El Ministerio de Desarrollo Social (Mides) se debate entre el ya relegado discurso de que su sede se desplazaría a Casavalle, para así estar en contacto con la “realidad”, y el actual intríngulis de cómo hacer para regularizar qué compran y qué no aquellas personas que son beneficiarias de la Tarjeta Uruguay Social, tarjeta que se utiliza para la transferencia de dinero desde el Estado a aquellas familias en situación de extrema vulnerabilidad.
En su momento fue un paso necesario para intentar construir de a poco inclusión social, pero en la actualidad ha quedado estancada en esta realidad cada vez más polarizada. Anteriormente era la tarjeta de alimentos, y tras una discusión con mucho contenido político y ético, se transformó en la Tarjeta Uruguay Social. Justamente en parte para intentar empoderar a sus beneficiarios.
Lamentablemente, no tan lentamente, el modelo neoliberal va horadando en las vidas de las personas desde lo íntimo a lo colectivo; pero lo más grave es que va permeando la construcción simbólica de un discurso político que no hace más que agrandar la brecha social, desplazando a ciudadanos a los márgenes de la inclusión.
Hay ciudadanos de primera que tienen derecho y libertad para consumir a su elección; y están los “pobres”, los que como tienen un “beneficio” del Estado deben de comprar sólo polenta, harina y fideos. Me recuerda al gran Quino, cuando en su tira Mafalda resume con genialidad implacable cómo Susanita quiere realizar una obra de caridad en una cena con caviar y así juntar dinero para comprar polenta, que tanto les gusta a los pobres. El concepto de antaño de limosna y no de justicia social. Ellos no pueden tener televisión ni championes de marca ni utilizar maquillaje. El discurso no tan subliminal es que se ubiquen y entiendan que eso no es para todas y todos.
Desde la coalición de gobierno quieren hacernos creer que la injusticia es un hecho estructural y no una creación social y cultural.
Creo que para analizar por qué el Mides presenta este tema como algo prioritario a implementar es que debemos remitirnos ni más ni menos al término aporofobia. Este término es creado por la filósofa española Adela Cortina en los años 90, en un intento por poner en palabras una realidad y de esta manera a través del lenguaje entenderla y combatirla. Etimológicamente, aporofobia está formada a partir de la palabra griega á-poros, “sin recursos” o “pobre”, y fobos, “miedo”, rechazo al pobre.
La regulación de qué comprar y cómo con la Tarjeta Uruguay Social no tiene mucho asidero tangible a la hora de implementarla. Es prácticamente una propuesta al grito. Pero de todos modos denota un nuevo intento de discriminación e implementación de discursos de odio.
A través de estas conductas y propuestas es que se manifiesta este tipo de discriminación. Embanderados en el eslogan de “la libertad responsable” construyen la libertad de unos pocos para ejercer poder sobre unos muchos que tienen que seguir ciertas reglas. Sus reglas de dominación del hombre por el hombre, pero no sólo en la explotación de la mano de obra sino en el ejercicio del poder sobre el sujeto, en que se le niega la elección de hasta qué pueden o no consumir.
En una sociedad capitalista, donde para poder estar inmerso es preciso tener la posibilidad de consumo, es muy claro el discurso “regulatorio” de que con ciertos “beneficios” se haga lo que unos pocos privilegiados decidan. No sólo otorga poder a quien la regula, sino que le quita calidad de sujeto a quien la recibe. Es menospreciar la capacidad de las personas de hacer y deshacer a su antojo y administrar sus propios ingresos. Es quitar libertades en el país de la libertad irresponsable. Libertad para unos pocos que tienen el derecho de ejercerla y opresión para unos muchos que no pueden siquiera elegir en qué gastar o invertir sus recursos.
No importa para qué utilizan ciertos viáticos representantes del gobierno. Lo que importa es regular qué consumen los pobres. Es como si quisieran relegarlos al lugar donde ni siquiera pueden optar qué hacer con su dinero sin tener en cuenta que es una ínfima parte del ingreso, pero que de todos modos no son dueños de utilizarlo como más les plazca.
A mí nadie me dice qué tengo que hacer con mi sueldo, con mi aguinaldo o mi vacacional. Lo administro como quiero. Claro, soy médica, soy blanca (de piel), en definitiva, soy depositaria de toda confianza para poder hacer y deshacer con mis bienes lo que quiera o entienda que preciso.
La regulación de qué comprar y cómo con la Tarjeta Uruguay Social no tiene mucho asidero tangible a la hora de implementarla. Es prácticamente una propuesta al grito. Pero de todos modos denota un nuevo intento de discriminación e implementación de discursos de odio. Es a través de estos hechos que de a poco se construyen realidades. Ojalá la nuestra pueda encontrar otros caminos. No estaremos derrotadas ni derrotados mientras logremos ir venciendo estos discursos políticos de avasallamiento cultural.
“No basta con que todos sean iguales delante de la ley. Es necesario que la ley sea igual delante de todos”. Salvador Allende
María Parada Larre Borges es médica pediatra.