Me asombra y alegra a la vez el efecto que tiene sobre mi propio discurso el trabajo atento a la inclusión polifónica. Esa atención silenciosa dirigida a asegurar que todas las voces están presentes al plantear un asunto, que se transforma desde un intento consciente para que ella sea permanente y pasa a ser una respuesta natural ante la percepción de estar frente a discursos que no aseguran la polifonía.
En el grupo de investigación Emociones, narraciones y ciudadanía de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE) trabajamos con la polifonía como una estrategia para la educación ciudadana1. Y la consideramos tomando como punto de partida la idea que planteó Mijaíl Bajtin cuando analizó la revolución en la novela que generó Fiódor Dostoievski. Bajtin consideró que Dostoievski había creado la novela polifónica, por oposición a las novelas homofónicas o monológicas que se escribían hasta entonces2. Él entendía que esta nueva modalidad narrativa se caracterizaba por una “interacción de conciencias equitativas que no se somete a una interpretación común”. En otras palabras: ninguna voz, ni siquiera la del autor, adquiría mayor valor interpretativo que las otras voces involucradas en el acontecimiento relatado. Una y otras, la voz del autor y otras voces, aparecen “fuera y junto”, esto es, el autor dialoga con las otras voces.
Y desde ese lugar de trabajo, deliberadamente atento a la polifonía, me di cuenta en clase de un cambio en la forma de transitar ese proceso de atención. Ello ocurrió cuando exponía sobre mi posición en relación al cogobierno universitario ante los y las estudiantes que ingresan a la FHCE. Había dedicado mucho tiempo y esmero a mi presentación y hablaba de la importancia de que todos los grupos involucrados tuvieran participación, que opinaran e incidieran en los procesos de toma de decisiones sobre la vida universitaria, esos procesos y decisiones que afectan sus vidas, sus aprendizajes, sus formas de habitar la Universidad. Frente a un auditorio expectante, con el entusiasmo natural de quien comienza una etapa en un espacio nuevo, que todavía no sabe cómo lo va a recibir, cómo va a transitar por él, mientras miraba sus caras que me obligaban a darles algo auténtico, me di cuenta de que había omitido algo fundamental.
Había preparado un discurso sobre los tres órdenes universitarios y la importancia de que los estudiantes participen en el cogobierno para mejorar las condiciones de sus aprendizajes, tomando la participación como un aspecto de su formación universitaria, formación en ciudadanía democrática. Les contaba que los docentes tenían al menos un doble rol de participar en las decisiones que aseguraran también los mejores procesos formativos de la Facultad, a la vez que tomar decisiones que afectan a su trabajo, porque la docencia para ellos también es un trabajo. Y agregaba que los egresados, aunque terminaban su proceso formativo de grado, igualmente necesitaban involucrarse en las decisiones de la Facultad, porque ellos eran quienes conocían de cerca la carrera, la inserción social de su profesión y, en última instancia, representan la voz de la sociedad extramuros de la universidad. Si bien a veces es difícil mantenerles participando, es muy importante que su mirada y su voz estén presentes.
Mientras iba desarrollando ese discurso, que estaba basado también en la idea de polifonía, quizá fue la expresión fruncida de un rostro en la audiencia, o capaz fue sólo mi imaginación, pero algo en mi interior me hizo notar, recién en ese momento y nunca antes durante la prolongada preparación de la clase, que hay otros involucrados directos que no están teniendo un espacio para que su voz sea escuchada. Y me acordé de la polifonía y la importancia de dar voz a quienes no tienen voz. Puede ser que sea sólo mi imaginación, pero creo recordar que la expresión de esa cara tensa cambió cuando pregunté a los y las ingresantes: “¿Y no hay nadie más que tenga sus intereses en juego en las decisiones que se toman en la universidad?”, y la carita de expresión fruncida respondió: “¡Los funcionarios!”. Esa estudiante de ingreso era además funcionaria de la universidad y sabía de voces acalladas en los procesos de toma de decisiones. Y allí en ese instante verifiqué una vez más la importancia de mantener y asegurar esa atención silenciosa pero permanente a corroborar en cada situación que todas las voces están incluidas. Porque luego de un poco de práctica, y quizá con la ayuda de alguna cara fruncida a la que siempre es bueno prestar atención, la necesidad de asegurar la polifonía surge naturalmente, como la sensación de que algo te falta y no podés seguir tan orondo sin incluirlo.
Gianela Turnes es magíster en Información y Comunicación por la Facultad de Información y Comunicación de la Udelar