En los medios de comunicación hay algunas personas en primer plano y muchas otras, lejos de los reflectores, que no son menos importantes. Entre estas, unas pocas hacen posible que trabajen todas las demás. Esa fue durante décadas la labor de Ruben Svirsky. No la realizó en grandes medios funcionales al poder, con abundantes recursos, sino navegando contra la corriente, en publicaciones de izquierda siempre al borde de la crisis.

Estuvo en el semanario Marcha, en el diario Época y, ya exiliado en México, fue un colaborador clave de Carlos Quijano en la edición de Cuadernos de Marcha desde ese país, donde también tuvo una actuación destacada en las publicaciones Controversia y Comercio Exterior. Cuando regresó a Uruguay, fue una figura central en la fundación del semanario Brecha y su primer “administrador”. O sea el responsable, entre otras tareas titánicas, de lograr que no se fundiera y de organizar las complejas relaciones laborales.

Tenía muchas otras capacidades, pero para Brecha se concentró en esa área, que no suele hacer populares a sus responsables. Él tampoco colaboraba mucho para que quienes no lo conocían le tuvieran simpatía.

Su idea del rigor crítico era temible, como sucedía con muchos intelectuales uruguayos de su época. Le sobraban inteligencia y tenía un filoso sentido del humor, sin el contrapeso de la calidez siempre notoria en Hugo Alfaro, Guillermo Waksman o Guillermo Chifflet.

A Svirsky era difícil ganárselo, pero quienes lo lograban descubrían que, mientras era despiadadamente amarrete con los pocos pesos de Brecha, podía ser también muy generoso, solidario y desinteresado en las relaciones personales. Se descubría también que la frialdad e incluso el sarcasmo eran en gran medida barreras defensivas.

Su papel en la historia de la diaria es, como el que desempeñó en otros procesos, poco conocido pero fundamental. El proyecto inicial le fue presentado a Brecha por un grupo que impulsaba Damián Osta; Svirsky, que integraba el Comité Asesor del semanario, formó parte del pequeño equipo de trabajo en el que comenzamos a considerar la idea y su viabilidad.

Antes de que las principales preguntas tuvieran respuesta, era claro que las opiniones dentro de Brecha estaban muy divididas y que no era viable llegar a un acuerdo que entusiasmara a todas las partes. La propuesta fue retirada y siguió adelante a la intemperie; de los representantes del semanario en aquel equipo de trabajo, sólo dos decidimos seguir.

La continuidad del proyecto era un hilo muy delgado, y su conducción consistía en Damián, Ruben y yo, reuniéndonos en boliches. En ese período, la presencia y los aportes de Ruben tuvieron un enorme valor.

Estuvo con nosotros porque le parecía necesario. Se apartó luego por motivos personales, sin dejar de apoyarnos en cuanto pudo, y nunca insinuó siquiera que le interesara algún reconocimiento.

Falleció el miércoles, a los 83 años de edad, y dejó un gran legado poco visible.