Sin duda interpela ver un revoltijo de frazadas y colchones, unos cartones, algún nailon abrigando a alguien que se cobija del frío de la noche o de algunas mañanas invernales en cualquier portal, vereda o plaza de la ciudad. Uno puede preguntarse cómo llegó a esa situación. Qué caminos recorrió desde que era un bebé cargado por los brazos quizá amorosos de una madre, amamantado; desde los primeros balbuceos, pasos, piruetas del niño de túnica y moña que quizá fue todos los días, quizá ya faltó algunos a una escuela cualquiera, que tuvo más o menos amigos y vivenció una infancia de algún tipo, probablemente ya carenciada y difícil, probablemente no libre de violencia. Quizá la droga. Quizá algún delito, quizá la cárcel, la pérdida de afectos, de familia, y quedar así, a la intemperie, sin más que lo que lleva puesto: alguna mochila, si tiene suerte, el afecto de algún perro, vagabundo como él, con quien compartir lo poco que consigue para comer y el calor de las cobijas que alguien le regaló o rescató de algún contenedor de esos que aún se pueden abrir para revisar lo que otros desechan, en busca de algo que se pueda aprovechar. Pies cansados que caminan con zapatos no siempre de su talla, más o menos sanos, más o menos limpios, mojados y secados mil veces, bajo mil lluvias y mil soles. Quizá la droga o el alcohol ayudan a olvidar el desamparo, la falta de posibilidades. ¿Quién va a darle un trabajo a alguien sin casa, sin ropa presentable, sin posibilidad de aseo? Algunos tendrán, además, alguna patología psiquiátrica en su CV. Lo que seguro no tienen son recomendaciones, amparo, apoyos para poder salir de donde están.
Son todos diferentes, como diferentes somos todos los humanos y nuestras historias, que nos marcan, que nos forjan.
Las políticas llevadas adelante hasta ahora no han sido suficientes para rescatarlos de la calle, para romper ese círculo vicioso de no trabajo, no vivienda, no posibilidades de trabajo y de futuro. Se han llevado a cabo trabajos importantes en la caracterización de esta población: sociológicos, etnográficos, censos. Esto es imprescindible para poder desarrollar políticas adecuadas, encontrar respuestas. Se necesita también voluntad política de hacerlo, y dinero. Sí, dinero, bastante dinero, para poder rescatarlos de la calle, dando respuestas diferentes a refugios nocturnos y diurnos con los que se cuenta hasta ahora, ya que no parecen ser estos, por lo menos en esta modalidad, respuestas adecuadas para lograr este objetivo. Se requiere tener verdaderos centros de rehabilitación para personas que delinquen, no simples cárceles punitivistas, más centros del estilo de la Punta de Rieles dirigida por años por Luis Parodi. Más sentencias compensatorias y menos gente que ingrese al sistema carcelario. Y políticas claras de reinserción en la vida “afuera”, al salir, que aseguren trabajo y vivienda. Se necesita mejor atención a la salud mental, mejores centros de deshabituación de las drogas, se necesita prevención, trabajar con las familias, con los niños.
Claro, para todo esto se necesita salir de la lógica de “no quiero mantener vagos con mis impuestos”, salir de la lógica del “otro” y querer de verdad construir un nosotros. Se necesita, sobre todo, empatizar con el que está en esa situación, comprenderlo, darle el estatus de ciudadano con derechos, igual que todos, preguntarnos y preguntarles qué se precisa para lograr de verdad un cambio. Y estar dispuesto a aceptar que muchas veces habrá fracasos y recaídas, pues no es fácil salir adelante luego de haber llegado a una situación tan límite.
A las personas no se las saca de la calle. Se construye sociedad que las incluya.
Hoy escuchamos al presidente y al ministro del Interior decir que van a “sacar a esa gente de la calle”, porque “la vivienda es un derecho, pero no tenerla no da derecho a vivir en la calle, cocinar en la calle, dormir en la calle”, que no debemos acostumbrarnos a “este paisaje”, que “[los demás] tenemos derecho a disfrutar de los espacios públicos”. Y esto nos lleva a reflexionar y analizar sus dichos.
Primero, “sacarlos de la calle”: no son objetos, son personas, con la dignidad intrínseca del hecho de haber nacido personas y los derechos inherentes. Por tanto, podremos tomar medidas que nos ayuden a dar solución al problema de las personas que no logran insertarse adecuadamente a la sociedad, medidas que tienen dos puntas: las que tienen que ver con esas personas en sí, y la parte que corresponde a la responsabilidad de la sociedad, que, ciertamente, las expulsa de su seno. Pero no “proceder a sacarlas”. Y esta frase nos lleva a preguntarnos: si piensan “sacarlas”, bueno, ¿pues dónde piensan “ponerlas”? De no mediar todos esos procesos previos de entender la problemática social que subyace a este fenómeno, de no entender las causas, de no mediar un diálogo real, un interesarse por los porqués, difícilmente logremos construir el camino para que cada uno de ellos pueda reintegrarse al entramado social y encontrar su manera de tener un lugar donde cocinar, dormir, habitar, trabajar, ser independiente.
Ni siquiera es cierto que pueden darles alojo en los refugios del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), ya que no contarían con plazas suficientes y, además, no son soluciones de 24 horas, sino sólo nocturnas. Entonces, otra vez, si no se encuentran los caminos para lograr su reintegro a la forma de vida que tenemos la mayoría, con una casa, un trabajo, una familia, un grupo de amigos y referentes que nos rodean, ¿vamos a institucionalizarlos en un lugar donde dormirán, se bañarán, y al otro día, afuerita y bailando, y tratá de ser invisible, porque si te sentás en un banco, te tirás en una vereda, descansás en un parque, la Policía tiene el derecho y el deber de echarte?
Por supuesto, no quiero “acostumbrarme a ese paisaje”, sobre todo si acostumbrarme significa perder la sensibilidad de dolerme con el dolor del otro, sentir vergüenza propia y ajena de no haber hecho lo suficiente como sociedad para que no haya brechas, para que no haya afueras, para que todos puedan encontrar su lugar, para que todos tengan cabida. Pero la solución no puede ser “sacarlos de la vista”. La solución sólo puede ser incluir, incluir, incluir. Para ello se necesitan políticas públicas fuertes desde el vamos, que apoyen a los que no tienen o tienen poco. Es necesario apoyar a las madres que crían solas muchos hijos, luchar a brazo partido por una sociedad igualitaria, no resignándonos a ver aumentar el porcentaje de pobreza. A contramano de esto van las insuficientes medidas en apoyo a los que tienen menos posibilidades en esta crisis a consecuencia de la covid-19.
¿Que si quiero disfrutar de los espacios públicos? Pues claro. Con el mismo derecho que tienen todos y cada uno de los habitantes de este país de hacerlo. Incluso quienes no tienen vivienda. Con las mismas ganas.
No puedo estar de acuerdo con estos dichos de un presidente y su ministro. No puedo estar de acuerdo con que la política social consista en que haya policías sacando gente de la calle, favoreciendo en muchos casos el abuso policial, creando categorías de ciudadanos. A las personas no se las saca de la calle. Se construye sociedad que las incluya.
Adriana Peveroni es médica.