Quizá parezca equivocado o fuera de momento hacer las preguntas que vendrán a continuación, porque hoy lo inmediato es asegurar las firmas para habilitar el referéndum contra la ley de urgente consideración (LUC). Pese a esta duda, creemos necesario hacerlas: ¿qué pasa si no se llega a la recolección de firmas para derogar los 133 artículos de la LUC? ¿Qué pasa si se llega a las firmas pero no se logra luego la derogación de dichos artículos?

El problema de fondo a resolver es cómo detener el colapso al que nos dirigimos como humanidad, y el referéndum contra la LUC no puede dar respuesta a esto. El problema central es que no hemos podido construir como sociedad una alternativa que cambie de raíz el sistema en el que hoy vivimos.

Es real que la LUC y las políticas del actual gobierno profundizan la defensa de la propiedad privada y les dan garantías a los grandes poseedores, además de proteger y legitimar la violencia dominadora. No solamente deberíamos pensar en los agentes del Estado que tienen por ley el uso de la fuerza (justamente lo que se intenta es derogar algunas ampliaciones de este uso que ponen en peligro a los ciudadanos), sino que además se legitima en los hechos a los privados o retirados policiales para que hagan uso también de armas letales cuando lo crean necesario.

No nos parece menor lo antes mencionado, pues en parte lo que está en juego es la credibilidad del sistema en el que vivimos. No superar esta recolección de firmas o que esta consulta no sea aprobada será un duro golpe para el movimiento popular y las organizaciones que lo componen, y será un aliciente para los sectores dominantes. También tenemos que tener claro que estos sectores harán lo imposible para que no se llegue a las firmas y después para que no sea aprobado este cuestionamiento.

Si se aprueba la derogación de los 133 artículos, allí empieza otro dilema-problema. Será una buena noticia que no se logre desarrollar o profundizar el avance conservador de los sectores dominantes, pero ¿qué pasa después de ese proceso?

Uruguay está partido en dos grandes bloques en lo político-partidario: aunque una coalición esté aceitada en su funcionamiento (y en unos meses cumpla 50 años) y la otra no tenga siquiera un órgano coordinador, esta última viene trabajando e imponiendo un programa político, y si bien ha mostrado ciertas dificultades (la renuncia de su canciller y líder de uno de los partidos centrales de la coalición fue la más trascendental), en el Parlamento está siendo implacable. Está haciendo uso de la legitimidad que le dan las urnas y además está usando las condiciones que le ha permitido la pandemia para imponer su programa político sin muchas opciones de resistencia. La aprobación de la LUC es un claro ejemplo. También lo es la Ley de Presupuesto y la insistencia para modificar la Ley de Medios que aumenta la concentración en las mismas familias que hace décadas detentan el control de los medios.

Ahora bien, debemos saber que hay continuidades entre los gobiernos anteriores y el actual. Y tenemos claro el ajuste en la Ley de Presupuesto que perjudica a los trabajadores y a los sectores populares, y el retroceso que implica la LUC para los derechos humanos. Es decir, somos conscientes de que hoy en la administración estatal se encuentran sectores conservadores y que están dispuestos a ir a fondo en su política.

Pero a lo que nos referimos es a que la religión de mercado o los dogmas que mantienen esta creencia tienen continuidad. El sistema capitalista se transforma y a su vez transforma todo en mercancía. Puede ser una idea, una causa loable con la que aquellos que sufrimos este sistema podemos estar de acuerdo. Pero esa potencia destructiva del sistema va erosionando, carcomiendo esas causas justas, y las va vaciando de contenido, porque todo pasa a ser parte de esa telaraña de la que –parece– nada puede escaparse. La venta y la compra constantes y permanentes pasan a ser lo cotidiano. La última “novedad” al respecto es el inicio de la cotización en la bolsa de Wall Street del agua.

Es imprescindible imaginar y proyectar el después del referéndum contra la LUC. Y también es urgente ampliar la coordinación y las acciones para detener el ajuste y el avance conservador represivo.

Sin embargo, comenzamos a ver que todo tiene un límite. Y la misma acumulación del capital comienza a ser un serio problema para la humanidad. Varios líderes mundiales niegan de manera cínica el problema del calentamiento global, pero ese es el límite para el avance del capital.

Por eso pensamos que es clave y necesario tensionar lo que ocurría antes del 1º de marzo en Uruguay, porque no estamos al margen de esta estrategia mundial del capital. Quizá haciendo este ejercicio no llegaremos a lo que ocurre en países vecinos, en los cuales en muchas oportunidades se descree del sistema político en su conjunto y se viven momentos sociales explosivos porque se deja de lado a las poblaciones más vulnerables, que son la mayoría de la población.

Y en los momentos explosivos, de no existir organizaciones populares fuertes, los que muchas veces –casi siempre– han salido triunfadores han sido los sectores dominantes, que logran imponer sus intereses y reforzar su poder. Es teniendo presente estos procesos históricos que se debe ser cuidadoso a la hora de accionar, pues la pura acción puede llevar a callejones sin salida.

Es necesario tener presente que el hecho de que el capital esté en crisis no significa que se esté yendo en dirección de un mundo mejor para los explotados. Los momentos de caos y estallidos muchas veces son aprovechados por los sectores conservadores para intentar ampliar su margen de acumulación y ganancia. Hoy ya existen violentos conflictos por los recursos acuíferos, guerras civiles que tienen como telón de fondo esos intereses, y a su vez ha crecido el fundamentalismo religioso conservador, que lleva a que millones de seres humanos vivan atrapados en esas redes institucionales heterónomas.

Para contraponer el poder de estos sectores es necesario que las grandes mayorías logren pasar a ser sujetos de los cambios de manera activa y constante. De esta forma estaremos más cerca de superar el desprecio y el descrédito a la política que hoy se percibe en mucha gente. Y como plantea el historiador Enzo Traverso en Las nuevas caras de la derecha, tenemos que tener presente que “la antipolítica surge de la decadencia de la política, vaciada de su contenido. [Muchas veces] la alternancia de gobiernos no produce una modificación fundamental en su política gubernamental, porque significa sobre todo un cambio del personal que administra los recursos públicos, con sus redes y sus clientelas”.

Por estos motivos creemos que es imprescindible imaginar y proyectar el después del referéndum contra la LUC. Y también es urgente ampliar la coordinación y las acciones para detener el ajuste y el avance conservador represivo que hoy cada vez se hace más evidente (el diputado cabildante Eduardo Lust ya había propuesto hace dos meses limitar el derecho de reunión y decretar las medidas prontas de seguridad).

Pero quizá lo más urgente sea darnos cuenta de que como país aislado no podremos salir de esta situación. La región y los países vecinos son imprescindibles para intentar construir espacios alternativos a la acumulación del capital. De cómo nos vaya en estos intentos depende que podamos continuar siendo proyectos políticos resistentes a la hegemonía mundial.

Héctor Altamirano es docente de Historia.