Las instituciones, en un sentido amplio, son nuestro lugar de vida, de trabajo, de formación, de construcción de nuestras normativas de vida, de su revisión y defensa permanentes. Lugares colectivos donde se juega día a día la existencia de todos los integrantes de la sociedad. Son estructuras dinámicas, transformables y transformadoras, tanto de ellas mismas como de los que las constituimos y de la sociedad para la cual fueron creadas. Son el intermedio o intermediarios entre los sujetos y la sociedad en el sentido más amplio.
Dado este rol matriz y de construcción o de destrucción que tienen en potencia, es importante preguntarnos qué está sucediendo con ellas en esta encrucijada crucial que vive la humanidad. ¿Están cumpliendo con los objetivos para los que fueron creadas y existen? ¿Quiénes estamos cuidando las instituciones, que a su vez son la cuna y el trampolín de los ciudadanos?
“El mundo contemporáneo se caracteriza por una aceleración generalizada (Harmut Rosa, 2005, 2010) en la cual se opera un cambio, un derrumbe de las garantías metapsicológicas y metasociales, un debilitamiento de la figuras de heteronomía, y una desligazón entre el narcicismo y la alteridad. Las instituciones se encuentran frontalmente impactadas por estas mutaciones” (Pinel-Gaillard, 2019, p. 2).
La institución según estos autores es un espacio intermediario entre la política y el psiquismo, y tiene como función la unión, integración entre estos dos ámbitos, y la tarea de transformación propia de ellas y de las dinámicas que participan en el trabajo de cultura, entendiendo por este último el que se realiza en función de la humanización, que preserva y cuida frente a la deshumanización, a la pérdida del sentido del bien común, a la destructividad y al retroceso.
Lo siniestro, la destructividad y el retroceso social
Lo siniestro es lo que queda oculto detrás de lo que se dice, es la otra cara de la verdad. Es lo opuesto a lo que se proclama. En este momento parece predominar en los discursos y acciones que escuchamos y que vemos. Es lo que se ha dado en llamar la posverdad, está más allá de la verdad y se acerca o se transforma en la no verdad.
Vemos y oímos a diario, con perplejidad y desconfianza, cómo se dice lo inverso a lo que se hará, a quién se beneficiará y, por consecuencia, quiénes quedarán exentos de bienes o de derechos que tenían hasta este momento.
La sociedad tiende a inclinarse, peligrosamente, al desconocimiento de las necesidades, ideas y expectativas de la mayoría de sus integrantes. El concepto de respeto a la alteridad, al interés de los otros que son la mayoría, se esfuma y crece el pensamiento de defensa de los derechos propios, del individuo, esto último de alto contenido personalista y egoísta.
Estas ideas se difunden al conjunto de la sociedad e impactan fuertemente en el funcionamiento de las instituciones.
Últimamente asistimos a un cambio sustancial en el reconocimiento y respeto por las ideas que alentaron e hicieron posibles los regímenes democráticos.
Algunas instituciones se organizan con la idea del respeto a los derechos y con la intención de ofrecer igualdad de condiciones a todos sus integrantes. Así se crearon, por ejemplo, los servicios de salud, de educación, de atención social, y han cumplido durante años con el objetivo de su creación. Estos logros fueron posibles gracias a una evolución de años y a la lucha por esclarecer el hecho de que somos todos iguales ante la ley y gozamos de iguales derechos.
Últimamente asistimos a un cambio sustancial en el reconocimiento y respeto por las ideas que alentaron e hicieron posibles los regímenes democráticos. En vez de pensar en el conjunto de la sociedad, cada vez se piensa más en el beneficio a ciertos grupos sociales y en desmedro del resto de los individuos.
En nuestro pequeño ámbito nacional asistimos con dolor a la visión de cómo crece la brecha social entre los diferentes sectores de nuestra sociedad.
La pandemia ha servido para visualizar con más claridad las diferencias a nivel social; según las posibilidades de cada uno será la seguridad en mantener su salud, la vivienda, el trabajo, y los padres y madres podrán cubrir las necesidades de sus familias.
Por otro lado, está el interés del capital de no perder sus ganancias, y si es posible, aumentarlas. Pero en una situación en la cual hay menos recursos, por los efectos catastróficos que deja la pandemia, alguna prioridad se debe imponer para respetar y asegurar la vida digna de todos los compatriotas. Esto es claro que no se está priorizando. La mayoría de la gente ha quedado con mucho menos de lo que poseía: sin trabajo, por tanto sin ingresos, con riesgo de no poder alimentar a sus familias, de perder sus lugares de vida y con una atención de su salud más precaria.
¿Estamos atendiendo estas necesidades de un sector muy importante de la sociedad, que incluye poblaciones vulnerables como niños, jóvenes y personas mayores?
Las instituciones en la nueva realidad
Creadas para escuchar, atender y satisfacer las necesidades de la gente, las instituciones cada vez se alejan más del objetivo por el cual fueron creadas.
Los lineamientos de acción en las sociedades funcionan en cascada; la modalidad de manejo en las esferas superiores de gestión se traslada hacia el resto de las administraciones. Desde lo alto se exhiben directivas y procederes que van a influir en el conjunto.
Algunos sectores sociales con conocimientos y capacidad suficiente de análisis monitorean la marcha de las decisiones. En caso de que las consideren desventajosas, expresarán su desacuerdo, lo difundirán ampliamente y apelarán por todos los medios posibles a la corrección de los lineamientos con la finalidad de que no afecten los intereses y derechos vastos de la nación.
Desde los grupos más poderosos e influyentes estamos observando un repliegue en sí mismos, a la defensa de sus propios intereses en desmedro del cuidado de lo colectivo. Ese modelo, inexorablemente, se cuela en toda la administración, que se vuelve egocéntrica. Las instituciones creadas para el beneficio público se revierten para tener en cuenta en primer en lugar su burocracia; lo primero es el respeto de la autoridad de los cargos, su bienestar, y los beneficiarios quedan a la cola de la atención.
Esto lo vemos día a día en la planificación y asignación de recursos en el sector salud, en la administración de servicios, etcétera.
La idea de compartir sobre estos temas hace a nuestro ser humano, democrático y social; a promover nuestro interés permanente de pensar y buscar lo mejor para todos.
“Cada vez que tengo una rara emoción de comprender algo, siento la presión de nuevas preguntas, que no había imaginado hasta ese momento: comprender para mí, no es limitativo, es una apertura obligada hacia nuevas dudas, a nuevos temores” (Erri de Luca, 1997).
Dora Musetti es pediatra, psiquiatra y psicoterapeuta de niños y de adolescentes; secretaria general de la Asociación de Psiquiatría y de Psicopatología de la Infancia y de la Adolescencia.