Luego de varias postergaciones, y con la lupa de los organismos internacionales puesta sobre el territorio, se llevaron a cabo las elecciones en Bolivia el domingo. No fueron pocos los obstáculos que los dirigentes del Movimiento al Socialismo (MAS) tuvieron que enfrentar para poder presentarse con su lema: la proscripción y prisión de varios dirigentes, el exilio obligado de varios de sus cuadros más importantes (para empezar, Evo), y el clima de enfrentamientos violentos en varias partes del territorio. Todo ello parecía augurar resultados menos promisorios para el MAS de los dados a conocer en las últimas horas. Al final, se dijo, vencería el miedo. En una segunda vuelta tendrían más chances de ganar y consolidar por la vía “política” lo que habían conseguido por la fuerza, el hostigamiento y la amenaza. Ahí estaba Brasil como ejemplo. Pero no fue eso lo que pasó.
Jeanine Áñez, la presidenta “de facto”, había sido investida en una asamblea sin cuórum, de forma completamente irregular, luego de que las Fuerzas Armadas pidieran la renuncia a Evo Morales y de que la violencia ejercida contra las autoridades y líderes del MAS obligara a los principales dirigentes a exiliarse. El fraude denunciado por la Organización de Estados Americanos (OEA) había puesto la mecha al polvorín en que se había transformado Bolivia luego de que el MAS, por medio de una controvertida decisión del tribunal constitucional, habilitara la presentación de Evo Morales para la reelección.
El gobierno de Jeanine Áñez tuvo que enfrentar una crisis política, económica y sanitaria que la derecha boliviana nunca había pensado administrar, y que sólo supo profundizar. A pesar de que la intervención de la OEA y el silencio o el acatamiento de los gobiernos cómplices de la región ayudaron a legitimar externamente el golpe de Estado contra Evo, no lo consiguieron, sin embargo, internamente. La resistencia estuvo siempre presente.
El MAS se rearmó. Se rearmó desde el exilio, se rearmó desde las bases, y continuó la lucha como pudo. Hubo muchos asesinatos de líderes campesinos y barriales, quemaron las casas de varios dirigentes, iniciaron procesos judiciales plagados de arbitrariedades. La derecha mantuvo una dinámica dual: por un lado, el candidato Carlos Mesa prometía ser la “derecha cordial”, y por otro lado, Luis Fernando Camacho jugaba a la violencia política. El mundo, por unos meses, pareció olvidarlos. Bolivia volvía a estar destinada al abandono y al desprecio, como lo fue durante décadas. Un “Estado fallido”. El resultado de este domingo fue, como mínimo, inesperado.
La OEA había creado las condiciones para el golpe de Estado por medio de las denuncias de irregularidades en el conteo en las elecciones pasadas. El conteo rápido (llamado TREP) se había detenido con 86% de los votos escrutados, y había dado una ajustada ventaja a Evo Morales, que precisaba más de 40% de los votos y 10% de diferencia con el contendor Carlos Mesa. Durante muchas horas no se tuvo noticias sobre los resultados electorales en la Bolivia más campesina y rural, de donde los datos llegan con más atraso. Los del MAS aseguraban que esas circunscripciones no sólo avalarían el resultado sino que lo consolidarían. Pero las sospechas estaban arriba de la mesa. Luego, el resto eran detalles. El golpe de Estado contra Bolivia se consumó. Después, el gobierno se impuso a sangre y fuego. Después, vino la pandemia.
El gobierno tenía todo: el apoyo internacional y de los grandes intereses económicos; tenía las armas; tenía la Justicia. Nunca hubo una victoria de la democracia tan importante como esta.
La Bolivia de la última década y media se había transformado en ejemplo para el mundo: por sus avances democráticos, por sus avances sociales, y por ser el ejemplo más vivo del siglo XX de puesta en marcha de un proceso de “descolonización” y “despatriarcalización”. Sin embargo, nada de eso sirvió para que las “autoridades” internacionales la defendieran. Sólo el gobierno de Alberto Fernández, que al facilitar la radicación de Evo en su territorio colaboró enormemente a la recuperación de la democracia en Bolivia, y el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que supo dar asilo y amparo a todo un gobierno en el exilio. Otra vez, como dijo Artigas, nada podíamos esperar sino de nosotros mismos.
Esta vez, y para evitar problemas, se suspendió el conteo rápido. Una hipocresía mayúscula. ¿Hubo fraude porque se dejaron de transmitir resultados con 86% de votos escrutados, pero admitíamos no tener transmisión de resultados alguna? Todos avalaron la decisión: la OEA, la fundación Carter, la Unión Europea... y la iglesia católica. Y sin embargo, es un conteo rápido el que está dando el resultado en Bolivia. Los resultados definitivos se sabrán más adelante. Por ahora, nos basamos en que Jeanine Áñez reconoció los resultados de madrugada, tal vez porque el margen fue demasiado amplio. Todavía esperamos el escrutinio definitivo.
El gobierno tenía todo: el apoyo internacional y de los grandes intereses económicos; tenía las armas; tenía la Justicia. Nunca hubo una victoria de la democracia tan importante como esta. Con sus dirigentes presos o en el exilio, con el miedo campeando en las calles, el pueblo ganó. Demostró que la estrategia de defender el proyecto aunando estrategia electoral y resistencia popular es el camino. Y también que hay que confiar en la inteligencia del pueblo.
Constanza Moreira es doctora en Ciencia Política y militante de Casa Grande, Frente Amplio.