“[...] es indudable que la desigualdad presente en el punto de partida, sobrepasa: es demasiada y si alguno no lo sintiera, sería más bien porque la connaturalización con ese grado excesivo embota los sentimientos”. (Carlos Vaz Ferreira, Sobre los problemas sociales, 1922).
Con la frase que encabeza estas notas Carlos Vaz Ferreira sentencia lo que resulta de contrastar la fórmula que propone como solución a la cuestión social con la organización vigente en su época, principalmente en lo concerniente a la herencia. La transmisión hereditaria, como parte de los esquemas de acumulación de la riqueza, no es inocua con respecto al orden social. Interfiere en la movilidad social, contribuye a la segregación y legitima prácticas de dominación a través de la formación de grupos hereditarios de poder. Por lo cual, lejos de ser pensada como una mera transacción entre particulares, debería ser analizada en términos más amplios por sus implicancias sociales, políticas y éticas. El filósofo uruguayo nos advirtió al respecto dejando planteadas buenas razones que justifican la limitación y regulación de la herencia.
Pero no se trata solamente de pensar y ofrecer fundamentos racionales sobre las consecuencias negativas de mantener un sistema de transmisión ilimitada de bienes, sino que es algo que también se siente: “Sea cual sea el grado de desigualdad (en el punto de partida) tolerable en doctrina y sentimiento, la organización actual de la herencia lo sobrepasa evidentemente” (Sobre los problemas sociales -SPS-, 29). Muchos son los ejemplos que podrían dar cuenta de un diagnóstico similar en nuestra época. Pocos tan patéticos como el hecho de que en nuestro país se autoriza un proyecto para la creación de una lujosa isla artificial al mismo tiempo que aumentan las plazas en refugios por ola de frío y se reportan a diario desmayos por hambre entre adolescentes en instituciones educativas. Pensemos entonces si la sentencia de Vaz Ferreira sigue vigente. ¿No será demasiada desigualdad? ¿Podemos sentir eso o nuestros sentimientos siguen embotados? En su cumpleaños número 150, homenajearlo no debería ser solamente ponernos en diálogo con su pensamiento sino también con su sentir.
La siguiente es la fórmula que ofrece Vaz Ferreira sobre la mejor forma de organizarnos socialmente. Allí busca conciliar los ideales de libertad y de igualdad, como base para un acuerdo, aun entre quienes defienden posiciones contrarias (aunque el filósofo intenta probar que en la mayoría de los casos lo son sólo en apariencia): “Algo asegurado al individuo (a cada uno, y como tal: por ser hombre); y el resto, a la libertad. Y opino que esa fórmula debería ser común a todos los hombres de pensamiento y de acción, y la base de todas las teorías; cabiendo la discusión sólo sobre el grado de lo que habría de asegurarse (y modo de hacerlo) pero no sobre la fórmula” (SPS, 18).
En el punto de partida, la seguridad de contar con lo necesario para dar la lucha, condiciones de igualdad garantizadas al individuo por el solo hecho de serlo. Sin estas mínimas condiciones no podría legitimarse la desigualdad de resultados, justificada en el ideal de libertad –inspirado en Herbert Spencer– según el cual cada quien recibirá las consecuencias de sus propias decisiones y aptitudes. Este ideal de la libre competencia, muy asociado a la posibilidad de movilidad social, depende de que al comienzo se asegure la educación, el cuidado de los menores, la salud, la alimentación, la vivienda. Cualquier espíritu abierto y sincero advertiría que esos ideales de justicia en la práctica están muy lejos de su realización, y así lo señala el filósofo en su época. Los tres aspectos que hacen cuestionable el orden vigente a la luz de la fórmula son la herencia, la propiedad de la tierra y el capitalismo privado; fundamentalmente la unión entre los dos primeros. Si hay un aspecto distorsivo para la realización del ideal planteado es el régimen ilimitado de herencia de la tierra. Pocas cosas hay más injustas. Dice Vaz Ferreira: “Confrontando, pues, con nuestra fórmula el orden actual, resulta evidentemente injustificado (en cierto grado al menos) y corregible sin duda en dos hechos: en lo relativo a la herencia y en lo relativo a la propiedad de la tierra (sobre todo en la combinación de ambos)” (SPS, 34).
Y sentencia categóricamente en el final de sus conferencias sobre la propiedad de la tierra: “Realmente, la herencia de la tierra, lo siento íntimamente, es un horror en grado mayor que lo que yo he pintado y he hecho sentir en estas conferencias. Esto bastaría, pues, para la justicia, si no existieran otros elementos impuros, otros elementos de injusticia en la herencia de la tierra, [...] el elemento privativo, no comporta la especie y el grado de mal social y de injusticia que comporta aquí” (SPT, 385).
Ventajas inmerecidas
La posibilidad de heredar bienes suele ser valorada positivamente en la vida de las personas. Como institución se aprecia el legado de bienes a la descendencia por considerarlo una forma de lealtad familiar, o expresión del amor filial, ya sea como ejercicio de la libertad individual en el usufructo de la propiedad privada o como un modo de trascendencia y, en ese sentido, “[c]onsiderada del lado de los que disponen, la herencia se presenta como muy justa...” (SPT, 355); pero al mismo tiempo despierta ciertas sospechas acerca de si es justo que algunos reciban las ventajas inmerecidas que la transmisión intergeneracional de bienes produce, y en ese sentido su valoración es negativa. Esta tensión hace de la herencia una institución de especial interés para la reflexión filosófica.
La herencia condiciona la posición social alcanzada por los individuos, dando lugar a lo que Vaz Ferreira denominó familismo vertical descendente. Las posiciones quedan determinadas casi siempre por la familia de origen. De este modo se quebranta el ideal de que dicha posición sea consecuencia de las acciones y decisiones individuales, así como el ideal del libre desarrollo de las personas. Las únicas desigualdades legítimas son las de resultado, mientras que en el punto de partida no son aceptables los privilegios ya que interfieren en la realización de este tan mentado ideal de libertad. La generación pasada tiene derecho a la propiedad privada, lo que incluye el respeto a la voluntad individual de legarla a su descendencia, y las generaciones presentes tienen derecho a disfrutar de condiciones iniciales que hagan justos los resultados de sus opciones vitales. El derecho a heredar da lugar así a un conflicto de derechos entre generaciones, aspecto sobre el que Vaz Ferreira puso especial atención.
Muchas veces se cuestionan planes sociales de transferencias por la ausencia de exigencia de algún tipo como forma de retribuir a la sociedad por ello. Sin embargo, como observa Vaz Ferreira, nada de eso se exige a quienes heredan.
A estas consecuencias que alteran los principios del ideal de justicia que expresa la fórmula de acuerdo propuesta en sus conferencias sobre los problemas sociales se suman algunos efectos de orden moral. Por un lado, el filósofo nos advierte acerca del carácter estimulante que la posibilidad de legar bienes a la descendencia tiene sobre la capacidad de trabajo y producción de los individuos, basados en una razón psicológica: psicología familista (SPT, 53). La contracara de ello se advierte en los términos despectivos utilizados por Vaz Ferreira para nombrar a los herederos, como por ejemplo “yerno de rico” o “parásito”. Muchas veces se cuestionan planes sociales de transferencias por la ausencia de exigencia de algún tipo como forma de retribuir a la sociedad por ello. Sin embargo, como observa Vaz Ferreira, nada de eso se exige a quienes heredan. La organización de la herencia resulta defectuosa, no solamente por priorizar los derechos de las generaciones pasadas en perjuicio de la presente y futuras, sino “en cuanto no exige siquiera alguna obligación de trabajo que fuera en el peor de los casos correlativa al ilimitado goce hereditario” (SPS, 39). Y agrega: “Recordamos que la sociedad actual da, y se obstina en seguir dando, a ciertos hombres la facultad de tener y poder todo sin hacer nada, sin contribuir personalmente en nada al bienestar social: la facultad de poder todo, no sólo en lo material, sino en cuanto a la educación, al goce artístico, a la misma independencia” (SPS, 65).
Una solución de limitación
Por sus consecuencias políticas, sociales y éticas, la cuestión de la herencia requiere entonces algún tipo de solución. Esta será, según Vaz Ferreira, una solución de grado como las que admiten todas las cuestiones normativas. El filósofo propone una solución que no supone la abolición de la herencia, lo cual atentaría contra el derecho de la generación pasada a legar sus bienes, ni tampoco su asunción de facto tal como se ha institucionalizado, que lo haría contra el derecho de las nuevas generaciones a disfrutar de ciertos bienes acumulados por quienes heredan y a entrar en la vida en igualdad de condiciones. Ante tal conflicto propone un límite a la herencia introduciendo la distinción entre lo que es heredable y lo que no, siendo su principal preocupación la limitación de la herencia de bienes finitos naturales, particularmente de la tierra. Cuando el bien a transferir sea el resultado del trabajo, como podrían ser los derechos de autor de un libro, dado que su usufructo no genera ninguna privación a los demás, según entiende Vaz Ferreira, entonces su transmisión hereditaria no supone ningún inconveniente. Por el contrario, al tratarse de bienes finitos como la tierra, siendo que su usufructo excluye del disfrute a quien no lo posee, genera privación, la posibilidad de su legado debe ser de algún modo limitada. La privación es aún mayor si se considera la apropiación hereditaria de la tierra de habitación, de aquella apta para la vivienda. El derecho a habitar, a estar en el mundo, el derecho a un lugar donde vivir debe ser reconocido como primero y fundamental, reclama Vaz Ferreira. Siendo así, “si toda la tierra, incluso la que puede ser de habitar, es repartible y repartida por herencia, otros seres humanos, otros ‘individuos’, tan individuos como los primeros, con tantos ‘derechos individuales’ como los primeros, quedan privados de tierra para habitar” (SPT, 58).
Si bien Vaz Ferreira no profundiza en los mecanismos para llevar a la práctica esta legítima limitación del legado, por el contexto de su planteo y las influencias intelectuales recibidas (John Stuart Mill y Henry George), “parece apuntar, en su instrumentación práctica, a una justificación de políticas tributarias que establezcan impuestos sobre la transmisión sucesoria de este tipo de bienes” (Andreoli, 2012, 79). Coincide en una solución de limitación que no restringe el derecho a disponer de los bienes para legarlos, pero sí el de recibirlos por herencia. Tal restricción se daría a través de algún tipo de imposición fiscal. El impuesto a la herencia representaría, por un lado, una forma de retribución por un legado que genera ventajas arbitrarias inmerecidas y, por otro, un modo de contribuir con esos fondos a garantizar un mínimo de seguridad en el punto de partida “a los que vienen, para satisfacer su derecho, algo, mínimo; en el peor de los casos, un mínimo negativo, aunque fuera: que no pudieran los sobrevivientes, por hechos y capacidades e incapacidades ajenas (de hombres anteriores), ser demasiado impedidos, trabados, obstaculizados [...], demasiado privados...” (SPT, 55).
La discusión en torno a la reducción y tendencia a la desaparición a nivel global del impuesto a la herencia, junto con el cuestionamiento a la transmisión de riquezas, por sus connotaciones con respecto a la desigualdad creciente en las sociedades contemporáneas, ha tomado relevancia en las últimas décadas (Piketty, 2014; Atkinson, 2015), poniendo una vez más de manifiesto la vigencia del pensamiento vazferreiriano. Reconocer esto no significa asumir los mismos compromisos teóricos que el filósofo, aunque sí reivindicar la necesidad de profundizar en la reflexión sobre aquellas instituciones, como la herencia, o la propiedad de la tierra, que hemos naturalizado y sobre las cuales ya casi no se discute en el espacio público. Tampoco (o por lo menos escasamente) se menciona su relación con los niveles escandalosos de desigualdad que percibimos día a día, si es que no tenemos embotada nuestra sensibilidad.
Fernanda Diab es magíster en Filosofía Contemporánea y docente del Departamento de Filosofía de la Práctica del Instituto de Filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República.
Referencias
Andreoli, Miguel (2012). Pensar por ideas a tener en cuenta: elementos de filosofía política en Vaz Ferreira, Biblioteca Plural, CSIC-Udelar.
Atkinson, Anthony B. (2015). Inequality. What can be done?, Harvard University Press.
Piketty, Thomas (2014). Capital in the Twenty-First Century, Harvard University Press.
Vaz Ferreira, Carlos (1922). Sobre los problemas sociales, El Siglo Ilustrado.
Vaz Ferreira, Carlos (1953). Sobre la propiedad de la tierra (Vol. 6), Colección de Clásicos Uruguayos.