Representantes de movimientos populares de varios países del mundo dialogaron con el papa Francisco vía Zoom. Plantearon sus realidades y luchas por una sociedad más justa y fraterna, centradas en la demanda de tierra, techo y trabajo.

Francisco no sólo escuchó sino que intervino dando una reflexión que tiene un impacto secular, que genera reacciones en los satisfechos y poderosos porque quiebra lo políticamente correcto y se para desde un lugar que deja incómodos a propios y ajenos.

Pareciera que en la institución más vieja de Occidente están sucediendo muchos hechos que hay que atender. Si, por un lado, los escándalos de curas pederastas ponen a la iglesia católica en un desafío inédito en su coherencia, lo mismo sucede con la lentitud para poner en práctica la equidad e igualdad entre varones y mujeres, y para el reconocimiento de la diversidad sexual. Por otro, los planteos de este pontífice en relación a una sociedad mejor y una iglesia diferente valen ser analizados por su carácter disruptivo y su apuesta a un mundo que vaya más allá de la dualidad entre satisfechos y excluidos, en profunda coherencia con el Evangelio y la tradición de la iglesia.

Logra el respeto y la autoridad entre quienes buscan un mundo mejor y no quieren dejarse tomar por las visiones distópicas o conformistas del statu quo. Y ahí vemos a gran parte de las izquierdas europeas y norteamericanas reconocerle su osadía en proponer un mundo más allá del capitalismo y las desigualdades y exclusiones reinantes. Días pasados, Pablo Iglesias, dirigente de Podemos, España, afirmó: “Tenemos a un papa enormemente interesante y extraordinario, más allá de las diferencias que pueda yo tener con el jefe de una organización internacional como es la iglesia católica”; Francisco “se atrevió a decir que el capitalismo mata y que tras esta economía está el rechazo de la ética y de Dios”.

Ante una humanidad semiparalizada por la pandemia y una globalización sin rumbo claro, con giros geopoliticos que darán un nuevo orden económico y político global, con desafíos que agudizan los diagnósticos negativos en lo social, ambiental y el acceso a derechos básicos de muchos pueblos o sectores, la voz de Francisco parece encontrar eco en los más excluidos.

Desde un análisis crítico y un posicionamiento de solidaridad y denuncia así como de esperanza activa por un futuro mejor, Francisco comenzó dirigiéndose a los movimientos populares diciendo que son actores con mirada de futuro y compromiso. Los calificó de poetas sociales y samaritanos colectivos.

Planteó una visión y estrategia basada en partir de los márgenes, las periferias, desde los que no son incluidos, tanto en la sociedad como en la iglesia, para imaginar un futuro más equitativo, justo y fraterno, por tanto, más libre. Se lanza un proceso de asamblea eclesial en América Latina en 2021 y una visión sinodal hacia 2023 para el mundo, descentrándola del clero y poniendo el eje en el involucramiento de las comunidades, las mujeres, los jóvenes, los indígenas y los que no tienen comúnmente voz en la iglesia.

Francisco reconoció a los movimientos populares como “forjadores de dignidad”, a la vez de interpelar desde un sentido de esperanza crítica: “No estamos condenados a repetir una sociedad basada en la exclusión y el descarte, donde la cultura del privilegio, la explotación y la dominación sean un método habitual de sobrevivencia”.

Planteó que lo que ha sucedido con la pandemia supone un punto de no retorno, encrucijadas donde la humanidad debe elegir, y para eso se necesita un nuevo discernimiento y acción conjunta. Retornar a lo anterior sería “suicida, ecocida y genocida”, clarificó. Dijo que “en estos meses se expusieron y transparentaron las desigualdad sociales, se expuso la desgarradora situación que muchos hermanos y hermanas han vivido. La posverdad no pudo ocultar. Se cayeron como castillo de naipes realidades que creíamos firmes, experimentamos cómo nuestro modo de vivir podía cambiar drásticamente”.

Los planteos de este pontífice en relación a una sociedad mejor y una iglesia diferente valen ser analizados por su carácter disruptivo.

Asimismo reconoció, en coherencia con la modernidad, que “en muchos países los Estados reaccionaron y escucharon a la ciencia. A la vez destacó que a los vulnerables y pobres les tocó la peor parte porque no podían quedarse en casa; los inmigrantes, los trabajadores informales se vieron privados de lo básico, agravándose la pobreza.

Planteó que la tecnología es un instrumento de bien pero no puede suplantar el contacto, la comunidad donde enraizarnos. Por eso, otra pandemia fue que niños, niñas y adolescentes vivieron un aislamiento con estrés y ansiedad crónica, hiperconectividad, falta de perspectivas y falta de contacto.

Planteó lo que implica el flagelo de la crisis alimentaria, que a pesar de los avances de la biotecnología, millones de personas son privadas de alimentos. “En la lucha para que a nadie le falte la comida, como los médicos y enfermeros que pusieron su cuerpo en la trinchera, así lo hicieron los movimientos populares en barrios marginados. Son mártires de la solidaridad”, sostuvo, y agregó que “otros se quedan con el pan del hambriento”.

En las movilizaciones populares emerge para Francisco el “samaritano colectivo”, como en las movilizaciones que se realizaron ante el asesinato de George Floyd en Estados Unidos. Al ver la herida a la dignidad humana, emerge la reacción contra injusticias, racismos o machismos, y el compromiso en favor de las víctimas. El desafío es buscar que se sumen otros: “Nuestra casa común nos lo reclama”. Pareciera que quiso decir: “Movimientos populares del mundo, uníos por tierra, techo y trabajo”.

A partir de estas reflexiones, planteó desde una perspectiva normativa pedidos “en nombre de Dios”, no desde el fundamentalismo religioso de los neoconservadores que buscan utilizar la religión para la justificación del statu quo o volver al pasado, sino desde la interpelación humanista que reconoce igualdad de derechos y apoyándose en el Evangelio y el pensamiento social de la iglesia:

  1. Que los grandes laboratorios liberen las patentes de las vacunas y que tengan un gesto de humanidad;
  2. Que los organismos internacionales condonen las deudas a los países, contraídas muchas veces contra su voluntad;
  3. Que las grandes corporaciones mineras, forestales, agronegocios dejen de destruir bosques y contaminar el agua y a los pueblos;
  4. Que las grandes corporaciones alimentarias dejen de imponer monopólicamente formas de producción y distribución que inflan los precios quedándose con el pan de los pobres;
  5. Que los traficantes de armas cesen su actividad que fomenta la violencia y la guerra en juegos geopolíticos que cuesta millones de vidas y desplazamientos;
  6. Que los gigantes de las tecnologías dejen de explotar la fragilidad humana que aumenta sus ganancias al tiempo que se incrementan los discursos de odio y la posverdad, las visiones conspirativas y la manipulación política.

A partir de allí, Franciso planteó propuestas para preparar un futuro mejor, apelando a los principios sociales de la iglesia. Propuso abordar la solidaridad “no sólo como virtud moral sino como principio social que busca enfrentar los sistemas injustos”, que busca cambiar. “Una cultura de solidaridad que busque empeñarse por el bien común”, basada en la participación y subsidiariedad entre movimientos y pueblos, que evite autoritarismos o colectivismos forzados.

A las medidas reclamadas por los movimientos populares –integración urbana, economía popular, ecología familiar– sumó dos instrumentos más: salario universal (o ingreso básico universal, renta básica para nosotros) y reducción de la jornada laboral. Apoyado todo en la legítima lucha por la distribución de la riqueza: “Es responsabilidad de los gobiernos crear sistemas fiscales y distributivos que lo permitan”.

Cerró diciendo que el mundo se ve más claro desde las periferias: “hay que escuchar a las periferias”, “abrir las puertas, dejar participar”, “el sufrimiento del mundo se entiende mejor al lado de los que sufren”. Toda una consigna para las organizaciones políticas y sociales endogámicas. La voz de los excluidos “debe ser escuchada para ofrecer certeza moral de lo que hay que hacer”.

Superar las situaciones de desigualdad, exclusión y descarte en el sistema reinante requiere organizarse en la participación por otro mundo posible, y eso tiene en Francisco un aliado.

Nelson Villarreal Durán es docente e investigador de la Universidad de la República, y fue secretario de Derechos Humanos de Presidencia.