Todos los meses de julio se promueve comercialmente el Día del Padre, por lo que parece un buen momento para reflexionar acerca de los distintos modos de ser padres y los cambios sociales y culturales por los que vamos transitando.
Muchos de nosotros nos criamos con esos valores dominantes en los que el padre es quien disciplina, convertido en el juez de la familia y en quien decide, censura, sanciona. Padres que actúan como jueces, y jueces que deben actuar como “buen padre de familia”. Es también el padre que trabaja y provee los recursos económicos, que se ocupa de lo público y se relaciona socialmente, dejando “el hogar” en un segundo plano, a cargo de la madre, educadora “natural” de sus hijos. Ese rol proveedor le da la autoridad, el poder, y la superioridad necesaria para ejercerlo, sostenido en una cultura machista que habilita el ejercicio de la violencia hacia los demás (particularmente hacia su esposa y sus hijos).
Las luchas por los derechos de las mujeres y, más recientemente, por los derechos de niños, niñas y adolescentes vienen a poner límites a esas pautas dominantes, y generan una crisis del modelo que da lugar a una diversidad de situaciones, cada vez más visibles. Las familias se unen y separan a mayor velocidad, la violencia naturalizada se cuestiona, la natalidad baja, crecen las uniones sin matrimonio, se formalizan las integradas por personas del mismo sexo, hay más hogares integrados por una mujer y sus hijos e hijas. Parece ser la crisis de las familias.
Y en esta crisis la masculinidad hegemónica se pone en cuestión, por lo que no resulta fácil encontrar una nueva identidad. Los hombres dejan de ser la representación universal de la humanidad para pasar a ser varones cuestionados en el ejercicio autoritario del poder, y en todos aquellos soportes de esa supuesta superioridad. Gracias a eso, otras sensibilidades van aflorando y abren camino a la pluralidad.
Hijos nuestros
No hay duda de que el fútbol es una fuente permanente de imágenes y saberes que están en nuestra cultura; más particularmente, por ser un deporte mayoritariamente de varones, es también una escuela de cómo “hacerse hombre”. Jugar fuerte, trancar, aplicar la viveza criolla, tratar de debilitar al contrario, rivalizar. Qué puede ser más disfrutable que recordarles a los hinchas del otro cuadro que “los tenemos de hijos” y que, por lo tanto, la “paternidad” se perpetúa en los partidos y campeonatos ganados. ¡Hermosa imagen basada en la humillación y el baboseo como ejercicio de la paternidad!
Pero afortunadamente, otras modalidades van apareciendo. Desde hace algunas décadas el padre colaborador empezó a ganar espacio como ejemplo a seguir. Ya las tareas de la casa y el cuidado de hijos e hijas no son exclusivos de la madre, sino que el padre ayuda con la cocina, los mandados, la ida al médico, y comparte tiempo de juegos y de cuentos. Esto funciona particularmente en el marco de una familia que convive, pero empieza a resquebrajarse cuando se producen las separaciones. Las investigaciones sobre las familias uruguayas muestran que cuando una pareja se separa, en la amplia mayoría de los casos los hijos quedan viviendo con la madre y es esta quien se ocupa de ellos la mayor parte del tiempo. Algo más de la mitad de los varones que son padres van distanciando el tiempo dedicado a sus hijos e hijas, y cerca de 40% no cumple regularmente con la pensión alimenticia.
El de paternidad responsable es un concepto que busca reforzar las obligaciones establecidas por ley junto a aquellas que son parte de los vínculos que se generan cuando iniciamos el proceso de convertirnos en padres, siendo parte de un proceso con el hijo o la hija que nace, crece, se desarrolla en base a las figuras significativas que tiene en su entorno más cercano.
Que sean “hijos nuestros” implica deconstruir varios mitos que sostienen ese modelo de desigualdad aún dominante. La afirmación de que las madres son más importantes que los padres se basa en la cultura y la educación recibida, que tienden a reproducir esa creencia. Cuando nos animamos a ser corresponsables aparece el varón sensible, afectuoso, que puede disfrutar del proceso de crecimiento y autonomía de sus hijos.
Por parentalidades comprometidas
El concepto de parentalidad aparece más recientemente y toma en cuenta que los niños y las niñas transitan por distintas relaciones con los adultos que los rodean. Refiere a las funciones de cuidado, atención y educación que cumplen los adultos, independientemente de su género o grado de parentesco. En la mayoría de los casos, los primeros y más significativos son su mamá y su papá, pero también habrá abuelas y abuelos, familiares y vecinos que serán parte de ese mundo de los primeros años de vida. Y con ellos, las educadoras y equipos técnicos de los diversos centros de educación y cuidados a los que concurren a diario.
Las parentalidades comprometidas implican el involucramiento activo de varones y mujeres con el desarrollo integral de niños y niñas desde una perspectiva de derechos y de igualdad de género. Entre los cambios que se han ido consolidando está la mayor inserción de las mujeres en el mercado de trabajo, y la consecuente necesidad de que alguien cuide a los niños mientras los padres trabajan. Esa primera demanda, que busca su solución en el entorno familiar y vecinal, se vuelve insuficiente, y entonces se extiende hacia los servicios públicos y privados.
Las políticas públicas asumen el reto. El crecimiento gradual de las guarderías florece en los jardines y pasa a un crecimiento exponencial de los centros de primera infancia. Entre ellos se destaca la experiencia acumulada de los CAIF (Centros de Atención a la Infancia y las Familias), por medio de un plan creado en 1988 y que integra a organismos públicos (liderados por el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay) y a representantes de más de 350 asociaciones civiles y cooperativas que gestionan los centros en todo el país. Simultáneamente, se produce la expansión de los jardines a cargo de la Administración Nacional de Educación Pública, y una ampliación de la oferta privada para la atención desde los primeros meses de vida.
Esta multiplicidad de vínculos necesita de adultos sensibles y significativos que den seguridad y estabilidad para crecer. Y siendo los tres primeros años relevantes en nuestra formación como personas, la parentalidad no termina en ese momento, sino que se extiende durante toda la infancia y la adolescencia, con variantes según la edad. Por eso tienen que ser comprometidas con el crecimiento y la inserción social, la vida familiar y en comunidad, el buen trato, el respeto, la participación, el ejercicio de derechos. Nada de esto será posible si no nos ponemos en juego, revisando esas matrices que nos educaron para otra sociedad, diferente de la que hoy vivimos, con sus cambios e incertidumbres.
Se puede ser padre de maneras muy distintas, y la frase del título podrá cargarse de un nuevo sentido. Deja atrás el rol del adulto a quien temer para convertirse en el varón que acompaña la vida, que ayuda a explorar mediante el juego y el lenguaje, que abre caminos para la vida con otros, que se compromete con las tareas cotidianas de la casa y los cuidados, que ejerce una disciplina sensible y respetuosa, que enseña derechos y los valora, que expresa sus sentimientos y emociones, que busca resolver conflictos sin aplicar la violencia.
El Día del Padre no tiene por qué ser el de los regalos caros, sino que puede ser la celebración de que los varones estamos cambiando en el ejercicio de nuestra paternidad, con temores e incertidumbres, sintiendo otra dimensión del placer, ayudados por nuestros hijos, nuestra familia, nuestra pareja, amigos y amigas.
Jorge Ferrando es psicólogo a cargo de la Secretaría Ejecutiva de Primera Infancia del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay. Los contenidos del artículo son de exclusiva responsabilidad del autor.