Vaz Ferreira dedica uno de sus libros más característicos —entre manual y profunda meditación sobre los laberintos de quien argumenta—, la Lógica viva de 1910, a esa forma de patología social que es la patología de argumentación, y un capítulo, inevitablemente, a la patología del rigor. Esta patología se piensa bajo el título de “falacia de la falsa precisión”. Sin embargo, acaso más que una falacia en sentido estricto, esto es más que nada un esquema del mal argumentar que parece buen argumentar;1 la “falacia” de la falsa precisión es un mecanismo o hábito: un vicio del conocimiento. Estamos frente a un vicio epistémico que produce malos argumentos: “malos argumentos” en parte como una clase de lo que se ha llamado “ilusiones cognoscitivas”.2 Pero no sólo. Ese mal hábito atañe también a nuestra comprensión, descripción e interpretación de los fenómenos.
La falsa precisión, o como Vaz Ferreira también piensa una de sus dimensiones, la falsa simplificación, es, además, un hábito extendido y arraigado. ¿Por qué? Hasta cierto punto es inevitable puesto que a menudo se trata de “hacer más” de lo que, en cualquier caso, es inevitable “hacer”. Pues ¿qué otra cosa es pensar o razonar si no, en gran parte al menos, simplificar? Sin duda, la simplificación es uno de los puntos de vista más decisivos desde los que constituimos aquel ciclo argumental en que se reparan y restituyen nuestras comprensiones, descripciones, interpretaciones o ciclo reconstructivo. Por eso, Vaz Ferreira con razón afirma: “Es muy interesante la siguiente aplicación de nuestro conocimiento de este sofisma: ‘creo evidente que, a la parte inevitable, se superpone otra que sería evitable’”.3
Dicho con otras palabras: a menudo es claro que, a la parte inevitable de asumir a menudo un punto de vista simplificador, se superpone un exceso que sería evitable, a saber, sucumbir en el vértigo simplificador.4 Lo que Vaz Ferreira llama la falacia de la falsa precisión puede leerse, entonces, como una introducción a la patología del rigor que produce, entre otros, el vértigo simplificador siguiendo el lema “rigor se dice de una sola manera”. La presentación que hace Vaz Ferreira de este vicio epistémico es excelente:
El espíritu humano desea la precisión en el conocimiento, y se satisface con ella. La precisión es buena; es el ideal, cuando es legítima; pero, en cambio, cuando es ilegítima o falsa, produce desde el punto de vista del conocimiento efectos funestos; oculta hechos, desfigura o falsea interpretaciones, detiene la investigación, inhibe la profundización; sus resultados, perjudicialísimos, pueden condensarse fundamentalmente con estos dos adjetivos: falseantes e inhibitorios.5
Falsear e inhibir son dos efectos del “falso” rigor según Vaz Ferreira. Tal vez más que “dos efectos” se trata de dos conjuntos relativamente diferentes de operaciones. Vaz Ferreira introduce varios ejemplos de estas. Primero ofrece ilustraciones teóricas, como el mal uso de la exactitud en ciertas ciencias, por ejemplo, en la psicología, o la formulación de una pedagogía casi como si se tratase un sistema axiomático-deductivo, aunque ello no sirva para nada. En ambos casos, se impone artificialmente a ciertos fragmentos de una ciencia, procedimientos, técnicas, o para usar la palabra famosa, “métodos” de investigación o de exposición que deforman. Al respecto, Vaz Ferreira estudia algunos casos prácticos. No olvidemos que en Vaz Ferreira el estudio de los casos prácticos, en gran parte extraídos de su propia experiencia, es una de las fuentes más decisivas de su reflexión. Pues estamos ante un pensador que, en cuestiones de lógica, piensa al borde de la práctica e inspirado casi exclusivamente por ella, ya que la mayoría de sus lecturas —Spencer, Guyau, Nietzsche, James, Bergson; en este sentido, la lógica de Mill es la excepción6— poco tenían que ver con el proyecto de una lógica viva.
Para llevar a cabo tal proyecto, Vaz Ferreira debería haberse situado, por ejemplo, en la tradición de la Tópica y de las Refutaciones sofísticas de Aristóteles, pero, ay, ¿quién puede evitar ser el hijo de su tiempo y de su geografía? Recuérdese que estamos en Montevideo, hacia 1900. Uno de esos frecuentes y ricos ejemplos pedagógicos que indaga Vaz Ferreira trata de los exámenes de idiomas:
Los examinadores, para determinar su juicio, iban anotando a medida que se desarrollaba el examen, las faltas en que incurría el alumno, clasificándolas según su naturaleza: faltas de pronunciación, faltas de traducción, faltas de ortografía, etc. Después, para discernir la nota, había una especie de contabilidad: cada falta de traducción valía, supongamos, por dos faltas de ortografía.7
De inmediato Vaz Ferreira indica en qué sentido estamos ante seudorrigor. Cito, de nuevo largamente:
No hay necesidad de explicar, por ejemplo, cómo, con el nombre de “errores de pronunciación”, de “errores de traducción”, o de “errores de ortografía”, quedaban englobados errores de importancia muy diversa; hay errores de tal naturaleza, que tal vez uno solo de ellos pueda inhabilitar a un estudiante para obtener aprobación en un examen, hay otros errores, clasificables bajo el mismo rubro, que pueden no indicar nada grave; más aún puede hacer cierta clase de errores que hasta indiquen inteligencia o superioridad.
La última observación es característicamente vazferreiriana. El párrafo concluye: “De aquella manera, se daba una aparente precisión a los hechos cuando, en realidad, se los falseaba en absoluto”.8 El error de la falsa precisión atañe en este ejemplo a la conceptualización y a un problema emparentado con él, el recogimiento de datos. He aquí, pues, circunstancias en las que “precisión ficticia” falsea la investigación y la deforma: impone conceptos y técnicas de trabajo, si bien prestigiosas, inadecuadas al asunto que se atiende.
Encontramos, pues, cómo cierto ideal de perfección elimina los esfuerzos en la dirección correcta. También se muestra cómo dicho ideal, si se analiza de cerca, no se descubre más que como agobio que intoxica.
No obstante, como se advirtió, el efecto falseante, el conocer mal, no es la única consecuencia de la falsa precisión. También está su poder inhibitorio, bloqueador del conocimiento e incluso paralizante: “La tendencia a investigar tiende a detenerse. ‘Hay ocho clases de objetos cognoscibles; hay ocho métodos: son de tal modo’; aprendamos esto, lo repetimos, y ¡se acabó la ciencia!”.9 A la vez, este paralizar ampara: otorga seguridad a las y los investigadores. Así, las y los investigadores se resistirán a introducir el punto de vista opuesto al simplificador. Toda complicación resultará desconcertante y peligrosa y, por ello, tan temible que se la recomienda evitar a cualquier precio:
El que no tiene hábitos de profundización hasta puede sentirse prevenido, a consecuencia de este aspecto de falsa precisión, contra las buenas observaciones y contra las buenas interpretaciones, las cuales resultarán, como es natural, más complicadas, más imprecisas, menos decisivas, menos tranchantes, menos perfectas (en apariencia). Si, por ejemplo, un buen observador y un buen razonador presentan la observación pedagógica con vacíos y lagunas y hasta ignorancia, producirá al espíritu no bien disciplinado el efecto de enseñar una pedagogía mucho menos perfecta que la del otro género falsamente simplista, falsamente preciso.10
Encontramos, pues, cómo cierto ideal de perfección elimina los esfuerzos en la dirección correcta. También se muestra cómo dicho ideal, si se analiza de cerca, no se descubre más que como agobio que intoxica. (Una vez más, la utopía, en este caso, una utopía metodológica, se vuelve también patología social.) Por otra parte, Vaz Ferreira no se cansa de anotar cómo las retóricas de lemas que ansiosamente buscan la perfección como “rigor se dice de una sola manera”, brindando una aparente seguridad, también se convierten en enemigo de las aventuras de la argumentación. Aludiendo a la conversación con un pedagogo, Vaz Ferreira indica:
Comprendió, naturalmente, el alcance de mis objeciones; pero se defendía diciendo que procede de aquel modo por huir de la vaguedad. Y cuando yo le aconsejaba que llevara su libro de clase como debía realmente llevarse, esto es, anotando la verdad de los hechos; escribiendo: “el estudiante tal dio una respuesta que demostró que es inteligente, pero que no había estudiado; tal otro estudiante responde siempre de memoria, demostrando gran aplicación, pero falta de inteligencia, etc.”, él me respondía que de esta manera no sabía después qué hacer; y, efectivamente, se encontraba desorientado una vez que faltaba a su criterio los andadores de falsa precisión a que lo tenía acostumbrado.11
El peligro de la perplejidad suele ser una de las banderas más agitadas por los amantes de esos “andadores” que multiplica el lema “rigor se dice de una sola manera”. Como si cierta dosis de perplejidad no fuese un momento necesario de la exploración genuina. La secta de los enemigos de la perplejidad confunde la actividad de investigar con uno de sus contraejemplos, sustituyen al investigar con “andar en lo seguro”, con “no salirse de las técnicas de trabajo más probadas” y hasta con “sólo indagar para autoconfirmarse”. Esta abarrotada secta también busca ahorrarse los experimentos —¿y qué investigación auténtica puede prescindir directa o indirectamente de algún tipo de experimento?—. Es claro que cualquier experimentar conlleva en sí mismo riesgos, entre otros, la posibilidad de que alguna creencia bien “atrincherada” del experimentador sea refutada. Así, esta secta de los enemigos de la perplejidad ignora que —si se me permite usar un vocabulario kuhniano—, además de “ciencia normal”, hay también “ciencia revolucionaria”.
Por lo demás, el consejo de Vaz Ferreira al pedagogo puede reconstruirse como una recomendación a actuar con justicia en relación al asunto tratado, evitando imponerle a su proceder argumental rigores que no le corresponden. Específicamente, se exhorta a estar prevenidos para no sucumbir en falsas simplificaciones y no saber qué hacer frente a la complejidad de lo real.
De esta manera, según lo requiera la situación en que nos encontremos y el problema con el que estemos ocupados, la capacidad de juicio tendrá que simplificar o complicar, y a menudo simplificar o complicar en distintos sentidos y grados. Quizá por eso la Lógica viva (como también, por lo demás, otro libro infinitamente más famoso que, por su actitud, sin embargo, se le emparenta, las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein) en su legítima reacción al vértigo simplificador tiende a complicar; suele rehusarse a heredar sin más esquemas, sistematizaciones, clasificaciones, ordenamientos. Esto es, cualquier herramienta del punto de vista simplificador debe ser reexaminada.
Sin embargo, Vaz Ferreira no es ciego al valor en muchas prácticas del argumentar, incluso de las simplificaciones extremas. Al comienzo mismo de su libro Sobre feminismo12 —tal vez la primera vez que, en los comienzos del siglo XX, un filósofo de lengua española dedica todo un libro a este tema decisivo— Vaz Ferreira señala:
Cuando teorías, opiniones, discusiones, tienen que ver con la práctica, especialísimamente en el orden social, el aspecto relativo a su lógica y a su pureza racional no es el único que debe considerarse. Teorías simplistas, defectuosas racionalmente, suelen tener, así predicadas, más valor de combate. [...] Y, además, como casi siempre ninguna tendencia triunfa sino en parte, viene bien, en muchos casos, que las buenas hayan pedido de más.13
Como un ejemplo de esas posibles bienvenidas simplificaciones e incluso de posibles vértigos simplificadores “que piden de más”, Vaz Ferreira comienza por señalar:
Sean cuales sean las restricciones que nos sintamos inclinados a introducir en las diversas doctrinas que han luchado y luchan en favor de las clases menos favorecidas, todo espíritu bien hecho no sólo simpatiza con la tendencia general, sino que puede alegrarse de que, en cierto grado, en esa dirección hasta se pidiera de más.14
Respecto del feminismo, Vaz Ferreira defiende lo que llama “feminismo de compensación”, para que “pueda la mujer vivir en su caso autónomamente, desenvolver su personalidad independiente”.15 Pero Vaz Ferreira no pasa por alto que no sólo toda discusión social sino cualquier investigación científica son nómadas: avanzan en medio de regresos y rectificaciones a lo largo de complejas historias. De ahí que, si bien hay momentos en que son de la mayor utilidad las simplificaciones, por ejemplo, las simplificaciones de algunos feminismos, hay otros momentos en que vale la pena rectificar esas simplificaciones e incluso complicar en grados importantes la discusión. Como señala Vaz Ferreira:
Las consideraciones pragmáticas no impiden que sea bueno también, sobre los problemas de ese orden [del orden social], tratar de pensar y sentir con justeza, buscar y procurar establecer las soluciones en sí mismas más verdaderas o mejores.16
Lamentablemente, no voy a proseguir leyendo este libro todavía hoy tan lleno de “ideas para tener en cuenta”.17 Regreso, pues, a la oposición entre dos direcciones de la atención que son también dos prácticas peligrosas: simplificar y complicar. Ambas prácticas tienden a ser algo más que operaciones a efectuar según lo pida la situación. Así, cualquier indagar resultará diferente si se parte de uno u otro punto de vista. Sin embargo, son prácticas inevitables que hay que ponderar si se quiere juzgar con pertinencia. Precisamente por ello, la Lógica viva poco a poco también se nos descubre como una lógica de ese saber cómo que es la capacidad de juicio.
Carlos Pereda es filósofo e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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Véase Aristóteles, Refutaciones sofísticas, I, 164 a 20, también Retórica II, 25, 1400-35. ↩
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Cf. Massimo Piatelli-Palmarini, Inevitable illusions. How Mistakes of Reason Rule Our Minds, John Wiley and Sons, Inc. 1994 ↩
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Lógica viva, Buenos Aires, Losada, 1952 (2ª ed.), p. 91. ↩
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Cf. Carlos Pereda, Vértigos argumentales. Una ética de la disputa, Anthropos, Barcelona, 1994 ↩
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Lógica viva, p. 83. ↩
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J Romero Baró en Filosofía y ciencia en Carlos Vaz Ferreira, (PPU, Barcelona, 1993), introduce como antecedente de la Lógica viva al Jaime Balmes de El criterio. Sin duda Vaz Ferreira aprendió de esta obra. No obstante, la actitud exploradora de Vaz Ferreira es opuesta a la actitud misionera (en el sentido más estrecho y colonial de esta palabra) de Balmes. En cierto modo, como el mismo Vaz Ferreira lo ha observado, hay en Balmes una imaginación centrípeta que cierra los intentos más valiosos de Balmes de abrirse a una razón porosa: a la incertidumbre de la razón. ↩
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Lógica viva, p. 87. ↩
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Ibid., p. 87. ↩
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Ibid., p. 86. ↩
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Ibid. ↩
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Ibid., pp. 88-89. ↩
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Obras completas, tomo IX. ↩
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Op. cit., pp. 17-18. ↩
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Op. cit., p. 18. ↩
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Op. cit., p. 31. ↩
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Op. cit., p. 18. ↩
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No resisto copiar una sugerencia que muchos años después en algunos países se ha vuelto una costumbre. Señala Vaz Ferreira: “Francisca López es casada con Antonio Pérez. Hoy, ella se llama (en relaciones sociales y en registro civil) Francisca López de Pérez. Y él se sigue llamando Antonio Pérez. ¿No se debería llamar, ella, Francisca López con Pérez, y él, Antonio Pérez con López?”, op. cit., p.185. ↩