España es el país del 8M más masivo, el que tiene el récord en donaciones de órganos, uno de los primeros donde los homosexuales pudieron casarse. España es una sociedad abierta y tolerante, más moderna de lo que los propios españoles pensamos, bastante menos racista que otros países de Europa, uno de los lugares más seguros y menos violentos del planeta. España es una nación de naciones, y no está dispuesta a renunciar al Estado autonómico que le ha dado sus años más prósperos. España tiene una mayoría social progresista, y por eso la izquierda siempre gana cuando la participación es alta. España no es sólo los barrios ricos de Madrid y su prensa tan conservadora: es también Catalunya, y Euskadi, y Galicia, y Valencia, y Andalucía... Y por eso la radicalizada derecha nacionalista española se ha estrellado en su programa de máximos.
Esa España, este domingo, ha frenado a la extrema derecha. El miedo a Vox, y a un Partido Popular que ya les había abierto la puerta del Consejo de Ministros si se alzaba con la victoria, ha llenado las urnas de votos contra el racismo, contra el machismo, contra el fascismo y contra esa visión de España en la que sólo caben unos pocos. La derrota de la derecha nacionalista española es tan incuestionable como la victoria del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Pedro Sánchez, que casi duplica al segundo partido en el Congreso.
Esa España a la que le preocupa más la lucha contra la violencia de género que el derecho a llevar armas es la que este domingo ha puesto pie en pared y ha cerrado las puertas del gobierno a un tripartito de derechas, que era seguro si les daban los escaños. Una derecha que ya se había repartido hasta los ministerios sin hacerle ascos al referente en España de Marine Le Pen y Matteo Salvini.
La “antiespaña” no son los vascos, los gallegos, la izquierda o los catalanes. La antiespaña son ellos, y por eso la “reconquista” de Vox se ha quedado sólo en 10% de los votos. Uno de cada diez, insultando al 90% restante de ese país en nombre del cual no pueden hablar porque no lo representan. España entra en la normalidad europea: en casi todos los parlamentos de la Unión Europea hay un partido fascista, lamentablemente. Pero el mal resultado de Vox sobre sus previsiones y el desastre para el bloque de la derecha en su conjunto demuestra que esa ola reaccionaria no es tan grande como en otros países de nuestro entorno. Sí, tienen una veintena de diputados, pero serán tan ruidosos como irrelevantes. Entre el Partido Popular (PP) y Vox ni siquiera alcanzan los escaños necesarios para vetar una reforma constitucional, que se podría llevar adelante sin ellos.
Para el PSOE y Pedro Sánchez la victoria es histórica. Tendrá el grupo parlamentario más sólido del Congreso y podrá gobernar desde la izquierda con bastante holgura. También suma de sobra con Ciudadanos, aunque es dudoso que Albert Rivera pueda ser su socio preferente. No por todo lo dicho en la campaña o por sus promesas, tan poco fiables, sino porque, con este resultado, es evidente que Rivera intentará liderar el bloque conservador, y para eso no puede pegarse al PSOE. Lo tiene a tiro, viendo el colapso del PP, que vuelve a los números de la Alianza Popular (AP) de los siete magníficos.
La derrota del PP es tan rotunda que deja al partido herido de muerte. Además de su máster y su ‘posgrado’ en Harvard, Pablo Casado puede lucir en su currículum haber llevado al PP al peor resultado desde 1979, a un hundimiento mayor que el de AP de 1986, que obligó a dimitir a Manuel Fraga. “Hemos perdido todo el centro moderado y no hemos retenido ni un radical”, resumía uno de sus dirigentes más sensatos. Su líder, Pablo Casado, dudosamente podrá seguir al frente tras un fracaso así, por mucho que haya mantenido por la mínima el cargo de líder de la oposición. El hundimiento es tan notable que tendrá consecuencias en las próximas municipales y en las autonómicas.
La derecha nacionalista española –la de José María Aznar, la del “a por ellos”, la del odio, el insulto y la mentira– nunca antes ha quedado tan derrotada. El resultado de este domingo vacuna para el futuro. España es un país mucho más plural de lo que parece leyendo los diarios conservadores de Madrid. La lección, para el que la quiera aprender, es bastante clara: el discurso neocon sirve para que te aplaudan los medios de la derecha, pero abandonar la moderación cuesta muy caro.
Unidas Podemos salva los muebles. Pierde más de un tercio de sus diputados, todos su senadores, 1,3 millones de votos y la tercera posición en el Congreso, pero no cae por debajo de Vox en el Parlamento y tendrá un papel importante en esta legislatura. La campaña de Pablo Iglesias sin duda ha sido buena, y sin ella el resultado habría sido aun peor; los votos se perdieron mucho antes. En un momento de extrema concentración en el PSOE para frenar a la extrema derecha, logra hundirse menos de lo que pronosticaban muchas encuestas, pero acumula su enésima cita con las urnas a la baja. Deberían preguntarse cuál es la causa y no culpar, simplemente, al contexto del momento.
ERC y también Bildu logran un gran resultado. En parte gracias a una estrategia bastante clara: dar por hecho, desde el primer momento, que apoyarían una investidura de Pedro Sánchez frente al tripartito de derechas. Fue una inteligente manera de convertirse en voto útil para frenar a Santiago Abascal, Rivera y Casado. Dentro del mundo independentista, se impone el pragmatismo de Oriol Junqueras frente a la confrontación permanente de Carles Puigdemont y Quim Torra.
Pedro Sánchez tiene por delante una responsabilidad histórica y cuenta con los votos para hacerlo: reconstruir esa España plural en la que todos quepan, demostrar que el feminismo, la justicia social y la lucha contra el cambio climático son prioritarios, gobernar para los más débiles aunque moleste a los poderosos, recordar que ha sido desde la izquierda que ha logrado esa victoria. No traicionar ese mandato.
Ignacio Escolar es periodista y director de eldiario.es, donde fue publicada originalmente esta columna.