El 1º de abril de 1964, un golpe de Estado derrocó al presidente democráticamente electo João Goulart. Después de eso, el país cayó en una larga y sombría noche que duró 21 años. Las cifras oficiales indican que 434 personas murieron por el régimen cívico-militar o desaparecieron durante el período, de las cuales sólo 33 cuerpos fueron localizados. Pero muchos militantes apuntan que ese número es mucho mayor.
No obstante las atrocidades promovidas por la dictadura que tienen consecuencias hasta hoy en la sociedad brasileña, el actual presidente del país, Jair Bolsonaro, de extrema derecha, determinó oficialmente la conmemoración del golpe de Estado de 1964. La noticia sólo causó sorpresa a los incautos, porque el actual presidente nunca ocultó que, para él, no hubo ruptura democrática por parte de los militares en 1964, a pesar de que ese año el presidente fue depuesto y, tras el acto, no se hicieron elecciones directas, el Congreso Nacional fue cerrado, los militantes fueron destituidos, presos y torturados, la prensa y los artistas fueron censurados.
No causó sorpresa, porque Bolsonaro acumula en su historia una serie de declaraciones de apología a la dictadura y a los torturadores. En 2016, en plena votación en el Congreso –en una de las fases del golpe que derribó a la entonces presidenta Dilma Rousseff–, las cámaras de la supuesta “casa del pueblo” mostraron al capitán votando Sí por Brillante Ustra. Ustra de brillo no tiene nada: es uno de los más conocidos asesinos y torturadores de la dictadura. Fue un coronel y jefe del mayor órgano de represión política durante el período, el Departamento de Operaciones de Información-Centro de Operaciones de Defensa Interna.
Una de las atrocidades cometidas por Ustra fue relatada por una de sus víctimas, Amélia Teles. Amelinha, como es más conocida, cuenta que el torturador llevó a sus hijos para que la vieran. Sus hijos tenían cuatro y cinco años y vieron a su madre desnuda, vomitada y orinada, sentada en la “silla del dragón” (instrumento de tortura utilizado en la dictadura, parecido a una silla, en la que la persona era colocada sentada y tenía las muñecas atadas, y sufría choques eléctricos en varias partes del cuerpo). La niña preguntó: “Madre, ¿por qué estás azul?”. Estaba así por los choques que Ustra le infligió en varias partes de su cuerpo, entre ellas en los senos y en la vagina. Es el hombre homenajeado por Bolsonaro, enaltecido también por el vicepresidente, el general Hamilton Mourão, que definió a Ustra como un “héroe”.
Ustra murió en 2015, a los 83 años de edad, sin responder por sus crímenes. A pesar de eso, muchos brasileños, que parecen desconocer el tamaño de las heridas de la dictadura, no dejaron de dar apoyo al torturador y a su fan, Bolsonaro, durante las elecciones presidenciales.
En mayo de 1999, Bolsonaro defendió el cierre del Congreso realizado en dictadura: “Debían haber fusilado corruptos, empezando por el presidente Fernando Henrique [Cardoso]”, afirmó. También dijo que “el error de la dictadura fue torturar y no matar”.
No son sólo Bolsonaro y Mourão quienes no pierden oportunidad de propagar sus monstruosidades semánticas. En octubre de 2018, en la Facultad de Derecho de la Universidad de San Pablo (USP), el presidente del Supremo Tribunal Federal (STF), José Antonio Dias Toffolli, dijo que no había habido un golpe militar en el país, y en cambio lo definió como “movimiento de 1964”. El mismo día, ese señor, que demuestra desconocer la bibliografía historiográfica sobre el régimen y la Convención Americana de Derechos Humanos, prohibió que Folha de São Paulo entrevistara al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, afectando el derecho a la libertad de expresión del protagonista de la entrevista, así como del medio de comunicación.
Como si eso fuera poco, el ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, afirmó que no considera que haya ocurrido un golpe en el país en 1964.
El domingo, 55 años después del golpe de 1964, el Palacio de Planalto divulgó un video el el que niega que un golpe de Estado haya instaurado una dictadura cívico-militar en Brasil. La Secretaría de Prensa afirmó que el gobierno no produjo el material y que no sabe quién lo hizo. Dijo que el video fue enviado en un grupo de Whatsapp para la distribución de información a periodistas. El video también fue publicado en Twitter por el diputado federal Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente.
Además, hubo manifestaciones pequeñas en apoyo a los militares en dos grandes capitales del país: Belo Horizonte y Goiânia.
La 6ª Vara Federal del Distrito Federal prohibió los actos de conmemoración. El Ministerio Público Federal y la Orden de los Abogados también recomendaron a los cuarteles que no conmemoraran el golpe de Estado, repudiando la determinación de Bolsonaro. Pero, independientemente de eso, se llevaron a cabo conmemoraciones en los cuarteles, con la lectura de un orden del día, refiriendo al golpe como “movimiento de 1964” y recordando la supuesta importancia del régimen para el progreso del país y el mantenimiento del orden.
Aunque es algo esperable de los defensores a ultranza del capital y serviles a los militares, conmemorar el golpe de Estado de 1964 y la dictadura cívico-militar, que tanto afectó –y aún afecta– a la población brasileña, es un crimen de lesa patria.
Sabiendo esto, estudiantes, trabajadoras y trabajadores de la educación, en universidades y escuelas de todo el país, harán en los próximos días encuentros y actividades para desconmemorar el golpe de 1964. El domingo hubo también manifestaciones contra la dictadura en varias ciudades del país, como San Pablo, Río de Janeiro, Brasilia, Belo Horizonte y Recife. También el domingo, más de 50 organizaciones divulgaron una nota en la que denuncian el “intento de relativización y revisión histórica propuesta por el presidente”, y aparecieron comunicados de repudio escritos, firmados y publicados por organizaciones políticas de izquierda.
Estas manifestaciones son fundamentales, teniendo en cuenta que en la coyuntura actual de Brasil ocupan la presidencia y otros altos niveles del gobierno sujetos fascistas, y también porque cada día adopta una forma más nítida la terrible amenaza fascista.
Pero estas manifestaciones no pueden detenerse. Como mucha gente del área de historia sabe muy bien, debemos ir más allá. La dictadura que Brasil sufrió es un cadáver insepulto; el proceso de redemocratización pautado por la conciliación amnistió a los torturadores, dictadores y partidarios del régimen, como el empresariado, los grandes medios de comunicación, los banqueros, etcétera.
Es fundamental, por tanto, hacer justicia, juzgando y condenando a los actores del proceso, para constituir una memoria nacional que evidencie cuán drástico fue el régimen militar, de forma que la población genere anticuerpos contra cualquiera que se atreva a hacer un homenaje a ese período y sus protagonistas; y para que nuestra sociedad nunca más piense en la intervención militar como solución, como una parte de ella ha hecho en los últimos años.
Argentina es un ejemplo positivo en este sentido. Ese país marcó la historia al procesar y juzgar a los integrantes del aparato represivo de la dictadura que asoló al pueblo argentino, dejando marcas hasta hoy. Además, hicieron una serie de centros de memoria, entre otras políticas públicas de reflexión.
Debemos seguir un camino así. En ese proceso, pueden incluso intentar enterrarnos, pero sepan desde ya que somos simiente.
João Elter Borges Miranda es profesor de Historia en Brasil.
Traducción: Natalia Uval