Cuando Artigas se fue no lo hizo sólo porque lo traicionaron. Se fue porque de pronto vislumbró que nadie comprendía su lenguaje, nadie comprendía su proyecto. Él hablaba desde una realidad que todavía no existía pero que podía ser. Lo aún no existente... pero posible.
Quienes lo rodeaban hablaban el lenguaje de la independencia pero inmersos en las tensiones de los intereses personales, de los poderes disputados, de las alianzas a veces turbias y mezquinas. Tributarios de la misma sociedad de la que se habían independizado, colonizados reproductores del colonizador.
Él partió en solitario pero fue dejando semillas a la espera del momento para germinar. Algún día, negros, indios y buenos americanos iban a poder realizar el milagro de la diversidad que converge y se integra en una nueva identidad.
Cuando su Banda Oriental se consolidó en país, lo llamaron, pero él no aceptó la invitación. El espacio de su provincia estaba ocupado por los patricios que mataban indios, perseguían gauchos y utilizaban negros.
Los mismos patricios que para neutralizar su memoria lo convirtieron en héroe y en bronce inerte que inundó plazas, escuelas, ministerios y oficinas. El bronce es mudo y no molesta, y genera el engaño de una identidad sin contenido.
Él no volvió. Volvieron sus cenizas, que anduvieron perdidas por el puerto y en cuarteles hasta que los máximos traidores de su memoria le erigieron un mausoleo pero prohibieron, a la vez, que se recordaran sus palabras.
Él no volvió, pero su proyecto quedó allí, sembrado en lo profundo, a manera de anhelo acallado por mil ruidos de quienes para dominar generan la docilidad sumisa: los nuevos colonizadores que invaden las conciencias, domestican las necesidades, moldean los espíritus a su imagen y semejanza.
Pero la semilla estaba ahí y con el tiempo comenzó a germinar y fue balbuceando sus retoños y fue retomando su lenguaje y una nueva conciencia se fue abriéndose paso entre la maraña de los discursos mentirosos.
Y el patriciado y los advenedizos que se les unieron sintieron amenazada su apropiación del país. Y reprimieron... Reprimieron en formas sutiles o desembozadas y mortíferas.
Pero la semilla siguió germinando en medio de malezas persistentes y fue generando, a pesar de todo, solidaridades, y anhelos nuevos y necesidades que no son las del sistema. Y fue arrancando los individualismos de su aislamiento y fue tejiendo redes de vida.
Y en eso estamos hoy, con el mismo enfrentamiento entre un ser nuevo que puja por nacer y lo viejo disfrazado de lenguajes engañosos vacíos de contenido.
Lo que está en juego hoy no es tanto la pugna entre programas de desarrollo, modelos de educación, políticas de salarios, planes de salud, aunque esto también importe. Son programas que revelan opciones éticas más profundas.
El verdadero enfrentamiento es con el patriciado de siempre y sus afines, que se aferran a su crónica hegemonía y enfrentan el temido desexilio de Artigas, que, desandando el camino de su retirada, viene retornando hoy en forma de proyecto.
Ricardo Cetrulo es licenciado en Filosofía.