La covid-19, como toda pandemia, ha desajustado los modelos de vida a los que estábamos acostumbrados/as. Esta dificultad sanitaria puso en evidencia lo que parte del feminismo viene considerando como central para repensar un proyecto que tenga a la vida en el centro: todos y todas somos interdependientes. La rápida propagación de la covid-19 y las medidas institucionales para producir aislamiento social que se están aplicando en la mayoría de los países ponen en evidencia uno de los eslabones más débiles de nuestra sociedad: los cuidados.

Las personas necesitamos bienes, servicios y cuidados para sobrevivir. Los cuidados son relacionales e interdependientes, todos hemos precisado o precisaremos cuidados en algún momento de nuestra vida y todos hemos cuidado o cuidaremos a alguien en las etapas de nuestro ciclo vital. Todas las personas requerimos alimento, ropa, abrigo, asistencia, apoyo, compañía, así como todas las personas nos lesionamos, enfermamos, pasamos por la primera infancia y llegaremos, probablemente, a la vejez.

Ahora bien, a pesar de lo anterior, una de las lecciones que nos deja esta emergencia sanitaria refiere a la invisibilidad de los cuidados, y nos preguntamos cómo impactan los cambios propuestos por las medidas que están tomando los países sobre la vida cotidiana de varones y mujeres. Esta situación es una oportunidad para hacernos la pregunta que, por cierto, pocos medios y hacedores de política se han hecho: ¿qué pasa con los cuidados en el marco de esta emergencia sanitaria?

Obviamente, para un problema estructural de esta magnitud, la solución no es simple. Un abordaje histórico del tema ha sido ignorar la centralidad del cuidado, asumiendo que la incorporación de las mujeres al trabajo productivo redistribuirá esa carga por sí sola, cuando la evidencia nos muestra que eso se tradujo en una doble jornada laboral para las mujeres. Algo que conocemos desde los estudios de género y cuidados es que la economía considerada productiva se sostiene en el trabajo del cuidado (no reconocido ni remunerado), aunque este sea en muchos casos invisible. Como sabemos, en la región las mujeres realizan cerca de 80% del trabajo de cuidados no remunerado y son amplísima mayoría entres quienes se ocupan en el trabajo de cuidados remunerado; por tanto, gran parte de los cuidados totales la ejercen las mujeres.

Algunas de las medidas propuestas suponen un aislamiento en los entornos domésticos y la búsqueda de soluciones individuales por parte de los entornos familiares para el cuidado, soluciones individuales mediadas, por tanto, por los recursos de diversa índole que cada uno tenga. Es un regreso al “puertas adentro” y cada quien encontrando su solución.

Para solucionar la crisis de cuidados necesitamos una nueva idea de gestión pública que entienda que la interdependencia de las personas es un hecho de la vida en común.

La necesidad de cerrar los establecimientos educativos y de cuidados pone de manifiesto que las jornadas laborales no son compatibles con cuidar a niñas, niños, adolescentes y personas dependientes. La instrucción de aislamiento social total de las personas mayores de 60 o de 65 años –según el país– vuelve a recordar que en nuestros países miles de ellas no tienen redes de apoyo, cuidadores/as ni tampoco recursos.

Para solucionar la crisis de cuidados necesitamos una nueva idea de gestión pública que entienda que la interdependencia de las personas es un hecho de la vida en común. La solución no pasa solamente por repartir más equitativamente el cuidado entre varones y mujeres a nivel individual, sino que su importancia y valor se reconozca y pueda ser provisto también en parte por la sociedad y con el Estado asumiendo su responsabilidad.

La emergencia por la covid-19 vuelve a poner en el centro la cuestión de la organización social del cuidado, y es necesario que, junto con apoyar todas aquellas medidas y acciones que pongan la humanidad y no el mercado en el centro para paliar la pandemia, seamos capaces de instalar la necesidad de poner los cuidados al centro, superando el mercado como eje organizador de la vida en común. Esta crisis pone de manifiesto que es el momento de comenzar a pensar en nuevas formas de organización social en general, donde la organización social del cuidado ocupe un rol central.

Ante gobiernos que toman diferentes medidas, personas que no pueden ser cuidadas por la población de riesgo (pensemos en las abuelas que son en buena parte cuidadoras de niños y niñas), mujeres asalariadas empobrecidas y sin medidas de protección laboral que aseguren su empleo, con servicios médicos colapsados, pensar en nuevas formas de gestionar los cuidados es urgente.

La crisis de cuidados tendrá otra consecuencia no menor: la dificultad de incorporación o continuidad de las mujeres en el trabajo productivo en igualdad de condiciones respecto de los varones. Teniendo en cuenta que los trabajadores y las trabajadoras con mayor desprotección, informales y que trabajan con base en jornales, van a recibir el mayor impacto de las repercusiones económicas que genere esta emergencia sanitaria, podemos afirmar que probablemente la pandemia vuelva más pobres y vulnerables a las mujeres. Esta situación la hemos visto ya en casos de emergencias por desastres naturales. ¿Cómo abordará el Estado las consecuencias de la pérdida del empleo por la sobrecarga de cuidados? ¿Qué medidas de promoción de corresponsabilidad en las tareas domésticas y de cuidado se pueden adelantar entre el Estado, las empresas y trabajadores y trabajadoras en una situación de confinamiento?

La única respuesta total y efectiva ante las crisis en la reproducción de la vida está dada por las instituciones universales, públicas y gratuitas, por los espacios de lo común, de lo colectivo. En esta situación de alarma, los estados en general han convocado a la responsabilidad individual para hacer frente a una crisis estructural que evidencia las fragilidades de los sistemas públicos de atención a personas dependientes. La incapacidad de los estados y gobiernos para ver la dimensión estructural de los cuidados es preocupante.

Las mujeres siguen siendo las más afectadas por el trabajo de cuidados no remunerado, sobre todo en tiempos de crisis. Debido a la saturación de sistemas sanitarios y al cierre de las escuelas, las tareas de cuidados recaen mayoritariamente en las mujeres. Se necesitan medidas que rompan los moldes tradicionales para que esta situación no recaiga desmedidamente sobre las mujeres. Hay que pensar cómo se distribuye esta crisis de otra manera para que no seamos siempre las mujeres las que sostenemos los momentos críticos en el funcionamiento de una sociedad. Esto implica, entre otros elementos, construir una mirada alternativa sobre nuestro modelo de convivencia, mirada alternativa fundada sobre la irrenunciable igualdad real y no sólo formal de varones y mujeres. Recuperar la dimensión política de la vida cotidiana parece un camino a transitar.

La crisis de los cuidados queda expuesta una vez más, aunque no sea hoy la preocupación central de quienes toman medidas para frenar la pandemia.

Karina Batthyány es secretaria ejecutiva del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Este artículo forma parte del Observatorio social del coronavirus “Pensar la pandemia”, de Clacso.