Más que decidir quién tiene la culpa, nos debe preocupar orientarnos sobre qué tenemos que hacer a partir de la guerra de Ucrania y el mundo que nos deja.
En algún lado escribí que –cumplido el momento de condenar lo condenable– debíamos abstenernos de alinearnos con alguno de los bandos y ser solidarios solamente con los pueblos. Sugerí que nuestra posición debía parecerse a la izquierda socialista de la Segunda Internacional antes de la Primera Guerra Mundial: no es nuestra guerra; no es la guerra de los obreros de tal país contra los de tal otro.
Nótese que no es que en ese momento la izquierda socialista no diera importancia al asesinato del archiduque o a que en Francia había más democracia que en Alemania y Austria (argumentos esgrimidos por los bandos, incluso en Uruguay). Asuntos inmediatos que equivalen a quién tiró la primera bala en el caso ucraniano. Pasa que también veían los argumentos no esgrimidos: el re-reparto del mundo, la recuperación de Alsacia y Lorena, la conquista de Prusia Oriental y Galitzia, y la competencia industrial y financiera.
En la entrevista a dos compañeros especialistas para el programa Pensando con Banderas de Líber, emitido el 7 de mayo, formulé una afirmación más o menos así: está claro que en el fondo hay una guerra interimperialista, con varias potencias nucleares implicadas, y que algunas pelean a través de terceros; lo que se llama proxy war o, a veces, guerra por delegación. Como en los 60 Estados Unidos atacaba a los vietnamitas y en los 80 a los nicaragüenses en lugar de a la Unión Soviética, y tantos otros casos.
Hoy, Occidente intentó arrastrar unanimidades tras su política, con la pía bandera de condenar al agresor. Sin embargo, se asombra y pregunta por qué “evaden” alinearse buena parte de los países africanos y otros del sur global, incluyendo potencias medias como India, Turquía, Arabia Saudita y otras. Mi pregunta era si no es un desastre que de esas abstenciones no pueda surgir un movimiento de no alineados, como el de los años 50 a 70. Que no haya hoy estadistas como Jawāharlāl Nehru (India), Sukarno (Indonesia), Gamal Abdel Nasser (Egipto), Josip Broz Tito (Yugoeslavia), quienes lograron agrupar a más de 77 países. O líderes africanos como Kwame Nkrumah (Ghana) o Julius Nyerere (Tanzania). Podemos discrepar con cada uno de ellos, pero obviamente tenían otra estatura que personajes como Narendra Modi (India), Tayyip Erdogan (Turquía) o el príncipe árabe Mohamed bin Salmán.
Fernando López D’Alesandro me dio una respuesta sencilla: hablamos de nueva no alineación activa precisamente porque el mundo de hoy cambió y no es el de Nehru o Sukarno. Carlos Pita se centró en la política exterior uruguaya y habló de mantener relaciones políticas y comerciales con todos.
Cosas de la radio: no había tiempo para profundizar, y mi papel era disparar preguntas, no discutir con compañeros que desde hace décadas trabajan en estos temas. Tampoco pretendo hacerlo ahora, porque ambas respuestas me parecen acertadas. Pero me quedé pensando. ¿Exactamente en qué es distinto este mundo? Aparte de que no hay una partición en dos bloques, sino una constelación de países hegemónicos más lo que Claudio Katz llama “países de la semiperiferia” (Rusia misma, India, Brasil, Corea del Sur, Taiwán, Malasia) y una periferia cruzada por multitud de alianzas.
El mismo sábado leí los títulos del número de Bitácora que saldría el lunes siguiente y un par de ellos me provocaron expectativa: “Ninguno de los bandos imperialistas nos representa”, de Miguel Salas, de Sinpermiso, y “Una guerra ideológica sin ideología”, del filósofo italiano Loris Caruso.
Hoy, Occidente intentó arrastrar unanimidades tras su política, con la pía bandera de condenar al agresor. Sin embargo, se asombra y pregunta por qué “evaden” alinearse buena parte de los países africanos y otros del sur global.
El primero, algo largo, con vueltas al principio, concluye en un llamado a robustecer la acción común de organizaciones y reivindicaciones populares de distinto tipo en un movimiento por la paz y por reivindicaciones de los pueblos. Me pareció bien, pero poco. Sin embargo, Salas deja claro desde el título que está en la línea que adelantamos. En particular rescata la idea de internacionalismo para la izquierda. Me acuerdo de que Fernando Lorenzo me dijo una vez, recién asumido como ministro de Economía y Finanzas: “Si hay una cosa que no quisiera perder de los viejos principios de izquierda, es el internacionalismo”. Y creo que vale reivindicar el concepto.
En el programa de radio atiné a preguntar si no se precisa algo más que una resistencia de las izquierdas internacionalistas (que hoy, otra vez, como en 1914, parecen ser minoritarias). Porque los países centrales están ejerciendo fuertes presiones sobre los gobiernos de los países del tercer mundo que no se terminan de “alinear”. Sería útil una solidaridad de pueblos y gobiernos. También recordé que durante la Guerra Fría la división entre Occidente, el Campo Socialista y los no alineados o terceristas estaba presente en todos los países.
La breve columna de Loris Caruso cala más hondo: “Uno de los aspectos más evidentes, aunque menos destacados, de la crisis internacional en curso es la falta de trasfondo ideológico. Política e ideológicamente, no hay ‘partidos’ sobre el terreno, no hay oposición de valores clara y neta. Las alianzas y las posiciones se producen en un plano de inmediatez, se vinculan concretamente a las lecturas de la situación material que se está determinando, pero no pueden adquirir la dimensión y la profundidad del color político ni de la ideología. Sobre el terreno están el poder, las armas, los cuerpos muertos, los cuerpos en fuga, las casas y las carreteras destruidas, los espacios físicos ocupados, por ocupar o liberar, los recursos físicos y materiales por los que hay que luchar, que comprar, vender o prohibir (después de que pareciera que lo digital iba a desmaterializar el mundo). Pero nada de esto se sublima en una representación política que dé un sentido al conflicto, no sólo inmediato y material”.
“Aquí estamos, en la desnuda voluntad de poder”, agrega. “Cuatro décadas de globalización y financiarización neoliberal nos han traído hasta aquí, al puro desencadenamiento al margen de valores de la lógica del poder, en un campo de escombros físicos que se acumulan sobre los escombros culturales producidos en décadas anteriores”.
“Por eso –sigue Caruso– estamos atrapados no sólo en la guerra sino también en el sinsentido, en un vacío cultural en el que es difícil atribuir una connotación política a las partes en conflicto... Un mapa ilegible... Nos estamos precipitando en una guerra ideológica sin ideología, en una propaganda que difunde jeroglíficos imposibles de reconducir a un mapa que trascienda la violencia y el poder”.
Y concluye: “Precisamente aquí es donde puede comenzar el trabajo de quienes se ponen del lado de la paz, la negociación, el desarme y la complicada y larga construcción de un orden internacional multipolar y cooperativo. Aquí, a partir del vínculo concreto y ya efectivo entre los riesgos ‘físicos’ que la guerra precipita sobre todos nosotros, los riesgos económicos y sociales que esta implica para buena parte de las poblaciones, incluidas las occidentales (¿quién pagará la ‘lucha por la libertad’?), y la crisis de sentido, la falta de proyectos de sociedad y de construcciones político-culturales que dibujen los contornos de un mundo justo para vivir juntos. Todo ha vuelto a entrar en juego, y también por lo tanto la necesidad de ‘grandes relatos nuevos’”.