Es evidente que en el importantísimo campo de la información, del que dependen posturas y por consiguiente conductas de la población, no estamos jugando limpio. Se juega con ocultamientos, con defensas de intereses mezquinos que sólo benefician a unos pocos y perjudican a la mayoría.

De lo anterior resulta, en buena parte, que la gente, todos nosotros, no lleguemos a pensar y por tanto a actuar en el sentido de la defensa de nuestros derechos, de cuidar nuestras vidas, valores y el bien de toda la sociedad.

Pero ¿qué es la sociedad, concepto genérico que a veces nos cuesta visualizar y entender? No soy socióloga, así que hablo desde el lugar de ciudadana y trabajadora de la salud, comprometida en velar por la vida y contribuir con el bienestar social. Podemos pensar que la sociedad se organiza y organiza a los ciudadanos mediante su integración, participación y pertenencia a las instituciones. Las instituciones son el intermediario entre el ciudadano y la sociedad, son fundamentales en el orden social para pensar, tomar partido y actuar.

En este momento las instituciones democráticas y de participación están en proceso de debilitamiento, de pérdida de los sentidos para los que fueron creadas, y por tanto de su capacidad de reflexión, decisión e incidencia social.

Sé que este ataque puede también propiciar su fortalecimiento, la búsqueda o actualización de sentidos y de acción, pero para que eso sea así hay mucho trabajo para hacer. Es el gran desafío del momento.

Dentro de estas instituciones a las que me refiero está la educación, eje central de la democracia, la justicia, la defensa de los derechos adquiridos, el buen funcionamiento del poder político, al que los ciudadanos delegamos la gestión de los gobiernos tanto nacional como departamental.

Los medios de información y difusión, tan importantes, están perdiendo la esencia de su cometido social, que es informar sobre lo que sucede, sobre lo que pasa, con la mayor objetividad posible. En un mismo momento se dice por grandes cadenas que todo va a ir mejor, que hay grandes ilusiones al respecto. Al mismo momento desde la ciencia y desde la salud se advierte que estamos llegando al peor momento de la pandemia.

Las sociedades médicas advierten sobre el agotamiento del sector de asistencia a la salud en todos sus niveles. No se puede sólo aumentar camas de CTI, de 600 a 900, y que funcionen con el mismo número de personal; esto es inadmisible y pueden entenderlo todas las personas.

Tan grave es la situación que los expertos dicen que el estrés del sistema sanitario es una de las posibles causas de las muertes. Esto es gravísimo; llegar a esta terrible constatación –ellos que están dando su vida, sí, su vida en todos los sentidos, por salvar a los pacientes– y sentir sufrir la frustración de no poder hacerlo de la manera y con los resultados que lo saben hacer y lo han hecho hasta antes de la pandemia.

¿Somos conscientes de que esto está sucediendo así?

De esto se genera otra situación preocupante y destructiva, que va en el sentido de debilitar el tejido social, que es la polarización, el instigar a la creación de bandos que corren el riesgo de la fanatización, que también borra la posibilidad de ver con claridad los hechos. Hay programas de medios de comunicación que alientan esto y alejan la posibilidad de encuentros para la acción constructiva. La dinámica es: como unos no hablan de ciertos temas, o los plantean interesadamente, los otros los enfatizan y pueden llegar a verse como parciales.

Hacer esto en una situación de crisis como la actual, caracterizada como la más grave desde la Segunda Guerra Mundial, es criminal.

Informar, manejar ese poderoso instrumento es un gran compromiso social que responde y se basa en la ética profesional de los que llevan a cabo esa tarea.

Si esto falla, llegamos al segundo aspecto de la reflexión.

La desconfianza

La desconfianza se inicia con el sentimiento de incredulidad, con la duda de las versiones que se reciben, hasta llegar a su rechazo total. Es increíble escuchar prédicas que se dan con ampulosidad y “certeza” y luego, en escuchas o lecturas de colectivos que saben de lo que están hablando, se muestra y se advierte sobre realidades totalmente opuestas.

Me ha sorprendido esto últimamente y me preocupa la situación de sectores de la población que quedan con esa primera información superficial, equívoca, ¿interesada?, no veraz, y siguen actuando (por lo que son criticados) sin ver los peligros, los abismos a los que nos vamos acercando.

Será por esto que resultan increíbles algunos niveles de popularidad o de aceptación, que cuesta entender y más aún adherir o compartir. Aceptar que se desmantelen bienes públicos (en los que se invirtió muchísimo dinero público, el dinero de todos); empresas públicas donde se trabajó con ahínco para ponerlas al mejor nivel de gestión y de eficiencia; programas de altísimo valor social que propician el desarrollo y el progreso; que se promueva el retroceso en todas las áreas de la gestión. Que la mediocridad, la falta de compromiso real con el país y su gente sean la manera “moderna” de hacer las cosas.

Y llegamos al tercer aspecto.

El miedo

El miedo a la pandemia, a la situación económica que afecta a la mayoría, a la vida limitada a la que estamos sometidos, pero sobre todo a la manipulación mediática que se hace con la información de lo que está pasando y cómo se maneja nuestra posibilidad de darnos cuenta de en qué mundo y en qué situación real estamos viviendo. A qué caminos de perjuicio de nuestros derechos, de nuestra credibilidad, del desarrollo y compromiso de nuestro futuro como personas y como país nos están empujando imperceptiblemente, o más o menos.

Dora Musetti es pediatra, psiquiatra y psicoterapeuta de niños, adolescentes y grupos, y secretaria general de la Asociación de Psicopatología y Psiquiatría de la Infancia y la Adolescencia en Uruguay.