Este artículo propone analizar la contracultura del odio virtual en un contexto político de avance de la extrema derecha a nivel local e internacional. Esto supone analizar qué es la extrema derecha y qué formas está tomando en la región, dónde encuentran las amenazas y cómo construyen el chivo expiatorio a partir de la exposición de una “religión política”1 en las redes virtuales del capitalismo de la información.
“Las palabras vendrán solas”. Con esta frase culminó su último libro Enzo Traverso, titulado Las nuevas caras de la derecha, donde analiza la crisis del modelo tardocapitalista que tiene lugar entre los atentados del 11 de setiembre de 2001, la debacle financiera de 2008 y la “crisis” de los inmigrantes que estalló en 2015. Otros trabajos marcan como punto inicial el año 1991, cuando el neoliberalismo triunfa a escala planetaria. Es en este marco donde tienen lugar la desmarginación y el auge de la(s) nueva(s) derecha(s).
Lo primero que debemos apuntar es que tenemos un problema para satisfacer nuestra obsesión por clasificar, ordenar y nombrar lo que está sucediendo. ¿Qué es esto? ¿Cómo conceptualizamos todos estos fenómenos de “derecha”? ¿Son todos iguales? ¿En torno a qué clave articulan sus discursos? ¿Cuál es el denominador común? ¿Existe? ¿Cómo crear una clasificación deductiva? ¿Conviene crear una macrocategoría para etiquetar a todos estos partidos o movimientos? ¿Deberíamos apelar a la historia de larga duración para comprender la historia actual? En definitiva, ¿es necesario categorizar en este momento o es oportuno hacerse a un lado para mirar lo que acontece?
Así como la imagen es un ejemplo que reduce y encierra algo que no es, las palabras son un intento que evidencian el campo de imposibilidades para comprender fenómenos y estados de ánimo en las vidas de las personas. Las palabras hacen que existan cosas, y podemos hacer cosas con las palabras, pero al mencionarlas nos alejan de lo mencionado porque no se desplazan en el mismo tiempo y espacio que las acciones referidas. Todas las categorizaciones inductivas que describen casos particulares son parciales y provisorias.
Debemos ser conscientes de que es prácticamente imposible establecer un programa político que haga justicia con todos los motivos de rencor que experimentan millones de individuos. Por eso es en vano categorizar un modelo que explique los múltiples fenómenos de ira política. Hay algo nuevo. Un “alto nivel de disponibilidad” al fascismo, pero este fenómeno no es aquello conocido como fascismo, nacionalsocialismo, despotismo, cesarismo, autoritarismo o totalitarismo. Este es un fascismo de naturaleza inédita, que no está regenteado por un partido autoritario sino por un estado espiritual.2
Entre 1945 y 1955 se utilizó el concepto de neofascismo para referir a los movimientos de posguerra que aún se vinculaban con los fascismos históricos de la década de 1930. Entre 1955 y 1980 se habló de populismos de derecha, y en los 80 comenzó a denominarse extrema derecha lo que en los 90 fue la derecha radical. Todas estas referencias describían situaciones políticas en un régimen de historicidad preciso. Actualmente se utilizan múltiples terminologías que intentan describir diferentes fenómenos: ultraderecha,3 posfascismo en palabras de Traverso, fascismo posmoderno,4 derecha trash en palabras de la filósofa norteamericana Wendy Brown, populismo de derecha5 o nuevas derechas según el término empleado por Pablo Stefanoni, pero ninguno cubre el amplio espectro de odio imperante.
El problema epistemológico deriva en que neofascismo, posfascismo y derechas radicales son conceptos que refieren a fenómenos distintos. Sin embargo, ambos, neofascistas y posfascistas, aparecen articulando lo que se denomina la ultraderecha.
Los neofascistas reivindican el fascismo eterno-clásico. Pueden existir neofascistas en las nuevas derechas, pero esto no quiere decir que la nueva derecha sea esencialmente neofascista.
Los posfascistas constituyen el engendro más complejo debido a que reúnen un conglomerado heterogéneo. Son conscientes del agotamiento del ciclo histórico del fascismo, que no reivindican explícitamente. Adoptan posturas seriamente autoritarias despreciando el pluralismo democrático. La perspectiva palingenésica (hombre nuevo blanco) y utópica está ausente en una atmósfera de retroutopías y la hauntologia (cancelación del “después”). Juegan a la democracia, pero tienen serios problemas con ella. Son autoritarios, el orden jerárquico es un componente esencial para la nación. Victor Orbán en Hungría es el ejemplo del estado iliberal, un estado de derecho que no es liberal sino algo así como un estado de excepción (China, Rusia o Francia con el estado de excepción). Aquí podemos encontrar a Cabildo Abierto en Uruguay, Vox en España o sectores social-identitarios6 en el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia.
En la metamorfosis que supone el fenómeno de las derechas se mezclan filosofías antinómicas. Existen partidos que se “fascistizan” temporalmente, que toman parte de la dialéctica o del estilo gestual de esa opción y la utilizan, para volver (o no) posteriormente a sus postulados políticos tradicionales. Por eso, los esfuerzos por catalogar como ultraderechistas o neofascistas a tales o cuales formaciones pueden terminar en construcciones y deconstrucciones periódicas de laberintos mal diseñados.
Esta evolución terminológica refleja un cambio en el fenómeno de las nuevas derechas y en la comunidad académica que se dedica a estudiarlo y que aún no se pone de acuerdo para encontrar un término que explique el fenómeno. ¿Será que no existe un concepto que pueda caracterizar los múltiples fenómenos de ira individual liberal? ¿Son todos antiglobalistas? ¿El nexo que une estos fenómenos es el neoliberalismo frankenstein -en palabras de Brown- en alianza con el militarismo y el dogma religioso?
Esta última tesis no se sostiene si se la contrasta con los planteos del antiglobalista ruso Aleksander Dugin, quien sostiene, citado por la filósofa española Clara Ramas San Miguel: “El populismo por el que abogo es precisamente lo opuesto: económicamente a la izquierda, unido a valores conservadores tradicionales. Estos dos aspectos han sido abandonados por los liberales [...] El populismo debe unir la derecha de los valores con el socialismo, la justicia social y el anticapitalismo. Es la posición de mi Cuarta Teoría Política, de mi propuesta de “populismo integral”.
¿No existe una ambigüedad en las posiciones anticapitalistas de los antiglobalistas? Las simulaciones anticapitalistas de la extrema derecha no son más que un gesto retórico que intenta atraer a las masas decepcionadas por las políticas del capitalismo keynesianista y neoliberal.
Hay otro elemento que emparenta este fenómeno que tiene que ver con el colaboracionismo internacionalista. Sostiene Ramas San Miguel: “Dicho campo forma un bloque, si no coordinado, al menos con clara afinidad interna a nivel internacional, compartiendo agenda, proyectos, referentes intelectuales, mediadores e, incluso, cuando se le permite, financiación: forman lo que se ha llamado una “Internacional Reaccionaria”.
En 2019 se realizó una investigación expuesta en una pieza mural en el marco del proyecto CasaMario en el Subte, con base en la obra de los artistas argentinos Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, titulada Diarios del odio (2009-2014). Significó una recolección de comentarios odiantes a las noticias publicadas en los sitios web y perfiles de las redes de prensa nacional de mayor alcance en torno a acontecimientos sociales y políticos de relevancia como la Ley Integral para Personas Trans, género, seguridad e inmigración. Las palabras expresadas dejaban ver asociaciones asombrosas, yuxtaposiciones delirantes y despropósitos ingeniosos que permitían pensar cómo se reproducen los mensajes de odio desde sí mismos y no desde un movimiento discursivo, a través de qué artefactos comunicativos se implantan, qué consecuencias genera esta práctica odiante en línea en las narrativas sociales, qué impacto tiene a nivel local el fenómeno denominado giro vulgar que están tomando las nuevas derechas y cómo captan las ideas en eclosión, trabajan sobre los márgenes y minan la democracia desde abajo, además de reflexionar sobre quiénes son estos sujetos que alimentan la contracultura hater operando detrás de la pantalla.
Estos discursos de odio en vínculo con las elaboraciones de la nueva derecha gozan en Uruguay de varios adeptos “neopatriotas” que aparecen periódicamente en los medios de comunicación en consonancia con los postulados de Olavo de Carvalho o Aleksander Dugin en escala internacional. La senadora nacionalista Graciela Bianchi, el abogado Gustavo Salle y algunos referentes del partido Cabildo Abierto (CA), como los senadores Guillermo Domenech y Guido Manini Ríos, son sus principales referentes. Comparten una manera similar de concebir la política internacional, la soberanía, lo popular y la tensión globalización-antiglobalización. Reivindican el nacionalismo y se oponen a cualquier forma de multilateralismo y a cualquier norma global o regional que limite la “soberanía nacional”. Además, son acérrimos defensores de la noción de “ideología de género”, con la cual atacan las políticas referidas a atender las urgencias de las minorías sexuales.
Desde el Partido Nacional, el legislador católico conservador Carlos Iafigliola, perteneciente a la Corriente Cristiana, y Álvaro Dastugue, integrante del grupo Misión Vida del pastor Jorge Márquez de la iglesia neopentecostal, hacen una alianza bajo el lema Cristianos por Uruguay, uniendo fuerzas entre el sector católico conservador y el evangelista en contra de políticas de género y reproducción. Los cometidos de esta cruzada espiritual son: la restauración de la familia como núcleo de la sociedad, oponerse a los derechos sexuales y reproductivos, a los derechos de las personas de la diversidad sexual, y a la educación en sexualidad para niños y niñas, cuestionando la equidad entre hombres y mujeres. En la última década las iglesias evangélicas y neopentecostales se vienen expandiendo por la periferia montevideana desembarcando en los barrios más empobrecidos. Su influencia ha logrado prosperar en el uso acrítico y en la diseminación del término “ideología de género” por diversos actores del sistema político, medios de comunicación, academia e incluso movimientos sociales.7
El neoliberalismo se presenta como el mandato de la empresa en cada orden de la vida; así, la obsesión de la seguridad sustituye la confianza por el progreso. Cambios de humor y un nuevo estado de ánimo se aproximan rechazando el paradigma del multiculturalismo. Parto de la noción que elabora Wendy Brown en En las ruinas del neoliberalismo, para quien este régimen de la existencia constituye un fenómeno que se descarriló de su matriz originaria para tejer lazos con el conservadurismo. En esta línea trabaja también Ramas San Miguel, analizando los nuevos autoritarismos neoliberales que han divorciado la concepción de democracia como sinónimo de neoliberalismo. Ese matrimonio entre neoliberalismo y conservadurismo, que pareciera, desde otras perspectivas, incompatible hoy, aparece como la alternativa política para estos múltiples sectores. El neoliberalismo no sólo constituye un régimen de la economización del todo, sino que la racionalidad neoliberal afecta todos los órdenes de la existencia humana, desmantelando la sociedad democrática. No es que la racionalidad neoliberal preparó las fuerzas antidemocráticas, sino que este monstruo -que no constituye ninguna “novedad” en el Cono Sur de América Latina, donde militares, banqueros e iglesia católica se aliaron para imponer por medio de las dictaduras militares el modelo neoliberalista conservador- constituye una derivación de un proceso histórico cimentado en las múltiples experiencias de autoritarismo capitalista en el siglo XX y las consecuencias sociales que generó el neoliberalismo entrado el tercer milenio.
Emancipados del fascismo clásico, los posfascismos ya no desean derribar la democracia para instalar regímenes autoritarios, sino trabajar dentro de la democracia para socavarla.
Las extremas derechas no aparecen cuestionando el régimen neoliberal de la existencia, sino todo lo contrario. El concepto de libertad se alía con el de seguridad, tradición, familia y libre mercado.
Emancipados del fascismo clásico, los posfascismos ya no desean derribar la democracia para instalar regímenes autoritarios, sino trabajar dentro de la democracia para socavarla. Se trata de expulsar las diferencias en busca de una homogeneidad ordenante mediante lo que se denomina fake democracia para caracterizar la nueva realidad política de golpes contra la democracia desde dentro de la democracia, como lo fue el kafkiano proceso de impeachment contra Dilma Rousseff, así como similares golpes parlamentarios-judiciales contra gobiernos progresistas.
El malestar democrático que se extiende en los países occidentales supone una desaprobación, desconfianza y desafección creciente de las sociedades hacia el sistema político neoliberal, señalaba el politólogo uruguayo Daniel Chasquetti.8 Sin embargo, lejos de mitigarse, una revisión de esta idea nos lleva a comprender que “el realismo capitalista funciona mejor cuando nadie lo defiende” dice el filósofo Mark Fisher.9 Este anticapitalismo gestual refuerza una dialéctica donde el sistema depende de su repudio para autoafirmarse. El optimismo cruel del que habla Lauren Berlant es aquella condición en la que se sostiene el apego a una condición problemática y cuya pérdida resulta insoportable, permitiendo que una idea del después postergue los cuestionamientos respecto de la crueldad del ahora. Pero ¿existe una idea del “después”?
El deprimido político puede mostrarse cínico, agudamente racional u hostil y aun así no estar para nada desapegado, sino vinculado con la escena y el circuito de optimismo y la decepción. La esperanza de tener esperanza y la promesa de la promesa capitalista significan la proyección de una fantasía que se sostiene pero que es imposible.
¿Puede existir una alternativa a la derecha alternativa? A este respecto, Pablo Stefanoni habla de una izquierda dando vueltas sobre “la batalla cultural” gramsciana en una zona hispter de confort, riéndose de los outsiders -que hoy son tendencia-, que le garantiza cierta estética rupturista. Mark Fisher pensaba que “sólo la esperanza sin sentido parece tener sentido”.
Sara Ahmed en La promesa de la felicidad reflexiona sobre la idea del “demasiado tarde” y las lógicas de supervivencia por medio de la postergación y la pérdida de un “después”. “Para el sujeto infeliz, la sola promesa de otra cosa que la causa de la infelicidad resulta indignante”, sostiene, porque cualquier posibilidad de alternativa le resulta dolorosa.
En este ethos desesperadamente ansioso no sólo no somos conscientes de que podemos perder el futuro, sino que lo habremos de perder si no nos pensamos pensando el futuro como algo que podemos perder.
Diego Pérez cursa una maestría en Historia Política.
-
Traverso, E (2018). Las nuevas caras de la derecha. Titivillus. ↩
-
Sadin, É (2022). La era del individualismo tirano. Caja Negra, Buenos Aires. ↩
-
Mudde, C (2021). La ultraderecha hoy. Paidós. ↩
-
Sztulwark, D (2020). La ofensiva sensible. Caja Negra, Buenos Aires. ↩
-
Casullo, ME (2019). ¿Por qué funciona el populismo? Siglo XXI, Buenos Aires. ↩
-
Ramas San Miguel, C (2019). “Social-identitarios y neoliberales autoritarios: dos corrientes en la nueva Internacional Reaccionaria”. En Neofascismo, la bestia neoliberal. Siglo XXI. ↩
-
Abracinskas, L, Puyol, S, Iglesias, N y Kreher, S (2019). Políticas antigénero en Latinoamérica. Uruguay: el mal ejemplo. Montevideo: MYSU. ↩
-
Chasquetti, D. El débil malestar con la democracia en Uruguay. Udelar, s/d. ↩
-
Fisher, M (2020). Realismo capitalista. Caja Negra, Buenos Aires. ↩