¿Las miradas nacionales siguen vigentes o el contexto de expansión y penetración de la globalización las vuelven obsoletas? Desde aquí se propone asumir que la tarea de pensar el mundo desde lugares alternativos sigue siendo necesaria. Porque la globalización profundiza los beneficios que obtienen los países ricos a costa de lo que sufren los países periféricos, y porque la humanidad necesita una alternativa frente a un punto agudo de su ya larga crisis civilizatoria.
Resulta necesario plantear una perspectiva que surja, entienda, interprete y explique los problemas con una raíz originaria diferente, alternativa a la de los centros de poder mundial. La teoría decolonial aparece como la continuidad del pensamiento que basó las luchas por la liberación nacional de los pueblos latinoamericanos.
Si algo caracterizó a esta corriente de ideas fue que no moría en el papel, tuvo siempre una impronta de acción asociada al pensamiento. Nace en las cruzadas libertadoras de todo el continente, tuvo un hito en la obra de José Martí, una expresión concreta en la reforma universitaria de Córdoba de 1918, fue adoptada como guía de la revolución cubana y a partir de ese momento se transformó en el combustible que encendió focos revolucionarios en toda América Latina en los años 60.
Luego de las dictaduras que cundieron como yuyos en el mapa latinoamericano, hubo un corrimiento hacia escuelas de pensamiento e interpretación de corte pretendidamente universal, pero fuertemente centralistas: todas las ideas, consejos y recetas provinieron de Estados Unidos y Europa. Dijo Walter Benjamin: la historia no se repite, pero rima, y en este asunto son notables los ciclos.
El pensamiento latinoamericanista, en la actualidad teoría decolonial, rompe con un conjunto de marcos y esquemas que son propios de otras latitudes, culturas, historias y cotidianidades. Se trata de encontrar respuestas propias a problemas propios.
Las naciones que han surgido de la colonia, o las que han sido colonizadas, heredan –además de la dependencia tecnológica, financiera, comercial, crediticia, etcétera– eternamente una paternidad intelectual, una recomendación constante de recetas, formas y modelos para enfrentar las dificultades que aquejan a las sociedades según los antiguos colonos. Uruguay padece terriblemente este mal, en todas las tiendas políticas se encuentran cabezas serviles al colonialismo intelectual.
Resulta necesario plantear una perspectiva que surja, entienda, interprete y explique los problemas con una raíz originaria diferente, alternativa a la de los centros de poder mundial.
Un asunto que sigue siendo relevante analizar es si el colonialismo ha capitulado. Hay buenos argumentos para pensar que no. La soberanía está asediada constantemente, la globalización ha complejizado y multiplicado las formas y expresiones de las voluntades coloniales. La influencia extranjera se siente a través de los capitales y el sistema financiero, las propiedades, las ONG, los organismos internacionales, los medios masivos a nivel mundial, las plataformas de entretenimiento y comercialización cultural, entre otras. El margen que queda para la autodeterminación es reducido, y ampliarlo parece un motivo sustantivo para pensar y actuar.
Algunas discusiones y problemas del “tercer mundo” aparecen como resueltos o superados. Por ejemplo, el colonialismo “físico”. Sin embargo, el pensamiento decolonial incorpora dimensiones de análisis que tratan de recordar que todavía Puerto Rico es un Estado subsidiario de Estados Unidos, que en las Guayanas tiene soberanía Francia, que las islas Malvinas son territorio argentino ocupado por Gran Bretaña, que Costa Rica terceriza su seguridad nacional y contrata a Estados Unidos, que la CIA sigue interviniendo gobiernos latinoamericanos, que Cuba sigue bloqueada y que en el propio territorio cubano Estados Unidos opera la cárcel clandestina y centro de tortura de Guantánamo, por citar algunos ejemplos. Hay muchos más, algunos más sutiles, pero alevosamente condicionantes de la soberanía y la libertad de las naciones latinoamericanas.
Por último, el pensamiento decolonial en la actualidad tiene como faro el problema de la “crisis civilizatoria”. La necesidad de construir un modelo alternativo es cada vez más urgente, y una propuesta que nazca de las raíces originarias de las naciones latinoamericanas tiene mucho sentido en este momento. Por el vínculo con la naturaleza, con la sostenibilidad, y por el respeto que le debemos al medioambiente. En la construcción de un modelo de desarrollo y de vida alternativo al actual, América Latina tiene cosas que decir.
Juan Andrés Erosa es militante de Rumbo de Izquierda y estudiante de Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
Referencias
García Linera, Álvaro (2008): La potencia plebeya. Acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia. Capítulo VII “Crisis estatal y época de revolución”, 1er subtítulo: “Crisis del Estado y sublevaciones indígena-plebeyas en Bolivia”, págs. 331-349.
Lander, Edgardo (2000): “Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos”. En Lander, E (Comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires: Clacso. Capítulo 1, págs. 3-23.
Mignolo, Walter (1996): “Herencias coloniales y teorías poscoloniales”. En Gonzales Stephan, Beatriz: Cultura y Tercer Mundo. Nueva Sociedad, Caracas. “Cambios en el saber académico”, sección 1 del Cap. 4, pa´gs. 99-136.