Desde hace unos días, debido a los cambios realizados por la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) a la bibliografía del programa de la nueva asignatura Mundo Contemporáneo, se ha suscitado una discusión que tiene a la obra del profesor e historiador Carlos Demasi como protagonista. Estrictamente, el intercambio de posturas comenzó por el ingreso a la bibliografía de La agonía de una democracia de Julio María Sanguinetti y el desplazamiento de un referente de la Historia reciente como Demasi.

Como docente de Teoría y Metodología de la Historia (una asignatura esencial para comprender en qué consiste la tarea del historiador, pero que casualmente podría desaparecer si es que se lleva adelante la Transformación Educativa planteada por las autoridades políticas del Consejo de Formación en Educación -CFE-) me veo en la obligación de señalar algunas diferencias fundamentales para comprender de qué estamos hablando.

Más allá de ciertos señalamientos políticos partidarios que no me parecen para nada estimulantes como intercambio intelectual, deberíamos comparar por qué no es lo mismo la producción académica de un historiador que la de un político aficionado a la Historia.

Ser historiador no es una tarea sencilla. Un licenciado en Historia o un profesor debe pasar como mínimo cuatro años en su centro de estudio para obtener su título, eso sin contar los años de posgrado (diplomaturas, especializaciones, maestrías, doctorados, posdoctorados).

La tarea del historiador es la producción de conocimiento histórico y eso supone una serie de etapas de las que no puede escapar. Primeramente, tendrá que definir su objeto de estudio, señalar exactamente qué es lo que quiere investigar, ver si es posible responder la serie de preguntas que se plantea sobre el tema, ensayar hipótesis que den una explicación al problema en cuestión. Para superar este primer escollo tendrá que agotar (si fuera posible) la bibliografía existente sobre el tema, no solo en el ámbito nacional, sino también regional y hasta internacional. Esta primera etapa supone muchos años de lecturas y relecturas.

Una vez que el historiador se haya configurado un estado de la cuestión le seguirá el trabajo de archivo. Para ello, deberá acercarse a todos los repositorios documentales públicos (y privados) en los que pueda obtener información sobre su tema de investigación. Esta etapa también lleva muchos años. Gracias a las nuevas tecnologías y a las facilidades dadas por los archivos nacionales, hoy podemos sacar fotografías del material y leerlo en nuestra casa, pero antes ese trabajo suponía pasar horas sentado en el archivo sacando apuntes para luego procesarlos.

Recién ahora el historiador está listo para la producción escrita. Lo primero que hará será escribir algunos artículos, que tendrán que ser leídos en congresos, en formato ponencia. Para ingresar a un congreso de Historia es necesario ser aceptado por otros historiadores especialistas en la temática. En estos encuentros de la comunidad historiográfica se presentan los avances, las dudas, los problemas, las soluciones, se generan debates e intercambios.

Cuando habla Sanguinetti es él, es un yo, no un nosotros; es su lectura, su postura personal de la Historia, que no fue cotejada por el material historiográfico disponible; es un ensayo, no es una producción académica.

Luego de varios años de congresos, y de limar cientos de veces los escritos, finalmente el historiador se siente animado a presentarse a una revista académica. Allí, nuevamente es leído por pares bajo el llamado arbitraje de doble ciego (ya que el leído no sabe quién es el que lo lee, ni el que lee sabe de quién es el artículo). Generalmente, para que la revista acepte el escrito (muchas veces lo rechaza, es bueno señalarlo) el tribunal examinador realiza algunas sugerencias de cambio, con planteos muy puntuales sobre errores de forma, contenido, falta de evidencias para algunas afirmaciones, necesidad de ahondar en algunos puntos, entre otras cosas. Luego de superada la revisión, el artículo podrá salir a la luz. Cuando la densidad de la producción hace imposible resumir en menos de treinta páginas tantos años de investigación, es que finalmente puede llegar, o no, el libro.

Si quien lee estos párrafos no se ha cansado aún, debe suponer que la producción intelectual de un historiador conlleva muchos años de trabajo, escritura, reescritura, marchas y contramarchas. Sí, es muy arduo, desgastante. Si se observa la redacción de un artículo historiográfico, se podrá ver que las afirmaciones no se hacen desde el yo, sino desde el nosotros. La producción académica se hace en comunidad, como queda claramente señalado en toda la descripción hecha anteriormente.

Es verdad, en la redacción de La agonía... el expresidente tuvo que leer muchos libros sobre el tema (en realidad, solo cincuenta, con la inexplicable aparición de Bases económicas de la revolución artiguista de Barrán y Nahum), reescribir sus capítulos, corregir algunos problemas de redacción, para finalmente presentarlo en la editorial para su relectura. Sin embargo, dicho texto no pasó por todos los estadios que hacen al trabajo académico del historiador, tal como hemos referenciado. Cuando habla Sanguinetti es él, es un yo, no un nosotros; es su lectura, su postura personal de la Historia, que no fue cotejada por el material historiográfico disponible; es un ensayo, no es una producción académica.

Estas diferencias en la conformación de un libro y otro hacen que tengamos que entender que la producción de un texto sobre Historia realizada por un historiador es muy diferente a la de un protagonista de los hechos. Mientras que uno publica el resultado de años de investigación, el otro decide dar a conocer su opinión sobre el pasado reciente. En consecuencia, y como integrante de la comunidad educativa dedicado a la formación de los futuros docentes de Historia, quiero señalar que no es lo mismo Demasi que Sanguinetti.

Néstor Gutiérrez es docente efectivo de Teoría y Metodología de la Historia del Consejo de Formación en Educación (CFE).