Este año Carlos Vaz Ferreira cumpliría 150 años. El hecho se ha celebrado de diversas formas y desde distintas sedes del saber, pero muy especialmente en las instituciones educativas. La razón de ello no es únicamente que estas tienen dentro de sus cometidos poner en valor a quienes han contribuido directamente con su obra en la construcción de la historia, cultura e identidad nacional, sino además porque Carlos Vaz Ferreira dedicó la vida a la educación de su país.
Fue un uruguayo dedicado a pensar “cuestiones de enseñanza” en todos sus niveles, primaria, media y superior. Aunque abogado de profesión, ejerció variadas funciones en las diversas esferas del sistema educativo (vocal en Educación Primaria, docente en la Cátedra de Filosofía de Educación Media, y en la Universidad, director y decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias, y rector de la Universidad), propuso ideas pedagógicas, valoró críticamente una serie de prácticas y teorías pedagógicas en boga en su época y defendió proyectos educativos, unos concretables, como la creación de la Facultad de Humanidades y Ciencias, y otros casi utópicos, como el de la creación de “parques escolares”.
Como intelectual comprometido con su época, compartió algunas convicciones y también muchas ideas “a medio pensar” en las numerosísimas conferencias que pronunció durante poco más de 40 años en su calidad de maestro de conferencias, (en 1913 una ley especial creó la Cátedra Libre de Conferencias, a la que fue designado por tiempo indeterminado y sin limitaciones, y a la que se dedicó hasta su muerte). Gran parte de estas conferencias han sido reunidas y revisadas por el propio filósofo, luego publicadas por la Cámara de Representantes del Uruguay, y constituyen un total de 25 tomos. Es así que la obra de Vaz Ferreira ofrece una enorme constelación de ideas fermentales, no sistematizadas, que abordan problemas epistemológicos, éticos, lógicos, metafísicos, políticos, sociales, artísticos, pedagógicos e incluso didácticos.
El estilo del pensador es asistemático por elección. Uno de sus grandes temores era pensar desde una concepción definida, un ismo. Vaz Ferreira rehuía a pertenecer a una corriente de pensamiento determinada. Si hay un término que gustaba usar para sí mismo era el de “sinceridad”, y afirmaba pensar los problemas “directamente”. No discutiré aquí la posibilidad de semejante acto, pero es importante tenerlo presente desde el inicio, porque es el modo en que se presentaba y autoconcebía su postura frente a los problemas que analizaba.
Teniendo en cuenta las características de su obra, profusa, oral, asistemática, amplia, es comprensible que no sea de los filósofos más leídos. Claro que no es la única razón.
Entonces, ¿qué ideas de Vaz Ferreira compartir en este 2022, que además de homenajearlo nos lleve a pensar profunda y críticamente las “cuestiones de enseñanza”?
Comparto con él que toda elección comporta la acción de dejar afuera muchas otras posibles (Vaz Ferreira lo decía refiriéndose a las soluciones de problemas normativos). También asumo el riesgo de estar mostrando el Vaz Ferreira querido, figuración incompleta construida a partir de la mirada que elige el enfoque.
Una vez hechas las aclaraciones previas, emprenderé un breve recorrido por la dimensión pedagógica, y dentro de esta expondré algunas ideas que cooperan con una educación filosófica.
¿Enseñar a pensar?
Tal vez sea una de las consideraciones más difundidas de Vaz Ferreira la de reconocer “dos modos de hacer uso de una observación justa”. Uno de ellos consiste en utilizar la observación obtenida como un sistema de decodificación y juicio para cualquier caso similar en el que nos hallemos. El otro, en transformar la observación en una idea para tener en cuenta en situaciones similares. Similares porque no es posible la existencia de dos situaciones idénticas, dadas las singularidades propias de cada una en sus contextos. Si bien Vaz Ferreira no descarta por completo el método sistemático, conveniente, según dice, en el área de las matemáticas, advierte que su aplicación más allá de esta conduce a un resultado fatal, por falseante, simplificador y muchas veces, por eso mismo, injusto.
Es interesante reconocer que cada uno de estos modos se corresponde con un “estado de espíritu''. El primero es más económico y produce la sensación de seguridad, pero “pensamos con una sola idea, sistematizamos falsamente y caemos fatalmente en el error” (T. IV, p. 159). Tan perjudicial es que no solamente nos lleva a juzgar mal, a equivocarnos, sino también produce una especie de ceguera, la que impide “observar la misma realidad, aunque nos rompa los ojos” (T. IV, p. 161). El sistema piensa por nosotros y nos muestra lo que él puede mostrar, inhabilitando otras comprensiones.
Vaz Ferreira, al dirigirse a educadores y educadoras, afirma que si se quiere enseñar a pensar mejor, se debe suprimir la fórmula, analizar cada caso, sopesar, evaluar, tener en cuenta la experiencia pasada.
Mientras que el hecho de quedarnos simplemente con una apreciación, con una idea que reservamos para tener en cuenta, produce un estado de espíritu incómodo pero mucho más acertado, nos deja la posibilidad de utilizarlo ante una situación análoga, siempre reflexionando, sin suprimir lo que tiene la nueva de particular.
Vaz Ferreira, al dirigirse a educadores y educadoras, afirma que si se quiere enseñar a pensar mejor se debe suprimir la fórmula, analizar cada caso, sopesar, evaluar, tener en cuenta la experiencia pasada. Enseñar a pensar significa enseñar a apreciar la incertidumbre, el riesgo, el trabajo de considerar una y cada vez. Es cierto que cuando nos quitan la fórmula sentimos que quedamos desarmados; parece que perdimos, afirma, pero lo que debemos sentir es que ganamos porque estamos pudiendo pensar.
La convicción epistemológica de Vaz Ferreira que aquí subyace es la teoría de la creencia graduada (así la denomina Ardao, 1961), esto es: reconocer lo que se sabe bien, lo que se sabe menos bien y lo que no se sabe en absoluto. En esta postura se instala la necesidad de la incertidumbre, su aceptación y abrazo. Sin embargo, no es cierto que Vaz Ferreira haya sido un filósofo escéptico.
“¿Por qué hablar de escepticismo cuando se trata de la única actitud mental en que el hombre puede conservarse sincero ante los otros y ante sí mismo sin, por eso, mutilarse el alma...? Saber qué es lo que sabemos, y en qué plano de abstracción lo sabemos; creer cuando se debe creer; dudar cuando se debe dudar, y graduar nuestro asentimiento con la justeza que esté a nuestro alcance; en cuanto a nuestra ignorancia, no procurar ni velarla, ni olvidarla jamás; y en ese estado de espíritu, obrar en el sentido que creemos bueno, por seguridades o por probabilidades o posibilidades, según corresponda, sin violentar la inteligencia, para no deteriorar por nuestra culpa este ya tan imperfecto y frágil instrumento, y sin forzar la creencia” (T. VIII: p. 23).
Una prueba individual de superación o progreso se encuentra en el reconocimiento de cuánto ignoramos. Afirma en uno de los Psicogramas (T. X): “Cuando un hombre ha leído y pensado mucho, sus maneras de no entender son infinitamente más profundas e inteligentes que sus maneras de entender. En realidad, son las únicas que miden la profundidad que ha alcanzado su pensamiento. Pero no pueden expresarse con palabras” (p. 173).
Vaz Ferreira es un filósofo de la cautela epistemológica, y para sí mismo: de la sinceridad.
¿Cuál es el lugar del diálogo en el aula?
En congruencia con la idea anterior coloca a la discusión en un lugar central en el aula. Esta es valiosa en tanto “que se razone y se discuta para averiguar la verdad, no como discuten ordinariamente los hombres, esto es, para triunfar” (T. IV, p. 245).
Es condición de la buena discusión que los dialogantes no participen desde el pensamiento unilateralizado por un sistema. La buena discusión es aquella que el docente propicia para que el grupo de estudiantes busque la verdad a través de ella.
Es necesario partir del reconocimiento que quien “discute mejor” no es quien impone su razón, sino quien acompaña a los buenos argumentos racionales guardándose de las falacias, con el sentido auxiliar de la lógica y el fin sincero de encontrar alguna verdad.
“Lo que concluiríamos sería, una vez más, la insuficiencia del razonamiento solo, y los peligros que ofrecen las discusiones comunes, sobre todo y especialmente las discusiones verbales; y les haría sentir cómo deberíamos acostumbrarnos a discutir; cómo las instituciones de enseñanza deberían acostumbrar a discutir a los alumnos: cómo deberían hacer precisamente lo contrario de lo que suelen hacer, y, en lugar de enseñar a los discípulos a sostener cada uno una tesis dada y a combatir las de los otros, deberían enseñarles a buscar la verdad sobre un punto, y a discutir en otro espíritu que el que no sólo se tolera sino que a veces hasta se provoca artificialmente en las discusiones de clase” (T. IV: p. 266).
Está presente el elemento sustancial del aula filosófica: el diálogo; un intercambio horizontal que ponen en juego sujetos conmovidos que buscan respuestas sinceramente.
Este elemento es crucial para la práctica filosófica genuina en el aula, que no se reconoce por el propósito de formar buenos oradores, expertos en el arte de persuadir o grandes razonadores que arrasan con cualquier idea opuesta a la suya porque tienen la razón por tanto el otro se queda sin ella.
La discusión en el aula es estimada por Vaz Ferreira como metodología y también como objeto de estudio. Esta modalidad, entiende Vaz Ferreira, debería trascender las clases de filosofía, puesto que en cualquier área del saber hay oscuridades si se profundiza en sus temas.
¿Cómo abordar la enseñanza de la Ética en la escuela?
Hoy escuchamos frecuentemente que es un deber de la escuela la enseñanza “en valores”. Vaz Ferreira problematiza el modo de abordaje que era habitual en los tratamientos de temas éticos en el aula.
Sostiene que la clase de moral debe estar orientada por dos intenciones: enseñar y hacer sentir. (Es importante observar que cuando Vaz Ferreira alude a la “clase de moral, se está refiriendo a lo que hoy denominamos “clase de ética”, es decir, el tratamiento filosófico de cuestiones morales. Hecha la aclaración, seguiremos hablando de “moral” con el único propósito de ser fieles a la terminología del autor).
Para que haya moral realmente, para que esté viva en una clase, los sentimientos deben estar activos. La mala clase de moral es aquella que presentando una fórmula desde la perfección de la teoría, embota los sentimientos, porque justifica y no permite sentir el conflicto y la imperfección de toda solución normativa. Moral “estupefactiva” le llama a esta última, envenena el alma (T. XXII, p. 252).
“La enseñanza inspirada por dos ideas fundamentales, la sinceridad y la excitación fermental, aunque sea menos ambiciosa que la moral beatamente optimista y ficticiamente formulable, es la que puede atacar, morder mejor en las almas; la otra, generalmente resbala por el espíritu sin atacarlo, sin impresionarlo, como sin tocarlo, o bien se queda en una parte superficial del espíritu, bien sistematizada y favoreciendo, más bien, la tendencia que debe evitarse en la enseñanza de la moral, como el mayor peligro, a saber: la disociación entre nuestra moral profesada y nuestra conducta” (T. XXII: p. 261).
El discurso rígido y grandilocuente no puede “levantar” la conducta porque la mayoría de las veces es así a costa de escindirse de esta. La imagen a la que recurre Vaz Ferreira para ilustrar esta división es la del globo aerostático que sube alto porque no carga con el cesto, mientras que el que levanta la barquilla ya no está tan arriba (en la prédica). La razón fundamental por la cual muchos hombres mantienen un rígido discurso moral es, según el filósofo, su separación con la práctica vital. Lo que redunda en intolerancia.
Demanda una enseñanza de la moral que evite caer en el infantilismo pedagógico, el que produce o profundiza la disociación psicológica entre moral profesada y moral vivida. Además, aquellas obras creadas con el propósito de moralizar, por alguna razón, tal vez “por una especie de instinto finísimo” (T. XXII, p. 288) tienden a producir el efecto contrario.
El docente -aquí se trata fundamentalmente del profesor de secundaria- no debe tener miedo de “destruir ilusiones”. Existen ficciones que los adultos hemos creado para los niños, y que son muy nocivas, dado que forman para la desilusión. Por ejemplo la ficción de la justicia forzosa: la creencia que el mal paga y el deber es recompensado invariablemente.
Todas las ficciones deben ser puestas como objeto de análisis crítico en el diálogo. Es consecuente con esta concepción ética y pedagógica, la recomendación de la práctica de la discusión en la clase de moral. En este contexto las discusiones entre alumnos resultan fermentales, activan los sentimientos morales y estimulan al docente.
Las tres propuestas vazferreiranas se entrelazan y sostienen una práctica de enseñanza filosófica. Enseñar a pensar por ideas para tener en cuenta, dar al diálogo un lugar central en el aula y enseñar a sentir los problemas éticos son algunas ideas directrices que hoy, 150 años después, continúan empujando desde las teorías para ser llevadas al aula. ¿Qué lugar les damos, creemos que podemos dar o queremos darles a ellas? ¿Por qué? ¿Podemos pensarlo con “sinceridad”?
Ana Duboué es docente de Filosofía.
Referencias bibliográficas
- Ardao, A. (1961). Introducción a Vaz Ferreira. Montevideo: Barreiro y Ramos.
- Vaz Ferreira, C. (1963) de la edición Homenaje de la Cámara de Representantes de la R.O del Uruguay:
Tomo IV Lógica viva
Tomo VIII Conocimiento y acción
Tomo X Fermentario
Tomo XVII Estudios pedagógicos
Tomo XXII Inéditos.