Hace 2.500 años, Sun Tzu, general, estratega militar y filósofo de la antigua China, escribía en El arte de la guerra: “Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla”. En la actualidad, el pensamiento de Sun Tzu es de gran influencia en casi todo el mundo en ámbitos tan dispares como la política, los negocios, los deportes y la guerra. El libro es utilizado hoy como guía en programas de administración de empresas y liderazgo dedicados a la gestión de conflictos y la cultura corporativa. Es un tratado que enseña la estrategia suprema de aplicar con sabiduría el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación. Inspiró a Napoleón, Maquiavelo, Mao Tse Tung, Vo Nguyen Giap, Ho Chi Minh, Collin Powel y muchos más.

Antes de ser maliciosamente interpretado, agrego que el propio Sun Tzu escribió: “Los que consiguen que se rindan impotentes los ejércitos ajenos sin luchar son los mejores maestros en el arte de la guerra”. Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla. Es decir, vencer sin derramar sangre. “La mejor victoria es vencer sin combatir”, dice Sun Tzu, “y esa es la distinción entre el hombre prudente y el ignorante”.

En este artículo, “enemigo” significa adversario y “guerra” se traduce por lucha política.

Evaluación, crítica y autocrítica del FA

Este proceso tiene como objetivo conocernos a nosotros mismos, nuestras debilidades, a efectos de subsanarlas, realizar los cambios necesarios para enfrentar las próximas etapas y “ni en cien batallas correr peligro”. El ciclo es, por tanto: evaluación crítica y autocrítica, y luego consecuentemente realizar los cambios necesarios. Los posibles errores en este proceso son: buscar “chivos expiatorios”, analizar lo episódico y dejar de lado lo estructural, herirnos, ocultar opiniones, engañarnos o autoengañarnos y/o, finalmente, no realizar cambio alguno. Al respecto escribe el periodista Linng Cardozo en un artículo publicado el 12 de octubre: “Normalmente, el primer reflejo es culpar a alguien, así uno se siente ajeno a la derrota y por tanto podrá vivir mejor con su angustia”.1

La pregunta que tenemos que responder es: ¿por qué perdimos?

No hay una única respuesta. Sin embargo, a riesgo de dar una respuesta simple, arriesgo una personalísima que subraya dos causas principales. En primer lugar, perdimos la brújula, el norte estratégico.

El primer gobierno eliminó trabas y estableció incentivos al desarrollo capitalista con mejor distribución de su producto. El segundo gobierno instituyó una agenda de derechos, apostó al país productivo con protagonismo del Estado, pero descapitalizó ANCAP y lanzó grandes proyectos –puerto de aguas profundas, Aratirí, planta regasificadora– a la postre frustrados. Se reconoció luego que hubo “chambonadas financieras”. Creímos que todo era posible, y simultáneamente. El tercer gobierno completó el acuerdo con UPM, la inversión más importante que se haya hecho en Uruguay. Y nos quedamos sin libreto. Cada uno de ellos tuvo sus virtudes y defectos. Y bajo ellos la fuerza política actuó a veces como impulso, a veces como freno.

Lo extraordinario de nuestros tres gobiernos es que construimos una plataforma sólida, sólo que algunos uruguayos y frenteamplistas no se dieron cuenta de que un cambio es un proceso, no es la toma de la Bastilla, no es un atajo.

El norte no era ni es el socialismo. No era ni es el giro a la izquierda.

Cuando en la campaña por las elecciones departamentales algunos periodistas les preguntaban a nuestros compañeros candidatos sobre sus planes, a sus respuestas inmediatamente “disparaban”: ¿por qué no lo hicieron antes? La respuesta es: porque todo es un proceso, un conjunto de fases sucesivas.

En segundo lugar, el Frente Amplio (FA) y el gobierno perdieron contacto con su millón de votantes y con la sociedad. Nuestra política, nuestra organización, nuestra estructura estuvo pensada para menos ciudadanos. Y perder la brújula, junto a perder contacto con la ciudadanía, formó un círculo vicioso que tuvo como subproductos el burocratismo, la omnipotencia, las faltas éticas, la sordera, la fragmentación, no “hacer política” (no escuchar, no atender, no explicar, no ser polea entre sociedad y partido).

El fin último de la autocrítica es el cambio, la rectificación. Si no cambiamos, no defenderemos lo conquistado, no defenderemos la democracia y no volveremos.

El círculo virtuoso del millón de votantes y la construcción de una plataforma se transformó en lo contrario. Los cambios que exitosamente llevamos adelante crearon nuevos reclamos y naturalmente hubo errores e insuficiencias. Sobre reclamos, errores e insuficiencias no supimos o no pudimos escuchar a los ciudadanos, por perder escucha. Autocomplacencia, “endogamia” sociopolítica y análisis “adentro del termo frenteamplista” nos alejaron y siempre nos distanciarán de la realidad. Ergo, no rectificamos ni rectificaremos si somos contumaces.

Vaya dicho esto con todo respeto por la remontada entre octubre y noviembre de 2019 y sus incontables protagonistas de a pie, de a caballo; sectorizados y no sectorizados; militantes de comités de base y frenteamplistas que nunca jamás pisaron un comité de base; gentes del interior, del campo, metropolitanas; profesionales universitarios, trabajadores/as, empresarios/as.

Perspectivas

Se escucha –por estos días– la consigna “estamos volviendo”. Sin perjuicio de ser “biológicamente optimista” y de sumar pasión y voluntad, la realidad debe ser mirada a la cara, descarnada, desnuda, sin eufemismos. Es la primera condición para cambiarla. Si así lo hacemos, comenzaremos a volver.

Con todas las letras: perdimos el gobierno y la mayoría parlamentaria. Épicamente, contra viento y marea, contra los medios, contra el aparato del Estado en manos adversarias, contra el presidente haciendo campaña partidaria, en setiembre de 2020 conservamos Montevideo, Canelones y Salto. Sin embargo, perdimos tres intendencias: Paysandú, Río Negro y Rocha.

No sólo no es mecánico ni lineal que la ciudadanía –sufriendo las políticas de la coalición de derecha– comprenda y vuelva a respaldar al FA, sino que además en este período es la democracia lo que está en juego. No es una trivialidad que el partido militar de derecha que cobija a todos los violadores de los derechos humanos de la dictadura sea parte de la coalición de gobierno y persista tanto en marcarle la agenda como en arremeter un día sí y otro también contra el sistema de Justicia y, en particular, contra la Fiscalía de la Nación. Que desde un poder del Estado (el Legislativo) se cuestione sistemáticamente a otro poder (el Judicial) ante el silencio del tercer poder (el Ejecutivo) y la coalición de derecha. No es Montesquieu quien molesta al senador Guido Manini Ríos Manini, son los atenienses del siglo V a. C.

¿Qué debe seguir para el FA? Un nuevo pacto político entre nosotros y con la sociedad, con base en un nuevo programa, una nueva organización y un nuevo liderazgo que deje por el camino mitos y tabúes –ajustados a la década de 1960– que ya no nos ayudan a interpretar la realidad y, por tanto, menos aún a cambiarla.

El fin último de la autocrítica es el cambio, la rectificación. Si no cambiamos, no defenderemos lo conquistado, no defenderemos la democracia y no volveremos.

Siempre el proceso político es partido a partido. Cito a Leiva y Joaquín Sabina en su oda a Atlético de Madrid: “No me vengan con lamentos, / hablo de sobrevivir / y seguir coronando montañas y seguir conquistando escaleras / en el tiempo de descuento, regateando al porvenir, / y ganar y ganar y ganar, / y ganar y volver a ganar, / partido a partido, / partido a partido”.

Enrique Canon es senador por Banderas de Liber-Seregnistas-Fuerza Renovadora (Frente Amplio).