El desempeño de la economía de Uruguay durante los gobiernos del Frente Amplio (FA) ha sido excelente. Nuestra economía ha disfrutado de 14 años de crecimiento ininterrumpido. En ese ínterin, la producción per cápita de los uruguayos ha crecido 73%. El Producto Interno Bruto (PIB) alcanzó los 17.278 dólares por individuo en 2018. Estos números son para mí motivo de orgullo prestado; me siento orgulloso de lo mucho que han logrado mis familiares, mis amigos, mis conocidos y mis desconocidos compatriotas.
En estos números, Ernesto Talvi y Luis Lacalle ven una derrota. Hablan de lo mal que el FA ha manejado la economía, de los años perdidos de José Mujica y de la crisis inminente a la cual nos conducen tres lustros de errores acumulados. Esta narrativa es incorrecta. En la gráfica que acompaña esta columna, la curva que insiste en apuntar hacia arriba es el crecimiento de nuestra economía. Esa aceleración en los cinco años del medio es el resultado de la administración de José Mujica, y ese último tramo en el que la curva se achata un poco son los años del segundo gobierno de Tabaré Vázquez. Aquí no hay ninguna evidencia de errores, años perdidos o catástrofes inminentes.
Es factible que el buen desempeño de la economía no deba nada a las políticas del gobierno. Puede ser que el FA sea el Forrest Gump de la economía política americana y que un buen gobierno hubiera aprovechado mejor el “viento de cola” o, mejor dicho, el viento en la camiseta. Tanto Ernesto Talvi como Luis Lacalle enfatizan la deuda pública y el déficit fiscal como groseros errores que nos llevarán a la ruina.
Tenemos, sin embargo, evidencia de que esto tampoco es cierto. Hay tres países en el sur de América que tienen matrices productivas similares y niveles de desarrollo parecidos: Argentina, Chile y Uruguay. Y de estas tres economías la uruguaya ha sido, por lejos, la de mejor desempeño. En el mismo período en que Uruguay creció 73%, Argentina creció 26% y Chile, 41%. En este tiempo Argentina pasó por cinco contracciones y Chile, por dos; Uruguay no tuvo que atravesar ninguna, e incluso tuvo un robusto crecimiento, de casi 4%, en el contexto de la contracción global de 2009, que afectó severamente a nuestros vecinos. Estas no son diferencias menores. Si Uruguay hubiera crecido como Argentina, nuestro PIB per cápita sería de 12.593 dólares; si hubiéramos crecido como Chile, sería de 14.087 dólares, es decir que seríamos 4.685 o 3.191 dólares más pobres por persona.
En ánimo de aclarar, la política económica nacional no ha sido perfecta. Aunque el déficit fiscal se ha manejado mayormente bien, es cierto que ha aumentado más de la cuenta en el último año. Pero, en líneas generales, las decisiones han sido acertadas. Me parece poco creíble que Ernesto Talvi y Luis Lacalle no estén al tanto de que esto es cierto. Sus aseveraciones no son equivocadas, son falaces.
Uruguay no está al borde del abismo, no necesitamos un shock de austeridad ni ningún cambio radical en nuestra política económica.
Claro, estamos en campaña electoral y todo vale. Bueno, pues en realidad no. Esto ni es guerra ni es amor, es política. Nuestra democracia no necesita una oposición que ignore la verdad; necesitamos una oposición que diagnostique problemas reales y proponga alternativas confiables. Es difícil argumentar que la calidad de la gestión del FA no ha ido decreciendo. La tasa de homicidios en Uruguay es vergonzosa y hemos fallado en utilizar la revolución de las energías renovables para encender una revolución industrial. Y de cualquier manera, la alternancia en el poder es buena para las democracias. 20 años es mucho. Genera oligarquía, plutocracia y nepotismo, problemas todos que el FA ha experimentado.
No obstante, el desempeño de nuestra economía ha sido excelente, y en buena medida este éxito se debe al buen trabajo del gobierno. Uruguay no está al borde del abismo. No necesitamos un shock de austeridad ni ningún cambio radical en nuestra política económica. Necesitamos corregir, construir sobre el éxito de los últimos 15 años para continuar creciendo durante otros 15 más. Y necesitamos una oposición que acierte o erre, pero no una que ignore la verdad.
Alejandro Ribeiro es profesor titular de Ingeniería Eléctrica y de Sistemas en la Universidad de Pensilvania.