Hoy hace 16 meses que se declaró la emergencia sanitaria por la covid-19 en el país. En ese momento, había en realidad más miedo y desconocimiento sobre la patología que enfermos de covid. En esas primeras semanas, se comenzó a hacer visibles a los trabajadores de la salud, no sólo a los médicos sino también a los enfermeros, en sus dos niveles profesionales (licenciados y auxiliares en Enfermería). Hubo propuestas de aplausos. Resultó que éramos héroes. Fuimos relativamente valorizados por unas semanas, dejando de lado ese bajo reconocimiento genérico a la vocación que nos ha tocado escuchar: ¿enfermería?, ¿por qué no estudiaste medicina?, ¿ah, te cambiaste de carrera?
La nuestra no es una carrera intermedia, ni de segunda chance, pero tampoco me gusta esta nueva concepción de que somos héroes en la labor contra la covid-19. Porque creo que junto con el título de héroe nos dan “mágicos superpoderes”. Nada más alejado. En el servicio de CTI, cuando recibo a un nuevo enfermero que comienza a trabajar con nosotros, siempre le digo que lo primero que los enfermeros debemos ser es buenas personas, que no tenemos superpoderes, tenemos debilidades, tenemos un enorme sentido de responsabilidad y ese sentimiento de compromiso con el “servicio del cuidar”. Un “servicio” que para nosotros es el lugar institucional de desempeño de labor.
La experiencia que hemos vivido nos muestra que esta es una cuestión de fondo de la cual aún pocos han podido percatarse.
En marzo y abril de 2020 vimos lo que la pandemia estaba haciendo en los centros de tratamiento intensivo (CTI). Veíamos, en pocos días y semanas, la urgencia de las autoridades sanitarias en España, Italia, Francia, Estados Unidos por ampliar la atención en CTI. En el país empezó muy lentamente a cobrar relevancia la dimensión que tenía este sector. Así como se hacía en otros lados, los medios y la población comenzaron a valorar la labor de los enfermeros.
Para mayo del año pasado, se habían presentado distintos planteos que diagnosticaban un rezago importante en la formación de los enfermeros de CTI, que éramos pocos para las dimensiones que anunciaba la pandemia, y se advirtió que se requería un plan importante para la formación en los dos niveles de cuidados intensivos. Nos escucharon, incluso se publicó un documento al respecto y se instrumentó un magro intento de “llenar el ojo”, que todos reconocían que no era ni ideal ni suficiente en la emergencia. Pero hasta octubre del año pasado, la pandemia era un miedo que aún no había comenzado a azotar al país. Entonces, se demoró más tiempo aún de lo debido en entender que los ventiladores no eran lo más importante, ni la ampliación de las camas era suficiente; que eso no nos dejaba preparados. Poco a poco, se empezó a hablar de los recursos humanos, en medicina intensiva y en enfermería. Pero las “soluciones” que se manejaron parecían no comprender que los enfermeros de CTI no somos todólogos, que los procedimientos y el cuidado de los pacientes críticos requieren una formación planificada y con tiempo; los enfermeros no pueden ser trasladados de un servicio a otro de la noche a la mañana.
La formación de enfermeros de CTI es un campo de especialización en todo el mundo, requiere planificación y de tiempo. Hace 17 años me fui a especializar en atención al adulto en estado crítico en la Universidad Nacional Autónoma de México. Mi posgrado demandó 18 meses: ocho horas diarias dentro de un CTI de lunes a jueves, y los viernes, ocho horas de clases teóricas, talleres, estudios y presentaciones de casos clínicos, asistencia a jornadas científicas, una monografía final de graduación, etcétera. Una especialización demanda tiempo, tiempo de práctica. La enfermería tiene en su currículum oculto la premisa de que se aprende haciendo, un proceso en que el estudiante es guiado y depende de la generosidad de otro enfermero experiente. La analogía es con la artesanía. En una primera parte de la formación, el estudiante no toma pacientes, sino que observa, escucha y reflexiona sobre las indicaciones de quien le guía en el aprendizaje. Sus responsabilidades en el cuidado, en los procedimientos, son un fruto del paso del tiempo, de su maduración intelectual y actitudinal.
Toda esta explicación es con el fin de contribuir a la comprensión de que una especialización no es un “cursito”. En Uruguay, la especialización está disponible desde 2017 para los licenciados en Enfermería, y existe un programa de formación de expertos en CTI. Son cursos exigentes, que demandan tiempo, y que para la mayoría de los cursantes implica agregar más horas a las ya recargadas jornadas de trabajo. Hay pocos que pueden asumir este reto. Anualmente, se han podido formar unas decenas de licenciados especialistas y una treintena de expertos. Pero en los últimos meses los CTI debieron haber incorporado como mínimo más de 100 licenciados y 200 auxiliares, dependiendo esto de la organización de las salas que cada servicio haya hecho.
Para finalizar esta sociología de la enfermería, podrían decirnos que médicos y enfermeros estamos formados en paradigmas diferentes: los primeros en el de curar, y los segundos en el de cuidar.
Si bien esto nos puede diferenciar, la psicología del trabajo en el CTI tiene elementos que nos acercan, que genera empatía entre las profesiones. Considero que la medicina y la enfermería intensiva son especialidades del optimismo y requieren trabajar una especial fortaleza espiritual. Porque sólo desde ese espíritu es que hacemos hasta lo imposible para que las personas que están en un CTI traten de vencer a la muerte, a pesar de tener muchas veces la balanza inclinada en su contra.
¿Qué nos está pasando a los enfermeros en estos últimos seis a ocho meses en que la pandemia dejó de ser un miedo y pasó a ser una realidad en los CTI que se llenaron? Sentimos que estamos solos, a pesar de todo lo que expresamos durante el año pasado. En los medios de comunicación se informa diariamente del número de casos positivos, de internados en CTI y de muertos. Se discute si son muchos, si se saturó la capacidad del sistema, o si estamos lejos de un problema. Pero esos números para nosotros son personas con nombre. Los recibimos a diario. En nuestro caso, pasamos en pocas semanas de tener dos camas covid a contar con tres salas. A toda hora nos llegan los enfermos gravísimos. Tenemos contacto con el sufrimiento de ese enfermo, su miedo, su soledad, y el dolor y el miedo de los familiares. Ellos y nosotros sabemos de la gravedad con que ingresan, del pronóstico. En todo esto, no nos sentimos acompañados, y algunos comentarios nos hacen sentir que tampoco se ha reconocido las dimensiones de lo que estamos viviendo.
Como no se formaron como debían los recursos humanos cuando hubo tiempo, ahora que se abrieron las tan ansiadas camas, estamos trabajando con personal que nunca había pisado un CTI.
Todo esto tiene un altísimo costo personal para los enfermeros. Desde noviembre del año pasado ya no paramos: turnos, licencias, beneficios, feriados, todo se ha debido supeditar a las urgencias en cada servicio. Y esto, mutiplicado por dos, porque la mayoría de los enfermeros de CTI están empleados en dos servicios distintos. Hemos ido sumando cansancio físico, cansancio mental por la complejidad de los procedimientos y cuidados que exigen los pacientes; y ahora, el trabajo de orientar a los nuevos enfermeros que han sido asignados a los CTI. Como mínimo tenemos 30% de personal nuevo. Y como no se formaron como debían los recursos humanos cuando hubo tiempo, ahora que se abrieron las tan ansiadas camas, estamos trabajando con personal que nunca había pisado un CTI. Los experientes, cansados, ahora además están a cuatro manos y ojos, mirando y guiando a los nuevos, atendiendo a sus pacientes y a los de los nuevos también, con ese enorme sentido de responsabilidad y compromiso hacia el enfermo. Pero las manos no dan y no hay tiempo para sentarse a reflexionar o empatizar con los otros miembros de los equipos. Los conflictos por la urgencia, por la falta de experiencia, por las distintas formaciones, van surgiendo inevitablemente; se tensa aún más el clima laboral. Emergen comportamientos que son medidas de autopreservación, instinto de sobrevivencia. El cuerpo empieza a mandar señales y se requieren certificaciones médicas. En los niveles de gestión cada vez más se hace difícil lograr la ansiada cobertura mínima en cada turno, las ausencias aumentan, no hay personal. Entonces, los que estén en la guardia terminarán sobrecargados.
Hay frustración de vida además de cansancio físico y mental. La enfermería, en sus dos niveles, es una profesión altamente feminizada. Las mujeres enfermeras, más allá de sus decisiones, han rezagado los roles de cuidado en su familia, para asumir más horas en esta situación para dedicar a otras personas. Al mismo tiempo que esto pasa, los niños ya no van a la escuela y en la casa han debido hacer de escuela y de maestra. Hay auxiliares de enfermería que llegan a hacer hasta tres turnos.
Los enfermeros nos sentimos solos, sin voz, y muchas veces frustrados, porque no hemos podido hacer todo lo que propusimos el año pasado que debíamos haber hecho. Ahora no nos dan las manos, y definitivamente no somos ni queremos ser héroes.
Gabriela Méndez Xavier es jefa de Enfermería del CTI del Hospital de Clínicas.