A partir de la discusión sobre repetición escolar impulsada desde la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), el ex presidente y actual precandidato a la presidencia de la República por el Partido Colorado Julio María Sanguinetti escribió al respecto una columna en el portal Infobae, publicada el 31 de mayo. Allí Sanguinetti argumenta su postura contraria a la eliminación de dicha herramienta “a cambio de nada” y sostiene que “hace tiempo que la escuela uruguaya fue abandonando la repetición e instalando el famoso ‘pase social’”, lo que “discriminó de verdad” porque implicó que quedaran “relegados” quienes “necesitan más apoyos”. Además, el ex mandatario cita al director de Planificación Educativa del Consejo Directivo Central de la ANEP, Antonio Romano, quien entre otras cosas sostiene que la clase media debe compartir espacios en la educación con los sectores más vulnerables. Según Sanguinetti, el razonamiento de Romano va a “la esencia de la diferencia entre el fracasado socialismo de matriz marxista y el mundo democrático liberal, pensado y concebido para el respeto a la individualidad y la constante superación”. Por su parte, lo acusa de pretender “igualar para abajo”.

En la presente columna discuto alguno de los argumentos del ex presidente y para no extenderme sólo me centraré en tres cuestiones.

Primero: se puede apreciar cómo disminuye el promedio de la repetición de primero a sexto grado en las escuelas públicas urbanas desde 26,1% en 1963 a 9,5% en 1999. Este dato es proporcionado por el Observatorio de los Derechos y de la Infancia y la Adolescencia en Uruguay de UNICEF de 2012 (página 66). El argumento de que el informe es “viejo” u obsoleto en este caso no importa, ya que lo relevante es la disminución de la repetición durante años en que, siguiendo a Sanguinetti, el marxismo no arribó con su ideología al gobierno y no brindaba el pase a cualquiera.

Tal vez Sanguinetti pueda decir si esa disminución se fue logrando a la vez que, como dice él, “todos egresaban de primaria sabiendo leer y escribir”, y eso sí es “igualar hacia arriba”. Al respecto se puede plantear que el analfabetismo hoy es de 1,3% entre personas de entre 15 y 49 años y que entre ellos están muchos de los jóvenes que recibieron el supuesto “pase social” que menciona Sanguinetti, ya que transitaron primaria durante estos últimos 15 años. Sin embargo, el analfabetismo fue de 3,2% en 1996, cuando él fue presidente, y era de 8,8% en 1963 (Informe Logro y nivel educativo alcanzado por la población, 2015, MEC). Debe admitirse que entre 1963 y 1996 disminuyó fuertemente el analfabetismo sin la “presencia del marxismo” en el gobierno, a la vez que también disminuía la repetición. Precisamente, esa época coincidió con el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones y se acrecentó el endeudamiento. El ex presidente plantea que con la no repetición sin nada a cambio estamos preparando a los jóvenes con herramientas precarias para este mundo. Se podría responder que si en aquellos tiempos teníamos, supuestamente, una buena educación, esta convivía con una estructura laboral, productiva y económica precaria, lo que nos lleva al siguiente punto.

Segundo: entonces, la calidad de la educación no es un ente en sí mismo, sino que adquiere significación cuando se la plantea en relación. En relación con un conjunto social, con sus dinámicas, expectativas, proyecciones. Y esto es lo que quiso decir Romano: hasta hace unos 50 años secundaria estaba planteada para menos personas y eso no representaba un problema, pues su finalidad era la de seleccionar. No se trataba de seleccionar como si hubiera una decisión explícitamente oligárquica, como pretende señalar Sanguinetti, sino porque en el marco de una sociedad con determinadas dinámicas, secundaria creció como enseñanza preuniversitaria, como “media” entre primaria y la universidad, como preparación para el ejercicio de las profesiones liberales; de hecho, Secundaria surge en el ámbito de la propia Universidad y recién se separa de ella en 1934.

En este sentido, es la humanidad en su conjunto la que va madurando históricamente que la educación es un bien valioso que las sociedades deben garantizar, y lo hace por medio de declaraciones de organismos internacionales como UNESCO o UNICEF, entre otros, que lejos están de proclamarse marxistas. Por tanto, lo afirma como un derecho para todos, lo que implica que, al menos en sus etapas más básicas, la educación no debe seleccionar. En estos tiempos la educación media se asume como básica, ya que hace a la constitución de la ciudadanía moderna y se requiere para ser partícipe de la sociedad del conocimiento. Por tanto, se debe luchar contra todo obstáculo que impida ejercer este derecho; tal vez, entre ellos, la repetición. Aquí es donde surge el tercer punto.

Tercero: Sanguinetti apela a la Constitución para aludir a que los individuos somos iguales ante la ley, sin que haya otras diferencias que las del talento y la virtud. Precisamente, al discutir la repetición se trata de debatir que no debemos ser iguales sólo ante la ley, lo que podría devenir en una igualdad formal. Para ejemplificar con otro campo no educacional, el artículo 45 de nuestra Constitución plantea que todos tenemos derecho a una vivienda decorosa, pero en la realidad histórica ello no se cumple y la evidencia empírica al respecto rompe los ojos. Se trata de pasar de una igualdad formal a una igualdad real. Soy hombre, blanco y montevideano, como Sanguinetti, y él coincidirá conmigo en que estas condiciones, aun con nuestros méritos y esfuerzos, nos brindan algunos escalones de ventajas con respecto a otros y otras. No tenemos la “culpa” de nuestro origen, pero la política no debe ser determinada por el azar al nacer, sino que se trata de una construcción intencional que pone en juego nuestra responsabilidad ante un bien común y del que creemos valioso que otros participen, nazcan donde nazcan.

Sanguinetti cree en la igualdad de oportunidades. La igualdad de oportunidades estima que, haciendo esfuerzos por igualar puntos de partida, el resto del recorrido depende sólo de cada uno y de sus méritos, y, por lo tanto, no deben introducirse nuevas acciones que alteren esa dinámica. Así sólo habría diferencias. Personalmente, trato de distinguir diferencia de desigualdad. Está claro que tanto en los inicios como en el recorrido debemos actuar, hacer, decidir, pues si no los obstáculos (desigualdades, para mí) no cambian, pues son aparentemente diferencias.

Del planteo de Sanguinetti deduzco que considera que las cuestiones geográficas, étnico-raciales, de género, de edad, entre otras, sólo nos hacen diferentes. Si bien creo que somos diferentes seres humanos, en relación con el ejercicio de derechos y el de la educación en particular entiendo que existen factores que operan como desigualdad: las dificultades de transporte en el medio rural, los efectos acumulados en el tiempo de la esclavitud, la división sexual de los roles, entre otros tantos. Creo en una igualdad que reconoce la diferencia y habilita los espacios para vivirla. Eso sí sería cumplir con la Constitución, como Sanguinetti menciona. Ni igualar hacia arriba ni hacia abajo ni para los costados, como sostiene él. Simplemente igualdad. Admitir este nudo en torno a la repetición es lo que nos hace diferentes.

Álvaro Silva Muñoz es docente del Instituto de Educación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República).