Entre otros movimientos, los feminismos han traído una gran deconstrucción y reconstrucción de los vínculos. Es común hablar de responsabilidad sexo-afectiva, relaciones abiertas y poliamor, de evitar los vínculos tóxicos y la codependencia, e incluso de la posibilidad de emanciparnos de los vínculos de pareja y resignificar la amistad. Pero, más allá de todas las formas de relacionarnos que están hoy sobre la mesa, parece haber un piso o “mínimo común” al que se aspira: las relaciones deberían ser igualitarias.

Sin embargo, en el día a día de los hogares las desigualdades persisten (Batthyány y Scavino, 2017) e incluso se han agravado por la pandemia (Lejtreger, 2021). Las feministas históricamente nos enfocamos en señalar y medir la desigualdad de género, quizás por su terca permanencia; en esta nota quiero reflexionar sobre las condiciones que llamaríamos igualdad. En concreto, ¿qué es una relación igualitaria? Esta pregunta es de especial importancia para las parejas de diferente género,1 dado que allí es donde se concentran gran parte de las desigualdades entre varones y mujeres (Ridgeway, 2011).

La igualdad de género se define teóricamente de tres maneras: I) como el reconocimiento de las diferencias entre mujeres y varones y la valorización (en salario y estatus) de sus especificidades de igual manera; II) como la disolución de la división sexual del trabajo y la búsqueda de la simetría (el modelo doble proveedor/a-doble cuidador/a); o, III) como la autonomía para decidir qué roles se quiere ocupar (dentro y fuera del hogar) más allá del género.

La mayoría de las investigaciones empíricas sobre el tema parten de una perspectiva simétrica y usan encuestas de uso del tiempo –u otras métricas– para comparar el tiempo que varones y mujeres dedican al trabajo remunerado y no remunerado. Este camino se topa con el desafío metodológico de definir el trabajo no remunerado: la definición clásica (tareas tangibles, como la limpieza) se ha expandido para incluir dimensiones intangibles (trabajo emocional y cognitivo),2 que generalmente no son capturadas por las encuestas. Esto pone en duda las medidas tradicionales de trabajo no remunerado y hace más difícil determinar si una relación es simétricamente igualitaria.

Sin embargo, más allá de los desafíos metodológicos para medir la desigualdad y de los desafíos estructurales para alcanzar la igualdad (insuficientes políticas de cuidado, discriminación laboral, etcétera), en tanto siempre existe un margen de acción dentro del cual construir (algún tipo de) igualdad, me parece importante entender cómo la gente define y experimenta la igualdad en sus vínculos de pareja. Fue así que entrevisté individualmente a 40 mujeres y varones cis viviendo en pareja en Carolina del Norte (Estados Unidos). Las entrevistas fueron realizadas entre noviembre de 2019 y abril de 2020. Las personas entrevistadas tenían entre 26 y 46 años y habían completado la universidad. Eran en su mayoría estadounidenses, pero también entrevisté a uruguayas/as y argentinas/os y neozelandeses/as. Entre las personas entrevistadas había quienes se identificaban como blancas, afro, asiáticas y latinas. La mitad vivían con uno o más niñes menores de diez años.

A continuación resumo parte de lo que aprendí. Alerta de spoiler: las investigaciones cualitativas funcionan diferente a las cuantitativas: no hay pretensión de representatividad y el conocimiento empírico se construye con base en inferencias lógicas en lugar de estadísticas.

Para comprender los procesos que conectan los ideales con la realidad, en las entrevistas, les pregunté primero sobre su propia historia y vida en pareja, y después cómo definirían una relación igualitaria y si consideraban la suya como tal. Las entrevistas duraron entre 50 minutos y más de dos horas. Primero hablamos de su relación, cómo se conocieron, cómo era una semana en su vida cotidiana, cómo se repartían las tareas y tomaban decisiones. También sobre desafíos o tensiones que hubiesen enfrentado. La mayoría de las veces les pedí que describieran incidentes específicos, “contame de la última vez que discutieron”, para evitar que reportaran prácticas aspiracionales.

A pesar de los ríos de tinta que dicen que la mayoría de las relaciones no son igualitarias, la mayoría de las personas con quienes hablé sostenían que su relación sí lo era. Pero no en un sentido simétrico o 50-50, sino en uno más amplio y flexible. Entendían que dividir todo a la mitad es poco práctico (no funciona si una persona trabajaba más horas que la otra) y pensaban que es mejor que las cosas se equiparen con el tiempo. Lo cual es tanto más realista cuanto más fácil de volverse desigual.

Además, disminuían el peso de la división del trabajo doméstico en la determinación de si una pareja es igualitaria o no. Y centraban sus definiciones de igualdad en torno a los aspectos más intangibles y difíciles de medir del trabajo no remunerado, como el apoyo emocional y la toma de decisiones. O se referían en abstracto a la igualdad intelectual y de respeto. Por ejemplo, Denise, una estudiante de posgrado, dijo: “Me siento igualmente respetada, valorada y siento que nuestras opiniones tienen el mismo peso, y creo que esas son las cosas que hacen a una relación igualitaria, no cuántas veces más yo doblo la ropa limpia que él en la semana”.

Estas respuestas evitaban discutir el lugar donde gran parte de las desigualdades siguen existiendo: las tareas domésticas y de cuidado. Tampoco reconocían cómo esta dimensión impacta las otras. Por ejemplo, en las parejas en que el varón es el proveedor y la mujer la ama de casa, las mujeres tienen, objetivamente, menos poder de negociación al momento de tomar decisiones, en tanto es más fácil para ellos abandonar el hogar y hacer otro proyecto de vida.

En lugar de definiciones simétricas, las personas entrevistadas preferían definiciones centradas en la elección: igualdad es lo que cada pareja defina como tal. Es un acuerdo sobre la distribución del trabajo remunerado y no remunerado que no está basado en el género, aunque puede coincidir con este (mujer ama de casa y varón proveedor), pero debe ser una elección y puede cambiar para adaptarse a distintas situaciones. La concepción de fondo (la forma de arreglar la vida familiar resulta de preferencias y decisiones individuales, no necesariamente limitadas por un “afuera”) oscurece el rol de las estructuras sociales –como el género–, que no sólo moldean las opciones disponibles para mujeres y varones, sino también sus deseos e identidades (Cech, 2013). En otras palabras, las personas entrevistadas entendían que el género es algo individual, y que basta con decidirlo para salirse de su influencia. En contraste, las políticas que permiten conciliar familia y trabajo hacen menos común que las mujeres opten por modelos de familia tradicionales como el de proveedor-ama de casa (Pedulla y Thébaud, 2015). En este sentido, es difícil conocer los verdaderos deseos cuando no todas las opciones están disponibles.

La igualdad de género no sería tan escurridiza si los varones se hicieran cargo de su parte y no (re)trasladaran el costo de la igualdad (en cualquiera de sus formas) a las mujeres.

La mayoría de las mujeres se habían preguntado si sus relaciones eran igualitarias o no antes de que las entrevistara. Y muchas contaron que, antes de vivir en pareja, les preocupaban “los peligros asociados a las relaciones heterosexuales” (en palabras de Nicole, una profesora universitaria) y defendían una visión de la igualdad simétrica: hay que dividirlo todo a la mitad. No obstante, con el correr del tiempo y de sus relaciones, sus ideales fueron cambiando, volviéndose más flexibles y cercanos a la idea de igualdad como autonomía. Por ejemplo, Emma, una joven trabajadora social, dijo: “Una relación igualitaria es aquella en que las personas sienten que están poniendo igual esfuerzo. Puede tomar diferentes formas, no necesariamente hay que dividir todo a la mitad. Tiene que ver con la percepción de las personas involucradas y cómo se sienten con respecto a lo que están haciendo. Y esto es algo que he aprendido, porque al principio creía que la única forma era dividir todo a la mitad y ese instinto no me hizo sentir nada mejor. Estaba empujando una idea de lo que pensaba debía ser, en lugar de encontrar una forma que funcionara para nosotres”.

Entre los varones, hubo más resistencia a mis preguntas y era común que viesen a la pareja como una unidad o un “equipo”, y que pensasen más en términos de funcionalidad que de igualdad. En definitiva, no estaban preocupándose activamente por si la pareja era igualitaria de la misma manera que las mujeres. Tener una relación igualitaria (en un sentido simétrico o en uno flexible que con el tiempo se balancee) requiere trabajo, y este recae en las mujeres porque son las que tienen las de perder si no se hace. Los varones, por su parte, tienen ventajas culturales y estructurales que les permiten desentenderse.

Cuando les preguntaba cómo sabían si su relación era igualitaria muches me contestaban que lo sentían, y que confiaban en que de no ser así alguien hablaría. Esto es problemático de dos formas. En primer lugar, porque es sabido que es posible percibir que las cosas son igualitarias cuando no lo son (Hochschild, 1989). Y, en segundo lugar, cuando alguien hablaba era porque el varón no estaba haciendo su parte, y la responsabilidad de frenar, señalar y corregir la situación quedaba en manos de las mujeres.

Ellas solían iniciar este tipo de conversaciones, señalando lo que estaban haciendo de más y diseñando sistemas para cerciorarse de que los varones hicieran su parte. Algunas les habían bajado aplicaciones que les mandaban recordatorios (del tipo “poner ropa a lavar”), pero que lamentablemente no siempre funcionaban. Otras rebajaban sus estándares en términos de limpieza, se detenían a sí mismas antes de ponerse a hacer todo o se recordaban que no tenían que sentir culpa si había un montón de platos sin lavar o de ropa sin doblar.

“Lo más difícil de tener una relación igualitaria es que lleva mucho tiempo”, explicó Laura, mamá y trabajadora en una organización sin fines de lucro, porque implica tener desacuerdos y discusiones en torno a cómo hacer las cosas. En este sentido, crear y sostener una relación igualitaria es en sí mismo un trabajo. Un trabajo cognitivo y emocional, que se añade a los otros trabajos socialmente asignados a las mujeres, convirtiéndose en una fuente más de desigualdad hasta ahora ignorada. Esto es paradójico porque muchas mujeres se enfrentan a la terrible disyuntiva entre hacer el trabajo no remunerado que su pareja no está haciendo o hacer el trabajo no remunerado de educar a su pareja en cómo tener una relación igualitaria. Crear y sostener una relación igualitaria implica ser consciente de quién está haciendo qué, monitorear que las cosas sean equitativas, hablar cuando no lo son, negociar, encontrar formas de solucionar las desigualdades, crear sistemas y mantenerlos. Esto si se quiere que las cosas se “emparejen” en algún momento.

Y, si todo esto no funciona, o si para empezar es un montón, había quienes reformulan sus ideales en torno a la igualdad. A través de “estándares más realistas”, en lugar de objetivos simétricamente estrictos, y focalizándose en los aspectos de sus relaciones que, sin dudas, son más igualitarios (como “la igualdad intelectual” que sus madres y padres no tenían) en lugar de en su división del trabajo doméstico, les era posible salvar tanto sus relaciones como sus ideales.

Pero el trabajo de crear y sostener una relación igualitaria no debería caer sólo sobre las mujeres. Aun cuando las políticas estatales y los lugares de trabajo fallan, la igualdad de género no sería tan escurridiza si los varones se hicieran cargo de su parte y no (re)trasladaran el costo de la igualdad (en cualquiera de sus formas) a las mujeres.

Inés Martínez es socióloga. Este artículo fue publicado originalmente en Razones y Personas.

Referencias

Batthyány, Karina y Sol Scavino. 2017. “División sexual del trabajo en Uruguay en 2007 y 2013. Tendencias en los cambios y en las permanencias de las desigualdades de género” Revista Austral de Ciencias Sociales 32: 121-142.

Cech, Erin A. 2013. “The Self-Expressive Edge of Occupational Sex Segregation.” American Journal of Sociology 119(3):747–89.

Daminger, Allison. 2019. “The Cognitive Dimension of Household Labor.” American Sociological Review 84(4): 609-633.

Daminger, Allison. 2021. “Do same-gender couples have more egalitarian relationships? The Daminger Dispatch. Recuperado el 28 de junio de 2021 en: https://allisondaminger.substack.com/p/do-same-gender-couples-have-more

Hochschild, Arlie. 1989. The Second Shift. New York: Penguin.

Lejtreger, Martina. 2021. “Una mirada a la pandemia con lentes de género” La diaria. Recuperado el 28 de junio de 2021 en: https://ladiaria.com.uy/feminismos/articulo/2021/3/una-mirada-a-la-pandemia-con-lentes-de-genero/

Pedulla, David S., and Sarah Thébaud. 2015 “Can We Finish the Revolution? Gender, Work-Family Ideals, and Institutional Constraint.” American Sociological Review 80(1): 116-39.

Ridgeway, Cecilia L. 2011. Framed by Gender: How Gender Inequality Persists in the Modern World. Oxford Press.


  1. Aunque las parejas del mismo género no están exentas de desigualdades, tienden a ser más igualitarias porque, en la ausencia de un default claro, hay mayor libertad para generar una división del trabajo que refleje más las preferencias personales que las normas sociales (Daminger, 2021). 

  2. El primero involucra fomentar el bienestar y brindar apoyo emocional (Hochschild. 1989). El segundo incluye anticipar necesidades, identificar opciones para satisfacerlas, tomar decisiones y monitorear su progreso (Daminger, 2019).