Las definiciones del término “reconocimiento” son numerosas. Paul Ricoeur (2004) ha encontrado una veintena. Sin embargo, si lo contrastamos con uno de los posibles significados opuestos, el de menosprecio, por ejemplo, casi podemos hacernos entender sin equívocos. Es justamente en esta dupla reconocimiento-menosprecio que se está jugando el estado de uno de los lazos más profundos de la construcción de nuestra sociedad en este siglo. Porque el reconocimiento se ha vuelto la medida de la convivencia existente en la sociedad.
El filósofo y sociólogo Axel Honneth (2000) sostiene que la ambición de las personas de ser reconocidas es uno de los sentimientos más relevantes que se puede tener hoy en nuestras sociedades. Ello implica un cambio sociológico cualitativo de importancia con respecto a las sociedades del pasado, donde la problemática del reconocimiento no tenía la acuidad que tiene actualmente. Hoy las personas están dispuestas a luchar por lo que consideran que debe ser reconocido de él o de los suyos, en el plano que sea. Y por ello, además, esta es la vara con la que miden la política –la social, en particular– y la sociedad.
Como característica de la modernidad en que vivimos, cada persona considera que posee ciertos derechos inalienables que le otorgan un carácter específico, en relación a sus diferencias con sus conciudadanos (sean estas sexuales, étnicas, religiosas, políticas o de cualquier otro estatuto social que considere fundamental para demarcar su vida).
En efecto, cada uno estima que debe ser el propio actor de su historia personal y la de los suyos, y ello tanto en el plano de sus recursos materiales como simbólicos. Pero simultáneamente siente que las condiciones sociales están dadas para que tal aspiración se exprese en el espacio público y que por lo tanto por esta vía sus reclamos de reconocimiento sean visibles. La negación de estas aspiraciones de reconocimiento se canaliza por lo general como una suerte de frustración más que le infringe el sistema político, el que debería ser el garante de sus derechos.
Este sentimiento de frustración que acompaña la falta de reconocimiento podrá generar en ocasiones acciones colectivas de lucha potentes e inmediatas, y en otras ocasiones no tendrá estas manifestaciones públicas, aunque no nos llamemos a engaño, la acumulación de frustraciones generadas por la falta de reconocimiento o incluso por el menosprecio generará a la larga manifestaciones colectivas que no deberían sorprender a nadie, manifestaciones que provienen de profundas convicciones fundadas en fuertes evidencias que no revertirán ningún marketing político.
Los cuidados (de niños, de ancianos y de personas con discapacidades) se han transformado en una de las canteras de empleo más importantes de los países desarrollados en los últimos años. Ello porque libera a la mujer de funciones ancestrales que eran invisibilizadas en la esfera pública de las sociedades. Y las políticas de cuidados le permiten incorporarse al mercado de trabajo, si así lo desean. Pero en un plano más profundo, la necesidad del desarrollo de la política de “cuidados” se acopla a un cambio civilizatorio sin retorno, que le permite a la mujer tener mayor autonomía e incluso mayor autenticidad en nuestras sociedades. Cualquier bloqueo a esta libertad conquistada por las mujeres será vivido como una suerte de patología social.
Honneth señala que existen tres esferas de reconocimiento. La primera es la de la intimidad y la del amor, que hace del hombre y la mujer seres reconocidos en sus afectos y necesidades íntimas, y ello les lleva a conformar la confianza en sí mismos. La segunda es la que opera en las relaciones jurídicas que permiten a los individuos representarse a sí mismo como seres responsables, y ello les permite conformar el respeto de sí mismos como personas con derechos, y obviamente con obligaciones. Y finalmente, la esfera de la cooperación social, que es donde cada uno o una busca reflejarse en el valor social que el otro le brinda, y ello se traduce en la conformación de la estima de sí mismo.
La falta de confirmación de los programas de cuidados y la pérdida de la experiencia acumulada en este campo por su desmontaje se vive como una suerte de menosprecio.
Si observamos el sistema de cuidados, podemos percibir que en este campo, estas esferas están íntimamente ligadas. Por ejemplo, en investigaciones de la corriente “The New Sociology of Work”, en Gran Bretaña (Pettinger L y otras, 2006), se demuestra que la principal competencia de las “cuidadoras” es la capacidad de dar cariño. Y que ello es una competencia insustituible, más allá de que, para realizar su trabajo con eficiencia, requieran incorporar otras competencias más técnicas. Por lo que en el cuidado se entremezclan la esfera del reconocimiento de la intimidad y el amor con la esfera de la cooperación social, pasando obviamente por la esfera del reconocimiento jurídico de su trabajo y de su empleo, porque este trabajo debe desarrollarse en un marco legal, formal.
Retroceder en el campo de los cuidados supone volver a cargar a las mujeres, particularmente las de las clases menos pudientes, con un fardo casi insoportable de responsabilidades. Pero además, esta medida política hace retroceder una cantera de trabajo y empleo que tiene una legitimidad sin discusión y que conlleva un sentimiento de mucha necesidad social, que aparentemente no se reconoce en la coyuntura que estamos viviendo.
Por ello, la falta de confirmación de los programas de cuidados y la pérdida de la experiencia acumulada en este campo, por su desmontaje, se vive como una suerte de menosprecio de las necesidades de las mujeres y de las familias de bajos ingresos, que no tendrán más remedio que reducir sus posibilidades de trabajo, o directamente abandonar sus empleos, para cuidar a sus parientes necesitados de cuidados.
Estas formas de menosprecio pueden ser vividas de distinta manera. Pueden ser vividas como una invisibilización de sectores importantes de la población, cuando se percibe que no son tenidas en cuenta sus expectativas de reconocimiento y simultáneamente no se les da ninguna explicación del porqué de esta forma de ninguneo. O pueden recibir una suerte de reconocimiento despreciativo, cuando se suprimen los servicios justificando estas acciones con juicios desvalorizantes de las tareas que se venían realizando en este campo, sin proponer claramente propuestas alternativas. O, finalmente, pueden ser suprimidos por una suerte de desconocimiento voluntario cuando simplemente no se quiere saber ni reconocer lo que se venía haciendo, ignorando las soluciones y las opciones estratégicas que se habían tomado simplemente por el hecho de rechazar de plano a quienes las habían elaborado o a quienes implementaban dichas políticas.
Es absolutamente legítimo que una nueva administración quiera realizar mejor de lo que lo hacían las administraciones anteriores, pero para ello no puede menospreciar a los segmentos de la sociedad a los que iban dirigidas las políticas, ni tampoco dejar de rescatar las cosas positivas que se venían realizando o negar de hecho su existencia, porque si lo hace no tiene ninguna medida para intentar mejorar las políticas que quiere realizar. Además, por esta vía también se está menospreciando a la población que necesitaba el apoyo de estas políticas sociales.
Marcos Supervielle es profesor emérito de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales.