La pandemia muestra cuán conectado está el mundo y que rápido un problema local se puede convertir en una crisis global. La biodiversidad es fuente de riqueza y robustez de los ecosistemas. Su conservación no es un lujo sino un elemento determinante para el futuro de la humanidad.

El primer principio en el análisis o fortalecimiento de la capacidad de resiliencia en sistemas socioecológicos1 se refiere al rol de la diversidad y la redundancia. Este principio contempla el concepto de diversidad en su sentido más amplio, es decir, la diversidad biológica, de bienes y servicios provistos por la naturaleza. Comprende también la diversidad de actores y perspectivas en los ámbitos de administración, gestión y cuidado del ambiente. La redundancia es una propiedad de cualquier sistema que nos indica si entre sus componentes (especies o los actores de un sistema de gobernanza) existen funciones o roles que son desempeñados por más de un componente o entidad. El análisis conjunto de estos dos atributos, diversidad y redundancia, conduce a explorar la multidimensionalidad y complejidad de un término utilizado frecuentemente como la biodiversidad.

La biodiversidad incluye en primer lugar la riqueza de especies y la abundancia de cada una de ellas. Una comunidad de especies dominada –en términos de biomasa o abundancia– por una única especie se considera menos diversa que una comunidad con el mismo conjunto de especies, pero con una contribución más equitativa de abundancias entre ellas. En resumen, la biodiversidad contempla dos aspectos claves: la riqueza de especies y la equitatividad (distribución de la abundancia entre las especies).

Actualmente navegamos por una pérdida masiva de biodiversidad.2 Para comprender todas las consecuencias de este proceso emerge una constelación de respuestas y patrones donde no existen relaciones simples o generalizaciones entre los cambios estructurales y funcionales a nivel de un ecosistema. En algunos casos, las funciones o roles de especies que se extinguen son desempeñados por otras especies que persisten. En este caso, los cambios importantes en la riqueza de especies no implican modificaciones en el funcionamiento ni en la provisión de bienes y servicios provistos por el ecosistema en cuestión. La razón es la redundancia entre las especies, es decir, conviven varias especies que desempeñan un rol o papel semejante (diversidad funcional). En otras situaciones, la pérdida de una única especie o el arribo de una especie exótica puede ocasionar cambios muy bruscos debido a la falta de redundancia en el sistema. Esto se puede ilustrar con la llegada de especies exóticas de plantas con capacidad de fijación de nitrógeno a ecosistemas con suelos pobres,3 donde previamente esta capacidad no existía en el ensamble de especies establecidas. Lo mismo ocurre en un bosque dominado por pocas especies y que resultan adversamente afectadas por un fenómeno de lluvia ácida.

La extinción masiva de especies que observamos en la actualidad es uno de los cambios globales más importantes de la era actual, que condiciona la integridad de la biosfera.

El análisis de la biodiversidad también requiere contemplar la diversidad genética de las poblaciones que forman parte de las comunidades. Especies con una baja variabilidad genética son más susceptibles a la emergencia de enfermedades o cambios ambientales, tanto de origen natural como antrópico. Por lo tanto, los programas de conservación de especies contemplan objetivos relacionados con el tamaño de poblaciones viables en función de su abundancia y variabilidad genética.

Estos aportes iniciales pretenden introducir al lector a los relevantes desafíos que plantea la extinción masiva de especies que observamos en la actualidad. Se trata de uno de los cambios globales más importantes de la era actual, denominada Antropoceno, que condicionan la integridad de la biosfera y el desarrollo y bienestar de las sociedades humanas.4

Las causas de este fenómeno son múltiples y suceden en forma simultánea. Por un lado, observamos transformaciones del uso del suelo asociadas a la expansión de los sistemas de producción de alimentos para atender las demandas generadas por el aumento de la población global y los profundos cambios socioeconómicos en países con mayor densidad (China, India). La expansión del área utilizada por la agricultura o la ganadería a expensas de ecosistemas naturales es un factor determinante que debe ser analizado no sólo en términos de áreas transformadas, ecosistemas o especies perdidas. La simplificación generada por los agroecosistemas, para la exclusiva provisión de un único servicio clave (suministro de alimentos), también determina la pérdida de especies, funciones y procesos como la fertilidad del suelo y, por lo tanto, la sostenibilidad de la propia agricultura convencional. A nivel global cultivamos cerca de 7.000 especies. Sin embargo, sólo siete de estas suministran alrededor de 75% de las calorías provenientes del consumo de vegetales: arroz, trigo, maíz, azúcar, sorgo, mijo, mandioca.5

Las características actuales de los sistemas de producción de alimentos tomaron gran relevancia durante la emergencia de la pandemia de covid-19. Esta puso en evidencia el riesgo resultante de los contactos e interacciones entre las sociedades humanas y las especies que albergan virus potencialmente transmisibles. Sin duda, es un tema de singular relevancia en el contexto actual y en la construcción de una mayor capacidad de adaptación y resiliencia en el futuro.

Las transformaciones de los sistemas productivos y de los patrones de consumo y alimentación se conectan directamente en la superación de cambios globales claves como la pérdida de biodiversidad, el cambio climático o la sobrefertilización de aguas continentales y zonas costeras. Las transiciones y secuencias de cambios requieren diversas contribuciones en múltiples escalas, desde el nivel global al local. Howard Zinn sostenía que múltiples cambios en la historia reciente de la humanidad se inician con acciones individuales que no son percibidas, comprendidas o valoradas por las sociedades en las fases iniciales de la transición. En este contexto, y sin duda, la secuencia de transformaciones comienza en nuestra propia casa y en la mesa donde nos alimentamos.

Néstor Mazzeo y Manfred Steffen integran el Instituto SARAS y el CURE, Udelar. Lisa Deutsch integra el Instituto SARAS y el Stockholm Resilience Center.


  1. Biggs, R, Schülter, M, Schoon, ML (2015). Principles for Building Resilience Sustaining Ecosystem Services in Social-Ecological Systems. Cambridge University Press. 

  2. Díaz, S, Fargione, J, Chapin, FS III, Tilman, D (2006). Biodiversity Loss Threatens Human Well-Being. PLoS Biol 4(8): e277. 

  3. Chapin, FS, Matson, PA, Vitousek, PM (2011). Principles of Terrestrial Ecosystem Ecology. Springer Nature. 

  4. Rockström J et al. A safe operating space for humanity. Nature 461: 472-475. 

  5. Pimentel, P y Pimentel, MS (2007). Food, Energy, and Society. Third Edition. CRC Press.