Día a día convivimos y nos comunicamos a partir de comportamientos, objetos y símbolos que poseen una carga social significativa. Estos conducen a procesos de interpretación que tienden a variar de acuerdo al contexto en el que son utilizados.
Hace ya un largo tiempo que los teléfonos celulares se han situado como la tecnología de comunicación con mayor crecimiento mundial, sin discriminar lugar geográfico, nivel socioeconómico o densidad poblacional. Los seres humanos los hemos ido incorporando a nuestras vidas vertiginosamente, renovándolos cada cierto tiempo, de forma que nos brinden mayor capacidad de almacenamiento, para –entre otras cosas– poder instalar nuevas aplicaciones que aceleren nuestras habilidades comunicativas, informativas y de compras, de una manera más cómoda y sencilla.
La revolución tecnológica, junto con la cultura del consumo, nos ha inserto, casi sin darnos cuenta, en una intoxicación digital, en la que el exceso de información juega un papel fundamental en la aceleración del pensamiento humano. La hiperconectividad no sólo autoriza la comunicación entre las personas, de manera verbal o escrita, sino que nos permite acceder libremente a información variable e infinita, así como a ofertas y descuentos publicitarios orientados a la compra.
En una época de tecnoglobalización interdependiente, en la que reinan la inestabilidad, la fluidez y en donde el cambio se vuelve la norma, internet se convierte en una herramienta polifacética, y la exposición excesiva al celular puede desencadenar problemas de diversa índole en la vida cotidiana del sujeto.
Estamos enfrentando la primera pandemia de la historia interconectados, en un contexto de distanciamiento comunitario por tiempo indeterminado que suscita caos, incertidumbre y miedo en los seres humanos. En este marco, el uso de los teléfonos celulares puede desarrollar conductas adictivas. A diferencia de las adicciones causadas por sustancias químicas, internet promueve las adicciones sociales, como es el caso de la dependencia a la información impulsada por un acto desmedido del manejo del celular. La era digital aligeró la propagación de información relacionada al virus que causa la covid-19. Cuando en China aparecieron los primeros casos, inmediatamente se logró acceder a crónicas relacionadas al asunto; no obstante, la sociedad uruguaya comenzó a tomar ciertos recaudos semanas después de que el virus se propagara por el continente europeo.
¿Qué tan preparados estamos para internalizar toda la dispersión informacional que recibimos masivamente, teniendo en cuenta que la sobreinformación de un tema puede dar paso a trastornos de ansiedad y depresión?
El fenómeno que hasta mediados de marzo veíamos a través de una pantalla se instaló en el país, dando paso a la divulgación mediática y excesiva del virus. En estas instancias corresponde preguntarnos qué tan preparados estamos para internalizar toda la dispersión informacional que recibimos masivamente, teniendo en cuenta que la sobreinformación de un tema puede dar paso a trastornos de ansiedad y depresión.
Como método de defensa –ante la reclusión voluntaria–, para liberar la ansiedad las personas aumentan la utilización del recurso de la mensajería interactiva instantánea, debido a que esta les genera satisfacción ante la ausencia de cambios significativos en su actividad cotidiana, pero de ser usada en exceso pone de manifiesto una tendencia a la adicción comunicativa.
El alivio al síndrome de abstinencia a la tecnoadicción puede incrementar los vínculos que omiten la cotidianidad y no se fundan en una amistad verdadera, es decir, aquellas relaciones que por defecto están ligadas a momentos específicos de la vida de los sujetos. La búsqueda del reconocimiento en el mundo virtual puede provocar que el intercambio pase de ser progresivo a abusivo, y, por ende, a la sobrevaloración de la persona por su faceta virtual, producto del regocijo que genera el empleo del celular, en este caso sobreestimulado por el distanciamiento social.
El uso desmedido de la mensajería interactiva instantánea, al igual que las publicaciones realizadas en las redes sociales, puede afectar nuestra privacidad, ya que lo publicado puede ser visto, manipulado y usado por otros usuarios con los cuales se mantienen relaciones verticales, debido a la integración y el sentido de pertenencia que este tipo de intercambio en línea establece. Este puede ser el caso de las relaciones virtuales que se generar a partir de los nuevos hábitos de consumo por medio del comercio electrónico, consecuencia de la pluralidad de las aplicaciones móviles de compraventa.
La pandemia que sofoca al planeta produjo una interrupción involuntaria de gran parte de la economía mundial. Si bien se aconseja mantener un aislamiento social, centenas de ciudadanos, ya sea por su edad, género, rutina o escaso vínculo con la tecnología, optan por hacer las compras presencialmente, varios de ellos actuando acorde a una percepción del miedo de escasez y hambruna, la cual conlleva a un endeudamiento excesivo e innecesario. Por otra parte, igualmente inducidos por la ansiedad, encontramos un conjunto de personas que compran mediante el teléfono celular.
En un contexto epidémico de contagio masivo, la compra virtual ofrece múltiples ventajas que disminuyen los riesgos de contraer covid-19, merma las concentraciones en masa, al igual que obvia la disposición de tapabocas y guantes para obtener el fin, nos brinda un ambiente de seguridad, otorga flexibilidad horaria y de días, así como elude el dedo acusador e intimidatorio por compras exorbitantes. El anonimato virtual no deja huella social, el usuario tiene la posibilidad de comprar en cantidad y variedad productos y servicios.
Cabe destacar que para que este escenario se presente de este modo debe existir previamente una predilección por la compra compulsiva, la actualización constante de información determina patrones de felicidad por el tiempo invertido en la búsqueda de un artículo en la web, que efectivizan la comparación de precio y el tiempo de entrega.
El impacto que generan las gestiones por celular puede desencadenar estados depresivos que se activan cuando se toma conciencia del endeudamiento que causa la masividad de los clics en el ciberespacio, producto de los valores de consumos orientados a la acumulación materialista, en este caso fortificados por la incertidumbre, la oferta, la demanda y el distanciamiento social.
Paola Boschnakoff es licenciada en Sociología.