Pertenezco a una generación que se crio en pleno auge de un proyecto de patria grande, de soberanía latinoamericana. Esa llamada “era de oro”, “era ganada”, que con sus matices, sus aciertos y sus errores llevó a nuestros pueblos a creer que la posibilidad de una vida digna era posible, y que aquellas utopías históricas de nuestros libertadores pasados como San Martín, Bolívar y Artigas no habían quedado en el frío recuerdo de alguna lectura, sino que marcaban la responsabilidad histórica del presente. Una generación que dio sus primeros pasos de vida política generando un vínculo de lealtad política con los procesos progresistas desde una participación activa interpelante, una participación propositiva, incorporando nuevos paradigmas.

Por muchos años nos hemos convencido de que la realidad latinoamericana era comparable con la realidad europea, que podíamos aspirar a un modelo de gestión nórdica. Pero la historia ha demostrado que acá en nuestra América Latina la inocencia y la buena voluntad de las gestiones amigables quedan obsoletas a la hora de definir el rumbo político de nuestros pueblos. No es casualidad que a los procesos políticos progresistas los derroten los mismos de siempre: las fuerzas armadas, las grandes corporaciones transnacionales, los medios masivos de comunicación y el Poder Judicial. Esta reacción conservadora responde a la misma lógica histórica de entender a nuestro continente como una gran fábrica de materias primas que tiene que estar al servicio del poder imperial. A la oligarquía nunca le sirvió que nuestros pueblos puedan vivir dignamente; ese conflicto de fuerzas nunca dejó de existir. Es por eso que creo necesario que hoy nuestras fuerzas políticas de izquierda resistan en clave de patria grande.

Considero un error de la izquierda llamarse “oposición responsable” a este gobierno que no es ajeno a la misma oligarquía de derecha conservadora que viene a enterrar todas las conquistas de nuestro continente.

Pensar en clave de patria grande no es solamente hacerlo en términos de superación del esquema nacional para pasar a un esquema de integración regional. Es también pensar en clave de construcción identitaria a futuro, es trascender la resistencia desde una posición de negación a un proyecto a una posición de construcción afirmativa. Pensar hoy en clave de patria grande es tarea y responsabilidad de nuestra generación; son nuestras manos las que tienen esa responsabilidad. Es momento de ver jóvenes enojados con el sistema y enamorados de las causas justas. Son nuestras pibas latinoamericanas quienes han introducido un cambio en la pedagogía política para siempre; con la consigna “lo personal es político” se instaló una manera de entender la realidad que nos marca un camino. Pensar hoy en clave de patria grande es encontrar las causas comunes a las que nuestros pueblos se inscriben trascendiendo las estructuras entendidas hasta ahora, pero sin perder de vista nuestros orígenes. Es recuperar esa convicción histórica, y despertar la condición de responsabilidad individual enmarcada en sentido de colectivo. Necesitamos generar pasión y atracción en nuestros pueblos hacia la construcción de proyectos y causas políticas de izquierda, para recuperar algo de la mística revolucionaria y generar un lazo de lealtad y compromiso entre el pueblo, el movimiento y las dirigencias.

Por eso considero un error de la izquierda de nuestro país llamarse “oposición responsable” a este gobierno que no es ajeno a la misma oligarquía de derecha conservadora que viene a enterrar todas las conquistas de nuestro continente.

El neoliberalismo ha querido instalar la idea de que nuestro modo de actuar tiene que corresponder con las reglas de su juego, nos marcan hasta dónde podemos decir las cosas, cómo debemos actuar frente a ellos. Uno de los principales problemas que tenemos en la izquierda latinoamericana es la carencia de estrategias en común para enfrentar esta embestida. Hemos dejado de pensar en clave de patria grande, como si aquello fuera algo añejado, de otros tiempos, como si en el concepto de “innovar” estuviera incluido el abandono de la historia y su acumulación, tendiendo a una concepción “moderna” que nos deja en una posición de huérfanos. En tanto, el neoliberalismo se beneficia de esta carencia, y está consolidado como bloque regional.

¿Cuánto más vamos a tener que esperar las jóvenes y los jóvenes para ser protagonistas de los tiempos que nos toca vivir? ¿Cuanto más vamos a esperar a que cambien las cosas que no nos gustan de los espacios de militancia en los que estamos insertos? La historia no espera, y nosotras y nosotros tampoco. La patria grande que soñamos la vamos a construir las pibas y los pibes, en las calles, despertando a nuestros pueblos, afilando los lápices para escribir el destino que queremos. No tenemos que pedirle permiso a ninguna dirigencia para transformar la realidad, y esto es necesario que lo entendamos nosotras y nosotros mismos. Nos invito a la reflexión colectiva sobre el rol que ocupamos. Nosotras y nosotros tenemos la responsabilidad de ir más allá. Enfrentar a la realidad desde una mirada irreverente, generando mística y un sentido de pertenencia a nuestra querida América Latina.

Julieta Zidan es estudiante de actuación de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático y gestora cultural.