Desde el momento en que vivimos y nos organizamos bajo un sistema capitalista y patriarcal, es inevitable realizar la distinción entre trabajo productivo y reproductivo. Si bien el patriarcado es anterior a la conformación del capitalismo, el desarrollo de la propiedad privada y la configuración de la fuerza de trabajo en mercancía han hecho del capitalismo y del patriarcado dos grandes aliados fundamentales. Por un lado, el capitalismo se encarga de oprimir a la clase trabajadora, mientras que el patriarcado busca que sean especialmente las mujeres las oprimidas. De esta forma, desde que se configuró la sociedad capitalista, la opresión sobre el género femenino se ha reproducido cada vez más.

Grandes pensadores del ámbito de las ciencias sociales y humanas, como Marx, han omitido en su análisis el trabajo reproductivo como un área de trabajo determinante en el valor de la fuerza de trabajo. Por esta razón, son varias las académicas feministas que realizan una crítica a la teoría marxista partiendo desde esta perspectiva. Una de ellas es la activista italiano-estadounidense Silvia Federici.

La crítica de Federici parte de la base de que si bien en El capital Marx reconoce que el proceso de reproducción de la fuerza laboral es parte integrante de la producción de valor y de la acumulación capitalista, establece que esta reproducción queda satisfecha al momento que el trabajador vende su fuerza de trabajo y a cambio recibe un salario, con el cual puede cubrir sus necesidades básicas a través de la compra de comida o de vestimenta. Sin embargo, las necesidades básicas no quedan satisfechas hasta el momento en que interviene el trabajo reproductivo (sobre todo femenino) para cocinar, para limpiar, para procrear, para mantener el cuidado del hogar, y esto es justamente lo que Marx omite como necesario.

Haciendo un recorrido por la historia, el trabajo reproductivo surge como consecuencia de una gran reforma que se estaba desarrollando en Inglaterra y en Estados Unidos en el momento en que Marx escribió El capital. Esta transformación llevó a la configuración de la familia proletaria nuclear. Hasta ese entonces el capitalismo se venía desarrollando con base en lo que Marx denominó “explotación absoluta”, en la que el horario de trabajo se extendía al máximo y el salario se reducía al mínimo, impidiendo incluso la reproducción, debido a que las personas trabajaban 14 o 16 horas al día y morían muy jóvenes, alrededor de los 40 años.

Es debido a esta gran crisis de reproducción de la clase obrera que se produce esta reforma a fines del siglo XIX, introduciendo el salario obrero masculino (que se multiplica por dos entre 1860 y la primera década del siglo XX) y, por lo tanto, generando que las mujeres que trabajaban en las fábricas fueran enviadas a sus casas, configurándose así el trabajo doméstico y una gran dependencia del salario masculino. Esta dependencia es la que Federici denomina “patriarcado del salario”, de manera que establece nuevas formas de jerarquías patriarcales. La organización de la familia pasa a estar constituida por una parte asalariada y otra no asalariada, en la que el varón concentra el poder del salario, y por tanto, de disciplina.

Marx se equivocó al no darse cuenta de la nueva organización de la familia que se estaba gestando. Únicamente veía a las mujeres trabajadoras en las fábricas, y suponía que mediante un gran desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de producción era como las mujeres podrían acceder cada vez más al trabajo en las fábricas, suprimiendo así la jerarquía patriarcal. De todas formas, la teoría marxista le ha sido útil al feminismo pues considera que la fuerza de trabajo no es natural, sino que necesita su reproducción. Sin embargo, no reconoce que esa reproducción de la fuerza de trabajo sea mediante el trabajo doméstico, sino mediante lo que el trabajador compra con su salario. Por lo cual el trabajo doméstico está totalmente invisibilizado.

La izquierda debe reconocer que el trabajo doméstico es un área entera de explotación que queda totalmente oculta, pero que sin embargo contribuye a que el sistema continúe reproduciéndose.

Sin lugar a dudas, la conformación de la familia proletaria nuclear fue una construcción favorable a los intereses del capitalista, debido a que el trabajo femenino en el hogar es lo que posibilita que los trabajadores continúen vendiendo su fuerza de trabajo y, por lo tanto, que continúen siendo productivos para el empleador. Marx nos habla de esta transformación en la que el capitalismo reestructura la sociedad a imagen y semejanza de estructuras favorables a la acumulación como “subsunción real”. Por esta razón es que es imposible concebir el trabajo reproductivo como un trabajo precapitalista ni como uno natural. Claramente es sumamente funcional a la organización del trabajo capitalista. Fue conformado por el capital y para satisfacer sus intereses, constituyéndose dos cadenas de montaje: una que produce las mercancías y otra que produce a los trabajadores, siendo la casa y la familia el centro de producción de esta última.

Este modelo de familia continuó desarrollándose hasta la década de los 60 del siglo XX, y fue a partir de este momento cuando los movimientos feministas comenzaron a sublevarse en reclamo de la explotación en la que estaban inmersas las mujeres como consecuencia de la invisibilización del trabajo reproductivo en los hogares. Muchísimas mujeres académicas, como es el caso de Federici, iniciaron una crítica a la obra de Marx y al análisis de toda el área de reproducción, y fue así como se desarrolló la síntesis entre marxismo y feminismo. Para comprender la situación de las mujeres era necesaria una reelaboración de las categorías marxistas desde una perspectiva feminista. Este análisis les permitió llegar a la conclusión de que el trabajo de reproducción es la piedra angular de todas las formas de organización del trabajo en la sociedad capitalista.

No obstante, la síntesis entre marxismo y feminismo no nos debe ser útil únicamente para el estudio de la historia del desarrollo del capitalismo, sino que también lo es para cuestionar ciertas lógicas que continúan presentes en importantes marxistas de la actualidad. Una de ellas es la que establece que el capitalismo crea las condiciones materiales para superar la escasez y para liberar a los seres humanos del trabajo, debido a que es por medio del desarrollo tecnológico y científico como se va a necesitar cada vez más menos trabajo. Lo que ocurre es que desde un punto de vista feminista, esta visión es sumamente masculina y piensa al trabajo únicamente como productor de mercancías. Si incluimos en esa concepción el trabajo reproductivo, que estadísticamente sigue siendo el mayor sector de trabajo en el mundo, claramente no puede ser sustituido por la tecnología. Entonces, obviamente deja de ser un enfoque emancipador para las mujeres.

Asimismo, la dualidad del marxismo y el feminismo es una perspectiva que nos es útil para entender la realidad social de nuestros días. Desde fines de la década de los 70 el neoliberalismo se reproduce constantemente como consecuencia de las grandes luchas de los años 60 que atacaron los sistemas de dominación capitalistas, y para hacerle frente somos cada vez más las mujeres que entendemos que no es posible separar la lucha por una sociedad no capitalista de la lucha antipatriarcal, porque, como he mencionado, el patriarcado se reproduce por y es favorable al sistema capitalista. Por lo tanto, en estos tiempos una visión marxista-feminista de la realidad social se hace imprescindible.

Por esta razón es que este 8 de marzo el debate debe ponerse una vez más sobre la mesa. Es fundamental que como militantes de izquierda seamos capaces de elaborar una síntesis entre ambas perspectivas. No es posible realizar las transformaciones que deseamos si la izquierda no comprende que el feminismo también lucha contra las desigualdades de clase, y, por lo tanto, el género debe ser comprendido como una categoría que forma parte de la cuestión de clase. Por esto mismo, es crucial que la izquierda reconozca que el trabajo doméstico es toda un área entera de explotación que queda totalmente oculta, pero que sin embargo contribuye a que el sistema continúe reproduciéndose. La izquierda y el feminismo deben ser grandes aliados, y a la par deben defender que la labor que hacen muchísimas mujeres en sus hogares es un trabajo, y como tal, merecedor de un salario.

Federica Blanco es estudiante de Ciencia Política.