguay y de nuestra democracia es imposible de entender sin poner de relieve la figura de Liber Seregni.
Un día como hoy, hace 35 años, cerca de las seis de la tarde, la dictadura liberaba finalmente a Seregni. En ese acto simbólico y en su discurso megáfono en mano se terminó de sellar algo que había comenzado 13 años antes: la unidad de la izquierda y su pasaje de fuerza política meramente cuestionadora a coalición y movimiento aptos para conducir al país quedó plasmado en su ya célebre aforismo “Fuimos, somos y seremos una fuerza constructora..., obreros de la construcción de la patria del futuro que soñamos”. Yo no estaba ahí para verlo o escucharlo, pero las palabras emocionadas de mis padres se repiten y dan una idea de lo que se vivió: “emoción y una gran responsabilidad”, “representaba nuestra dignidad en los peores momentos”, “día a día, ganábamos espacios a la oscuridad”.
Seregni había nacido 68 años antes, y siempre, como cuando fue arrestado por apoyar a la Segunda República Española y como nos recordaba en su discurso de despedida en el Paraninfo, intentó cumplir con el paradigma de decir lo que se piensa y hacer lo que se dice. En esa lógica, que a mí me hace acordar tanto a José Ortega y Gasset (“el hombre no es cosa ninguna, sino un drama –su vida–, un puro y universal acontecimiento que acontece a cada cual y en el que cada cual no es, a su vez, sino acontecimiento”) el general fue forjando una persona política que con el paso de los años se erigió en referencia de una manera de ver el mundo, con la que una parte importante de nuestro pueblo se identificó y a la que tanto aliados como adversarios respetaban y elogiaban.
Hace unos pocos días, el cesado y ahora ex comandante en jefe del Ejército general Guido Manini Ríos se dirigió a la ciudadanía toda, pero en particular al Ejército y a los integrantes de las Fuerzas Armadas, en un abyecto video que, a diferencia de su arresto en setiembre pasado, sí marca un antes y un después en el relacionamiento entre poder civil y militar en la República. En él, y de una manera totalmente ilegítima (lo que motivó que el Poder Ejecutivo dispusiera su retiro inmediato del canal de Youtube del Ejército), Manini se despacha contra el Estado nacional en su conjunto y critica al Poder Judicial por su actuación en causas vinculadas a los derechos humanos, así como al Poder Legislativo y al Poder Ejecutivo por su tratamiento de proyectos como el de la reforma de la Caja Militar y la nueva Ley Orgánica Militar.
Como si lo anterior fuera poco, y créame quien lea que pienso que no lo es, Manini victimiza a violadores de los derechos humanos, se pone él mismo en lugar de víctima sin reconocer que sus propios actos puedan haber llevado a este desenlace, y en un verdadero mensaje de campaña política advierte que es posible pelear desde “otras trincheras”, que ha tratado de “sacar adelante” al Ejército contra la voluntad de “burócratas” e “incapaces”, y que está preparado para hacer propuestas que aborden los temas que más preocupan a los uruguayos, como el de la seguridad.
En este retiro de su actividad profesional, y en pleno proceso de identificación con personajes políticos de la región, el Manini “candidato” cuestiona al sistema político en su conjunto, incluso a los que lo apoyan ahora y siempre, y ubica al Ejército como la esperanza de los desesperados.
¡Qué diferentes que son estos dos generales! Allí donde Seregni unía porque era general de un Ejército que aspira a servir a la sociedad, Manini divide y le pide a su sucesor lealtad con sus subordinados; allí donde Seregni apelaba a “ni una sola consigna negativa”, Manini habla de “prejuicios ideológicos” y “piones bien pagos por los centros del poder mundial”; allí donde Seregni nos invita a “unir mil miedos para formar un solo coraje”, Manini manipula legítimas preocupaciones de nuestro pueblo apelando a recetas nostálgicas. Las distancias, abismales y evidentes para quien escribe, quedan a juicio de quien lea.
A Manini Ríos, como ciudadano de este país y nieto de un ya extinto oficial del Ejército Nacional que supo también cumplir años de cárcel por defender la Constitución, le recordaría simplemente las palabras de Paul Auster en su excelente Trilogía de Nueva York: la historia, general, no está en las palabras, sino en la lucha.
A nuestro pueblo, en este año tan especial, le pediría reflexionar, tan cuidadosamente como sea posible, sobre la calidad ética de nuestros referentes políticos y sobre el sentido real de las luchas que dicen estar sosteniendo. Sería, por supuesto, absurdo no reconocer que se han cometido muchos errores, y debemos estar preparados para que estos tengan sus costos políticos y electorales, pero también conviene recordar que, desde que existe como organización política, el Frente Amplio siempre ha estado listo para defender la República y la democracia.
Desde que existe, en el acierto y en el error, esta fuerza política brega por la “pública felicidad” y por garantizar a todos la justicia mediante leyes y procedimientos que favorezcan a los más, en lugar de a los menos. Esa claridad se la debemos, entre cientos y miles de compañeras y compañeros, a nuestro querido general Seregni. Vaya entonces este breve y cálido homenaje a un hombre que supo realmente representar lo mejor de lo que nos inspira como sociedad. Salud, general, aquí estamos recordándote y continuaremos con tu lucha.
Andrés Carvajales es secretario político del Frente Amplio.