Imaginemos un déspota autoritario al que se le da la oportunidad única de generar miedo social mediante el cual pueda controlar a todo su pueblo y darle órdenes desde el otro lado de una pantalla, mientras todos están aislados y sin capacidad de movilización física. Ese es el sueño ideal de cualquier totalitarista. Pero lo que nos salva de esa situación es la capacidad de comunicarnos por distintas vías.

La situación de pandemia y confinamiento en que nos coloca el coronavirus a nivel mundial abre la puerta para que todos los problemas preexistentes que aquejaban a nuestras sociedades sean más duros. Uno de esos problemas es la falta de transparencia, el abuso en el uso de redes sociales como único canal de comunicación y la persecución a la prensa independiente.

Esta combinación de tres factores que buscan cerrar cada vez más la comunicación entre los gobiernos y la ciudadanía, sin que haya nadie interpretando, cuestionando la información oficial, es un arma letal para las frágiles democracias de nuestra región.

Más temor causa ver en varios noticieros al famoso personaje Jaime Durán Barba, padre del marketing político sin escrúpulos, dando consejos respecto de la comunicación de crisis. O a otros personajes, como asesores centroamericanos que andan de país en país vendiendo sus servicios de compra de medios, creación de bots y acoso selectivo a periodistas.

Hoy no es tiempo ni de Durán Barba ni de estos asesores tropicales. Esta crisis en realidad es tiempo de comunicaciones formales, abiertas y que extremen cuidados en la transparencia de la información pública.

Claro que la comunicación no es la solución a la pandemia, pero sí una linda oportunidad para terminar de sepultar cualquier intento autoritario de perseguir la labor periodística y de ocultar información pública.

Hoy sí importa tanto la forma como el contenido. El contenido de la información debe ser transparente y profesional. La forma de comunicarla debe ser accesible y entendible para toda la ciudadanía, incluyendo las más amplias diversidades.

Pero sobre todo es tiempo de permitir el trabajo libre de la prensa. La tentación de acallar o perseguir a periodistas en momentos de crisis humanitarias es algo que ya conocemos. Es momento de permitir la circulación de todo tipo de información oficial, de facilitar la tarea a la prensa, de formalizar las comunicaciones entre el gobierno y los periodistas.

La crisis en la que estamos inmersos proporciona grandes oportunidades de plantear esquemas de comunicación colaborativa entre la academia, la sociedad civil, la prensa y los gobiernos. ¿Vamos a perder una vez más la oportunidad? No es tiempo de marketing político ni del uso indiscriminado de datos personales para controlar a la población. Sí es tiempo de que se creen formas más didácticas, más sencillas y que apelen a la construcción de sentido cotidiano de la ciudadanía para comunicar políticas públicas.

En estos períodos nacen oportunidades. Claro que la comunicación no es la solución a la pandemia, pero sí una linda oportunidad para terminar de sepultar cualquier intento autoritario de perseguir la labor periodística, de ocultar información pública y de hacer del marketing el desvelo de todos los actores políticos. No es tiempo de Durán Barba. Es tiempo de una comunicación empática, humana y transparente. Como decían por ahí, es ahora.

Matías Ponce es coordinador de la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Comunicación.