Uruguay pudo controlar, al inicio, el número de casos diarios de covid-19 y logró que no existiera “primera ola” en nuestro país. Contribuyó a ello el inicio ampliamente mediático de los casos, tras una asistencia polémica y algo irresponsable a un casamiento muy concurrido, en el cual se contagiaron personas con alto poder adquisitivo, muchos de los cuales accedieron (en un momento en que los test no eran demasiados) a realizarse los estudios pertinentes en forma privada. La resonancia que tuvieron estos primeros casos, las medidas de cierre de muchas actividades, con muy poquitos casos, pero con la mirada puesta en lo que producía el descontrol de la epidemia en países con economías sólidas y sistemas de protección social y de salud, llevó a que una parte importante de la población tomara medidas preventivas y el contagio no progresara. Durante unos cuantos meses, Uruguay pareció ser una mosca blanca en la situación mundial y regional de la pandemia.

Como bien dijo en una entrevista hace pocos días Gonzalo Moratorio, Uruguay, de este modo, ganó algo muy difícil de obtener: tiempo. No fue tiempo ganado sin costos: aumentó el desempleo, muchos hogares cayeron por debajo de la línea de pobreza, muchos sectores de actividad viven hoy la incertidumbre de no saber cómo continuar siendo mínimamente rentables. Una parte sustancial de ese costo se debió, sin duda alguna, a que las medidas económicas y de protección social llevadas adelante por el gobierno no estuvieron a la altura de las necesidades de la economía nacional, ni de la gente, en una mirada miope de seguir adelante con el plan de reducir el costo fiscal y aplicar su ideología a ultranza, pase lo que pase.

En este tiempo, se deberían haber realizado los cambios necesarios en el sistema de salud para poder hacer frente a los diferentes escenarios contingentes que pueden plantearse.

Entonces, este tiempo valiosísimo que pudimos obtener, este bono, debió haber sido utilizado adecuadamente. ¿Qué queremos decir con ello? En este tiempo, se deberían haber realizado los cambios necesarios en el sistema de salud para poder hacer frente a los diferentes escenarios contingentes que pueden plantearse: epidemia controlada, con baja circulación del virus; epidemia con circulación comunitaria, en brotes claramente identificados y sin desborde ni de la capacidad de rastreo y seguimiento epidemiológico ni del sistema sanitario; epidemia con circulación comunitaria descontrolada y posible saturación o desborde claro del sistema sanitario. Las tan mentadas perillas se abrieron hace unos meses, pero luego no se ha sabido cuáles cerrar, cómo ni cuándo, y por las dudas se decidió no cerrarlas, apelando a una “libertad responsable” de la que algunos gozamos y otros sufrimos.

Estos cambios en el sistema de salud deberían reflejarse en un fortalecimiento de todos los niveles de atención. Es bueno crecer en camas de CTI, pero más importante aún es dar las herramientas adecuadas para evitar la llegada masiva de pacientes a cuidados intensivos, ya que se sabe que una vez que aumenta el número de ingresos a este nivel, los resultados no suelen ser buenos ni para los pacientes covid-19, muy complejos de manejar, ni para los pacientes críticos por otras patologías. La formación de recursos para el trabajo en estas áreas no se puede improvisar.

Una debilidad importante que se ha tenido en estos meses es el mensaje y su difusión. Las medidas no farmacológicas más efectivas para lograr contener el aumento del número de casos se centran en el comportamiento de las personas. Disminuir la interacción social, disminuir el número de personas con las que nos contactamos a diario, cuidados que tienen que ver con la higiene personal y del ambiente en que vivimos (casa, trabajo, medios de transporte). Para poder llegar de mejor modo con estos mensajes, debemos tomar en cuenta cómo los recibe la gente, cómo son decodificados. Para ello hay que conocer a las personas a las que estamos enviando este mensaje. El trabajo en la comunidad, el trabajo que se hace en el primer nivel de atención en salud, en el territorio, en comunión con las organizaciones sociales, posibilita justamente “aterrizar” lo que se quiere decir. Posibilita conocer las limitaciones que tiene esa comunidad para poder llevar a cabo lo que se le pide, generar en conjunto el cómo, buscando estrategias adecuadas para cada territorio. Por ello, el primer nivel de atención juega un rol importantísimo en el manejo de la epidemia. Para poder combatirla, este debe ser reforzado, tanto en recursos humanos como materiales y en capacidad resolutiva (acceso a laboratorios, telemedicina, etcétera). Juega también un rol importantísimo en identificar casos, proceder al rastreo, al seguimiento y a las cuarentenas.

Los mensajes deben, además, ser consistentes. Aquello de haz lo que yo bien digo, pero no lo que yo mal hago no contribuye a que se entienda lo que se está pidiendo ni posibilita que se cumpla. Fotos de autoridades reunidas sin cumplir con los protocolos sanitarios, veraneando, autoridades hablando sin barbijo no contribuyen al mensaje que se quiere y debe dar. Desde aquellas absurdas imágenes de la Policía (mandatada por el ministro del Interior) sacando a los surfistas del agua a las recientes del presidente surfeando hay una enorme contradicción que nunca se asumió públicamente reconociendo errores. Y la falta de reconocimiento de los errores alimenta que la gente desconfíe de los mensajes.

Por supuesto, además de dar el mensaje adecuado, se deben dar los elementos materiales imprescindibles para poder cumplirlo. Sin medios económicos para parar la olla es imposible pedir a la gente que cumpla con las medidas. Si queremos que los “contactos de contactos” se queden en casa y se cuiden, deben poder certificarse en sus trabajos. Volvemos a insistir en la importancia de una renta de emergencia para aquellos que no tienen ingresos actualmente. Para que la “libertad responsable”, tan mentada, sea posible.

Otro papel importante a cumplir por el primer nivel de atención es salir a buscar las personas que no se han controlado adecuadamente de otras patologías, pues otra consecuencia de la epidemia de covid-19 es el aumento de muertes prevenibles por abandono de los controles.

Dejo en el tintero el tema vacunas por motivos de espacio, pero obviamente es otra herramienta a considerar, con celeridad y responsabilidad.

Adriana Peveroni es pediatra.