Desde el inicio de la crisis sanitaria se abrieron distintos escenarios. Hubo un planteamiento institucional por parte del gobierno, que desde el primer momento dejó en claro que, en línea con sus postulados ideológicos, no iban a ser el capital ni los grandes intereses capitalistas quienes costearan los efectos de la pandemia. Otra de las respuestas fue más inmediata: con calor y humo desde los barrios se apuntó a resolver el tema cotidiano y acuciante de la alimentación. Volvieron las ollas populares. Impulsadas por vecinos, sindicatos, agrupaciones militantes, colectivos barriales, a gas o a leña, florecieron estas genuinas experiencias de apoyo mutuo. Ante el desamparo y la urgencia, la solidaridad y la autogestión brotaron por doquier.

El fenómeno se extendió por casi todos los barrios de Montevideo, la zona metropolitana y varios lugares del interior. La aparición de ollas populares fue tomada con simpatía por los medios y la política en un principio, pero las autoridades no tardaron en se salir a poner dudas la legitimidad de este movimiento. Lo primero que hicieron fue cuestionar su carácter genuino y popular, afirmando que eran un invento político para cuestionar al gobierno. Al mismo tiempo se dijo que era un fenómeno efímero que pronto desaparecería cuando su utilidad en la política partidaria caducase. Pero ni las ollas fueron un invento político, ni su aporte fue menos necesario con el correr del tiempo.

El colmo fue cuando el presidente rindió homenaje a los “héroes” que trabajan para que no falte un plato de comida allí donde el Estado no pudo llegar. En las ollas populares no hay héroes, hay denuncia.

Ante la permanencia y la constancia del trabajo enorme y cotidiano de las ollas populares floreció el concurso de quién se llevaba el premio de ser más solidario. Distintas iniciativas aparecieron con un cuidado lenguaje de marketing que se apropiaba de palabras, conceptos y símbolos para promocionar el mercadeo de la solidaridad. Empresas generosas, iniciativas de la “sociedad civil”, sonrisas por doquier y hasta choripanes hicieron fila para salir en la foto. Nunca entendieron ni entenderán que nuestros proyectos no están a la venta ni serán sometidos por cooptación de una lógica que nos es ajena. Estos intereses no podrán reclamar jamás para sí mismos el concepto de solidaridad. El colmo fue cuando el presidente rindió homenaje a los “héroes” que trabajan para que no falte un plato de comida allí donde el Estado no pudo llegar. En las ollas populares no hay héroes, hay denuncia. No sólo empezó a faltar comida, desde el inicio supimos que la lista de derechos afectados crecía cada día y que había muchos lugares a los cuales el Estado no podía ni quería llegar. En este país se eligió subir tarifas, congelar y bajar sueldos y jubilaciones, aumentar impuestos al consumo, profundizar la precariedad laboral, sacarles un pan con dulce a los escolares, tratar la violencia de género como “daño colateral” y dejar que una persona muriera de frío en la calle mientras pedía una ayuda que nadie quiso dar. Se eligió abrir templos y shoppings y cerrar los teatros. Sin embargo, a los que siempre ganaron nadie les tocó nada. A la casta de llorones eternos, acostumbrados a llenar sus bolsillos al ritmo del precio de la carne picada y los rebencazos, nadie se atrevió a decirles nada. Pero a las ollas las sustentan los vecinos, las vecinas y un incansable trajinar de los colectivos en busca de insumos, materiales y apoyo.

En el proceso hay aprendizaje, y en este contexto quienes participamos en las ollas populares elegimos una solidaridad activa, de compromiso, y no un concepto vendible asociado a una estética publicitaria. Acá no hay nada que agradecer. No hacemos caridad, no lavamos nuestras conciencias con un plato de comida, estamos para exigir y para comprometernos, somos parte del problema y queremos ser parte de un aprendizaje histórico para que la carpa no se vuele de nuevo a la primera brisa. Sin pueblo organizado solidariamente, sin compromiso, estamos a merced de quienes nos quieren robar nuestras vidas y también nuestras palabras. En nuestras ollas se cuece solidaridad y van tomando gusto las ganas de seguir adelante, porque no queremos una sociedad en la que se tenga que hacer fila con frío o con lluvia por un plato de comida. Por eso se viene nuestro Primer Encuentro de Redes de Ollas Populares, el domingo 9 de agosto, porque la realidad se ablanda en nuestro caldo y le damos sabor con nuestros condimentos. No queremos aplausos desde los balcones, “queremos un mundo nuevo porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones”.

Esteban Corrales es miembro de la olla popular de Palermo y del colectivo Red de Ollas al Sur.