En Uruguay, el análisis y la discusión de temáticas multidimensionales presenta una gran dificultad, en particular cuando se encuentran en la intersección del ambiente y el desarrollo. Superar los aportes reduccionistas y sectoriales que suelen atraparnos en análisis binarios es fundamental. Respaldar con la mejor evidencia disponible la discusión y promover un buen aprendizaje de las experiencias recorridas debería ser la meta compartida por todas las partes en debate.
En este contexto merece destacarse el artículo de opinión del economista Pablo Ferreri, publicado en Montevideo Portal el 11 de marzo de 2021 bajo el título “Las políticas de Estado y el bienestar de los uruguayos”, como un ejemplo de análisis integrador de estos temas, capaz de estimular nuevas visiones de mediano y largo plazo. Si bien la nota contempla perspectivas políticas y económicas basadas en la trayectoria histórica del país en la materia, afirma que “no hay evidencia empírica de que esta actividad (refiriéndose a la forestal) haya generado un deterioro ambiental al crecer la superficie plantada, ni que la misma consuma recursos hídricos necesarios para otras actividades agropecuarias”. No compartimos esta afirmación y queremos destacar que la información existe y permite considerar esta cuestión con profundidad.
El desarrollo forestal en Uruguay se planificó sobre la base de la cartografía de suelos y su aptitud. Estos conocimientos fueron construidos desde la política pública, en un proceso que se inició con los estudios técnicos de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico, CIDE (década de 1960), y culminó en la primera mitad de los años 70. El proceso indicado constituyó el pilar fundamental de la planificación del sector y de los mecanismos de incentivos instalados a partir de la recuperación de la democracia en 1985. Sin embargo, la trayectoria de la forestación en Uruguay demuestra que la planificación del sector no puede basarse exclusivamente en propiedades y atributos del suelo si se pretende evitar externalidades ambientales negativas del sector.
Una búsqueda rápida en el portal Timbó sobre los efectos de la forestación de eucalyptus en el rendimiento hidrológico en cuencas (atributo que indica la proporción de las precipitaciones sobre un territorio que contribuye al caudal de los cursos de aguas corrientes) permite conocer evidencia empírica muy robusta al respecto, generada en investigaciones internacionales, así como por científicos de la Universidad de la República en Uruguay. En términos sencillos, se establece que en aquellas cuencas forestadas con plantaciones de rápido crecimiento, como las que dominan la producción actual, se puede recortar el rendimiento hidrológico respecto de lo que las mismas tierras entregan cuando están ocupadas por campos naturales o cultivos anuales de secano. En las condiciones climáticas, topográficas y de suelos de Uruguay, dicha reducción puede alcanzar el 30% cuando se supera el 25% del área destinada a la producción maderera en una cuenca durante años secos.
En la prensa, varios artículos afirman que la afectación es “sólo del 30%”. No es difícil entender que una reducción de esas proporciones en años de sequía en una represa o reservorio que suministra agua para ser potabilizada provocará serias afectaciones al ambiente y a la calidad misma del recurso que provee. Por ejemplo, extendería el tiempo de residencia o renovación del agua, que es uno de los controles clave de calidad de agua más importantes. A modo de ejemplo, puede magnificar las consecuencias de los procesos de eutrofización (incrementar la biomasa de microalgas y cianobacterias, aumentar la frecuencia de déficit de oxígeno) ampliamente conocidas en los últimos años en Uruguay, tanto en los cursos de agua dulce como en el Río de la Plata y el frente marítimo.
La discusión no es: forestación sí, forestación no. Los puntos centrales son: qué área es recomendable ocupar por el sector, con cuáles actividades convive y cómo, qué procesos y políticas guían esta planificación.
Una revisión de la literatura científica en el portal Timbó también permite comprobar que los efectos ambientales de la forestación trascienden ampliamente los aspectos vinculados a los ecosistemas acuáticos, también involucran la fertilidad y conservación del suelo, la biodiversidad, entre otros. Si sólo consideramos los efectos en el rendimiento hidrológico, emergen grandes desafíos desde el punto de vista de la gestión ambiental. Las estrategias que buscan evitar o mitigar los efectos adversos en el rendimiento hidrológico dependen de la evaluación de efectos acumulativos a nivel de cuenca. A la actual evaluación de los proyectos individuales forestales contemplados en la normativa vigente resulta clave incorporar los efectos acumulativos a escala de cuenca hidrográfica. Esto plantea un nuevo desafío, ya que la libertad de los productores puede quedar condicionada por decisiones previas de otros productores vecinos. En simples términos, las decisiones individuales a nivel de predio quedan sujetas a lo que ocurre a nivel de cuenca de drenaje.
La llegada de la forestación contribuyó a una mayor diversificación de la producción de Uruguay y, especialmente, de su portafolio agroexportador. Sin embargo, debemos mejorar los mecanismos actuales de regulación y planificación del sector. La discusión de este punto es absolutamente relevante en el campo del ordenamiento territorial. Debemos promover estrategias anticipatorias y no reactivas en la planificación del conjunto de las actividades productivas, desde la mirada del país entero hasta la de predio, pasando por la crítica escala de cuenca. Las actividades pueden competir y condicionarse mutuamente o, por lo contrario, crear sinergias. Descubrir esto último es clave en la búsqueda de modos de producción más sostenibles.
La agricultura, la ganadería pastoril y la forestación compiten por los mismos recursos: agua y suelo. La reducción del área de campo natural de los últimos 20 años representa una presión adicional a la variabilidad en el régimen de precipitaciones, propiciando una mayor vulnerabilidad de la ganadería pastoril frente a eventos extremos de sequía. Estos aspectos no los regula el mercado, es necesario establecer mecanismos y estrategias para promover interacciones positivas y virtuosas entre los sectores de la producción nacional.
El mundo pospandemia demandará cambios muy importantes en los sistemas de producción de alimentos con el propósito de incorporar la sostenibilidad ambiental y la trazabilidad e inocuidad de sus productos. Este escenario es una ventana de oportunidad para Uruguay, dado su papel en el sistema alimentario global y su apuesta a la calidad de la producción. Por lo tanto, la discusión y el análisis no pueden basarse exclusivamente en lo que aprendimos en lo recorrido hasta el presente, debe anticiparse a los cambios emergentes. Esto implica la profundización de la cooperación entre política y ciencia y la incorporación de la incertidumbre al proceso de análisis y toma de decisiones.
La discusión no es: forestación sí, forestación no. Por el contrario, los puntos centrales son: qué área es recomendable ocupar por el sector, con cuáles actividades convive y cómo, qué procesos y políticas guían esta planificación. Con el conocimiento disponible podemos gestionar el desafío de forma sustancialmente más robusta y sostenible.
Bienvenido a la discusión y el análisis en profundidad y con fundamento de las políticas del Estado, la gestión de bienes comunes y el bienestar de los uruguayos.
Néstor Mazzeo es investigador de la Udelar y del Instituto Saras. Manfred Steffen es integrante del equipo ejecutivo de Saras. Esteban Jobbágy es investigador del Conicet-Argentina, la Universidad de San Luis y el instituto Saras.